El relato de la tuitera Eva Bold ha sacudido los cimientos de Twitter: el bullicioso barrio de Alonso Martínez, en pleno corazón de la capital española, fue escenario de una polémica reciente que plantea la cuestión de hasta dónde puede llegar el control de los establecimientos sobre sus clientes. Un encuentro casual entre amigos para disfrutar de un desayuno en una cafetería cercana se convirtió en un debate sobre las normas de un local moderno.

La historia comienza con dos amigos que habían quedado para desayunar en un pequeño café. Sin embargo, al llegar al lugar, se encontraron con una larga lista de espera y una atmósfera bulliciosa. Tras una espera en la calle, finalmente consiguieron una mesa y pidieron dos capuccinos y dos tostadas con aguacate y huevos revueltos. El desayuno parecía estar yendo bien hasta que el camarero solicitó que se cambiaran de mesa.

La petición del empleado, aparentemente para dar cabida a un grupo más grande, se hizo en un área menos cómoda y ruidosa del local, lo que generó cierto descontento: «Le hacemos el favor pese a que el cambio es a una mesa má ruidosa que está más cerca de la puerte y donde hace más frío».

Terminan llamando a la policía

Sin embargo, el conflicto llegó a su punto álgido cuando uno de los amigos sacó su ordenador portátil para mostrar algunos diseños. El camarero se acercó y les informó que no estaba permitido el uso de ordenadores en el local, argumentando que era una medida para garantizar la rotación de mesas: «Nos íbamos a ir ya. Me acuerdo entones de unos diseños que he hecho y que quiero enseñarle a mi amigo. No los tengo subidos a la nube así que no se los puedo enseñar en el móvil, y saco el portátil, que no he dejado en el coche por motivos obvios, para enseñárselos».

Es entonces cuando se produce el punto de inflexión: la negativa del camarero a permitir el uso del ordenador provocó una tensa discusión, en la que se mencionó la falta de aviso en la entrada del local sobre esta restricción: «Yo ya me pongo a recoger para irme porque me están tocando la moral. Pero a mi acompañante no le parece bien y pide la hoja de reclamaciones».

Tras esto, llega la encargada y tras volver a pedirle la hoja de reclamaciones se arma el escándalo: «le decimos que muy bien, pero que no vamos a discutir, que nos traiga la hoja de reclamaciones, le hago una foto al QR. Entonces se pone hecha una hidra, nos quita el QR estampándolo contra la mesa, y nos encara mientras nos dice que se está enfadando y que no va a traernos la hoja de reclamaciones».

En este momento es cuando la tuitera se harta y decide llamar a las autoridades: «Entonces digo que voy a llamar a la policía. Y sale y llama ella. Y vuelve y nos da la hoja. Luego los policías nos han dicho que hemos sido poco hábiles. Que no hay que decir nada. Solo llamarles para que cuando lleguen se vea que no han entregado la hoja».

A pesar de que finalmente este incidente se resolvió con la presentación de la reclamación, deja en el aire la cuestión de si es legítimo prohibir el uso de ordenadores en un establecimiento sin advertirlo claramente en la entrada.

«Íbamos a salir a hostias»

En una era en la que la tecnología es omnipresente y muchas personas utilizan sus dispositivos electrónicos para diversos fines, desde el trabajo hasta la educación, esta prohibición plantea interrogantes sobre la flexibilidad y la adaptación de los negocios a las necesidades cambiantes de sus clientes.

En este caso particular, la negativa del camarero a permitir el uso del ordenador dfue el detonante de un conflicto que llegó a involucrar a las autoridades. Algunos argumentan que la restricción estaba justificada por la necesidad de mantener la rotación de mesas en un establecimiento con alta demanda. Sin embargo, otros sostienen que, dado que no se informó claramente a los clientes en la entrada, la política del local resulta excesivamente restrictiva y, en ciertos casos, poco amigable con los clientes.