Algunos años hago el cambio de armario solo para poder escribir después una columna sobre el cambio de armario. La cosa se retrasa cada vez más. Antaño, por mediados de septiembre ya había que ir desempolvando el abrigo, guardando los bañadores, encerrando las camisetas, resucitando los calcetines. Ahora si te descuidas, en algunas latitudes el frío es una entelequia que sirve para dar conversación: a ver si llega el frío, qué calor para esta época del año. O para chistes: este año el invierno cae en jueves. Las playas y piscinas han estado llenas en octubre y los bañadores se iban resistiendo a la pena de cajón. Dice Virginia Woolf en su libro ‘De viaje’ (Nórdica), un diario sobre sus zascandileos por el interior de Inglaterra, Italia, Grecia y España, que «a veces hace un frío de esos que luego se te olvida». A nosotros lo que no se nos olvida es el calor pero sí la manera de escribir el apellido de esta escritora, siempre tiendo a ponerlo con una o de más, Wooolf, como si fuera un grito, un cántico de gol prolongado y extraño. Manías de la mente de uno, taras del subconsciente. No sabemos el cambio de armario que haría Woolf, que más bien iría cambiando de coche y de tren, de autobús. La anotación del tiempo es una constante en el volumen con predominio tal vez de la descripción de fríos, humedades, ventiscas y lluvia. No te deja frío su prosa.