Manolo nació de Getxo, muy cerca de Bilbao. Ha dedicado cuarenta años de su vida al oficio de maquinista. Son 39 años, 12 meses y nueve días exactamente en el momento que nos cuenta su historia. Un tiempo en el que las anécdotas se han sucedido sin parar. Manolo las recuerda con cariño mientras se adentra en lo que más ama: una salida a la montaña con sus amigos, los ferroviarios de corazón, que le han acompañado durante toda su vida laboral, porque no podría ser de otra manera.


La historia de Manolo y sus compañeros ferroviarios es la historia de toda una vida entre máquinas, plataformas y vías, pero, sobre todo, es la historia de los viajeros.

Después de todos estos años, Manolo tiene mil historias que contar, y en cada una de ellas hay un detalle especial que hace que su rostro se ilumine. Recuerda con emoción aquel día en el que quedaron atrapados en plena montaña por una fuerte nevada, y alguien del pueblo más cercano caminó un largo trecho entre la nieve para llevarles bocadillos y algo para beber. Tampoco olvidará jamás esa vez en la que vio correr a su compañero Antonio como nunca antes lo había hecho, cuando empezó a perseguirle un perro enorme que se había escapado de un caserío cerca de Zumárraga. Después de un buen rato corriendo, tuvo que subirse a una plataforma durante media hora hasta que apareció el casero y pudo coger al animal. Años después, los compañeros se siguen riendo al recordarlo.

Pero hay una historia que guarda en su memoria con especial ternura en su corazón. Fue el día en el que, al terminar su jornada, en la estación de Donostia, Manolo encontró un sobre junto a la cabecera del tren. Dentro había una gran cantidad de dinero en efectivo y la foto de una pareja de ancianos con la que parecía ser su hija y sus dos nietos, y en el reverso escrito, “León, agosto 2023”. Pero no venía ningún dato más. ¿Cómo resolvieron la situación? Comentó lo sucedido con sus compañeros y, entre todos, decidieron buscar cada día entre los viajeros a la pareja. Al cabo de tres días, reconocieron esas caras ya casi familiares y consiguieron devolver el sobre, en concreto fue él quien se tropezó con la pareja en el andén, junto a la locomotora. El dinero, efectivamente, era para para el cole de los niños, Gema y Fran. Con un gesto de orgullo y emoción, este jubilado sonríe, seguramente con la imagen de los ancianos en el momento de devolver el dinero, que tanta falto necesitaban.

Es el amor por su trabajo lo que todavía hoy, que ya están jubilados, les une y les hace compartir tiempo juntos, en escapadas a su amada montaña donde pueden seguir disfrutando de las cosas sencillas del devenir la vida. La camaradería y el compañerismo entre ellos es tan fuerte como el sonido del tren que atraviesa los rieles. Han compartido alegrías y desafíos a lo largo de los años, y cada anécdota se ha convertido en una joya que atesoran en su memoria.

Manolo y sus compañeros saben que no solo han transportado pasajeros de un lugar a otro, sino que también han sido testigo de historias únicas y desde una locomotora, guiando a las personas hacia sus destinos, han dejado huella en las vidas de los viajeros y quienes les esperaban (o despedían) en el andén. Incluso ahora, en su jubilación, continúan reuniéndose y compartiendo momentos juntos.

La historia de Manolo es, además, un testimonio del amor y la dedicación a una profesión, y cómo esa pasión puede trascender el tiempo y unir a personas incluso más allá de su jubilación. Manolo y sus amigos son una prueba viviente de que el trabajo puede convertirse en algo más que una rutina diaria, puede ser una fuente de alegría, compañerismo y recuerdos para toda la vida vinculada… a Renfe.