«Fijaos bien. Miradnos, aquí, ahora. Desde dónde hemos venido y, si Dios quiere, hasta dónde llegaremos». Así empezaba su discurso el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ante un anfiteatro de estudiantes recién graduados en Teología, en 2019, en Ankara. Ante él, la mayoría de su Gobierno, jóvenes con barbas incipientes y mujeres, todas cubiertas por el velo islámico. «Se me criticó por decir hace unos días que queríamos una nueva generación religiosa, que la estamos creando. Pero hoy lo repito: si Dios quiere crearemos una nueva generación de jóvenes religiosos, junto a todos vosotros», continuó Erdogan, cuyo discurso fue aplaudido en la sala, pero fuera de ella fue duramente criticado.

El motivo está en la historia del país, que este domingo celebra su centenario. El 29 de octubre de 1923, después de años de ocupación de Estambul y de la Guerra de Independencia, Mustafá Kemal Atatürk —en ese momento aún no se llamaba Atatürk, apellido que significa ‘el padre de los turcos’— declaró al mundo la creación de la nueva República de Turquía, que fue una ruptura con todo. Atatürk derrocó al sultán del Imperio Otomano y su régimen religioso e instauró una nueva república basada en el modelo francés y su laicidad nacionalista

Esta ideología —una absoluta novedad en Turquía— recibiría el nombre de ‘kemalismo’, y fue la religión absoluta e inamovible del país anatolio, varios golpes de estado militares mediante, hasta 2002, cuando llegó al poder el actual presidente turco, Recep Tayyip Erdogan.

Erdogan, desde entonces, libra una batalla para remodelar el país entero y deshacer, en parte, lo que hizo Atatürk hace 100 años. «El AKP, el partido de Erdogan, ha conseguido cambiar la percepción del pasado y romper con esa idea de ruptura histórica que supuso la creación de la república» explica Carlos Ortega, doctorando por la Universidad de Estambul y especialista en la ideología que busca ahora inculcar Erdogan: la unión entre el islamismo y el nacionalismo.

«Erdogan utiliza la política de la memoria, busca reconstruir la percepción social del pasado otomano, que era visto como algo malo, contrarrevolucionario, para convertirlo en algo positivo, deseable«. Hasta ahora ha sido muy efectivo: Erdogan, en las elecciones, se exponía a sí mismo a la misma altura que Atatürk, algo que antes no era capaz de hacer.

Décadas en el poder

A pesar de que su sistema le sobrevivió, Atatürk duró 15 años en el poder en Turquía. Murió con 57 años, aquejado de cirrosis. Erdogan, en cambio, lleva 21 años en el cargo, y con 69 años y tras las elecciones de esta primavera, aún le restan cinco años más en la presidencia turca para culminar su contrarrevolución cultural y crear así una «nueva generación religiosa».

Pero toda acción tiene su reacción, y muchos expertos consideran que a pesar de que la guerra política ha sido ganada, Erdogan está perdiendo la batalla cultural. «Turquía se está volviendo cada vez más laica e irreverente, y la población es cada vez más crítica con la autoridad y el sacralismo, ya sea político o religioso», asegura Selim Koru, miembro del ‘think tank’ turco TEPAV. 

«Si se pasa tiempo en las grandes ciudades se puede ver que Erdogan ha perdido la guerra cultural. Hace 20 años [cuando Erdogan llegó al poder], la moral y la religión eran equivalentes. Ahora ya no es así: la religión ha perdido su poder de influencia en la sociedad«, continúa el experto.

Este proceso ya lo vivió España durante y después de la Transición: el nacional-catolicismo franquista dejó paso a un movimiento de liberación social y religiosa que aún vive. 

«Creo que Erdogan no ha conseguido conquistar a la juventud turca, pero sí polarizarla —considera Ortega—. Hay una parte ahora que es mucho más radical que antes. El movimiento de Erdogan no se ha hecho con toda la juventud, de hecho parece que incluso la ha perdido, pero ha creado una parte completamente radical que considera a la otra casi terrorista».