Me he tatuado una catrina en la espalda, es el icono del día de los Muertos en México, día en el que cumplo años.
Si hay una certeza en esta vida, es que nos vamos a morir, y es una lástima que vivamos de espaldas a este hecho. Será por la cultura judeocristiana que hemos recibido, al menos mi generación. La muerte se esconde, se tapa, parece que si no la nombras no existe y por mucho que queramos ocultarlo, todos vamos a pasar por ahí. ¿No será mucho mejor vivir con naturalidad que la muerte forma parte de la vida? México vive a sus muertos con naturalidad, alegría y celebración de quienes fueron en vida. El color, la música y la comida se entregan en forma de ofrendas a los que ya no están, es una manera hermosa de acordarnos de nuestros seres queridos.
Esto de la vida pasa muy rápido, demasiado. Voy a llegar a los 46 con vértigo y un poco cabreada. Alguien debería avisar de que un día todo se acelera: los días, los años, las horas. Y cuando te quieres dar cuenta, los 50 te saludan a lo lejos. Pienso en mi madre cuando tenía mi edad, y no sé si les pasa, pero no me veo como a la mujer que veía en ella. Será que tengo el síndrome de Peter Pan, me enfada crecer y que la vida no pare en el momento de plenitud. Solo quiero disfrutar y saborear lo bien que nos sentimos las mujeres a determinada edad, cuando queremos comernos el mundo, y disfrutar de en quién nos hemos convertido: mujeres que nos miramos al espejo y aceptamos lo que vemos. Tiene tanto de bueno cómo de malísimo si miramos atrás y nos echamos las manos a la cabeza por las equivocaciones, los errores…
No es grave, solo atravieso una crisis de esas que sufres tras una ruptura, una mudanza y una vorágine de trabajo de muchos meses. Cómo decía Santa Teresa y mi madre: «Nada te turbe nada te espante, todo pasa».
Hablaba con Ray Loriga sobre su última novela, Cualquier verano es un final. Un baile de dos amigos con la muerte, una historia de amor y amistad sin etiquetas. Uno acaba de sobrevivir de un tumor cerebral a duras penas, y el otro quiere morirse en plenitud, porque lo que viene por delante es una mierda. Y qué quieren que les diga, pienso lo mismo, pero descuiden, que no quiero morirme. Dice Loriga, que «la muerte es una mierda y la vida también, pero mejor, porque puedes dar un beso o tomarte una caña con un amigo». Sabías palabras de alguien que ha estado a punto de morir y que tras lo sucedido ha escrito esta novela que les recomiendo y espero disfruten tanto como lo he hecho yo. Poder charlar con él en la Biblioteca Regional, mientras nos tomábamos unas Estrellas de Levante, ha sido uno de esos regalos que guardar y que seguro me hará sonreír con el paso del tiempo al recordarlo.
Hemos cambiado la hora, oscurece antes. No me gusta, me entristece, no quiero dormir una hora más, quiero más horas de luz.
Con la catrina son 32 tatuajes, sigo contando mi historia a través de mi piel. Sigo disfrutando del ruido de la aguja, de mis charlas con Alex mientras me tatúa y damos un repaso al mundo. Los miércoles se han convertido en mi nuevo día favorito, ese en el que me vacío en terapia y siento que cada día todo pesa menos.
He vuelto a bailar. Me he emocionado en el teatro, despidiendo a Nuria Espert y conectándome con la historia de cinco mujeres, en La Isla del Aire. Acabé a lágrima viva, abrazándome a Eugenio y brindando con vino por el regalo que la Espert nos había dado. He vuelto al mar, me he bañado. Llamo cada mañana a mamá para darle los buenos días y escuchar cómo se encuentra, después voy a verla, decirle que la quiero, darle un beso con ruido y sentarme a su lado.
Llega noviembre, los turrones ya están en los lineales y la vida sigue pasando rápido.
Celebraré la vida, un año más, siendo más consciente de lo rápido que pasa, sin olvidar que todo un día se acaba.