La paz, tal y como la conocemos en Europa, nunca ha existido en Israel y Palestina. Ha habido algunos períodos de violencia de baja intensidad o larvada. En otros, los más frecuentes, el conflicto se volvía sangriento y mortal, y alcanzaba altas cotas de crueldad. Ha habido cinco grandes campañas de bombardeos israelíes contra Gaza, atentados de Hamás contra autobuses, guerras con los países árabes, intifadas o alzamientos populares… Incluso los períodos de paz aparente, en que el asunto desaparecía de las televisiones occidentales, en Cisjordania y Gaza continuaba la represión sistemática y el bloqueo.
Pero también han existido cortos lapsos de tiempo en que la paz ha parecido posible. El más evidente fue tras los Acuerdos de Oslo de 1993. El israelí de izquierda laborista Isaac Rabin y el histórico líder palestino, Yaser Arafat, fueron a Washington a sellar el acercamiento con un apretón de manos bajo la mirada de un Bill Clinton sonriente.
«En ese momento, cuando se firmaron esos acuerdos y comenzaron los primeros movimientos de retirada del Ejército israelí de las zonas ocupadas, había euforia entre la población palestina. Recuerdo sobre todo la ciudad de Belén [en la Cisjordania palestina]: la gente salía a la calle y lanzaba flores, y gritaba de alegría con el clásico cántico árabe», explica a El Periódico de España, del grupo Prensa Ibérica, Teresa Aranguren, que vivió como periodista todo aquel proceso en persona. «Realmente pensaron que era el fin de la ocupación. Se decía que en el plazo de cinco años iba a terminar el proceso, con la formación de un Estado palestino en Cisjordania y Gaza y Jerusalén Oriental».
La Organización para la Liberación de Palestina, el grupo armado en el exilio, renunciaba a la lucha armada. A cambio, Israel permitiría el regreso de su líder, Yaser Arafat, que entró en Palestina por Gaza, antes de marchar a Ramala, muy cerca de Jerusalén, para establecer allí la Autoridad Nacional Palestina, que debía ser el embrión de un futuro Estado palestino. A cambio, se emprendía un camino de cinco años para negociar un acuerdo permanente. Se dejaban sin resolver asuntos claves, como la presencia militar israelí en Cisjordania, el retorno de los palestinos expulsados por Israel el siglo pasado, el desmantelamiento de las colonias israelíes o el estatus de Jerusalén.
Oposición de Hamás y asesinato de Rabin
La euforia popular duró poco tiempo. La población palestina estaba entregada. Al menos dos tercios apoyaban la iniciativa de paz, según las encuestas de la época. Pero tanto el Frente Popular de Liberación de Palestina, un grupo marxista, como la incipiente organización islamista Hamás, consideraban que se cedía demasiado y que no había garantías de que las propuestas se cumplieran. El acuerdo se basaba en la buena voluntad y la idea era crear primero una dinámica de diálogo, e ir viendo.
En el lado israelí había aún más división. Isaac Rabin era pintado como un neonazi en los carteles de las nutridas manifestaciones contra el acuerdo. Líderes de derechas, entre ellos el actual primer ministro, Benjamin Netanyahu, jaleaban a las multitudes ultraortodoxas y ultranacionalistas.
La ira cuajó. El 4 de noviembre de 1995, tras una manifestación en apoyo de los Acuerdos de Oslo, el ultranacionalista judío Yigal Amir se acercó a Rabin en la Plaza de los Reyes de Israel de Tel Aviv y le disparó tres veces con una pistola semiautomática hasta que lo mató. Yaser Arafat fue clandestinamente a darle el pésame a la viuda del primer ministro asesinado, Leah Rabin. Los sectores más radicales del sionismo habían conseguido acabar con la visión pragmática de Rabin, que visualizó la necesidad de un cambio de rumbo en el futuro de Israel, lejos del uso eterno de la fuerza para garantizar su seguridad. «¡Basta de sangre y lágrimas!«, había gritado el político israelí ante el mundo.
Año y medio después, Benjamin Netanyahu alcanzó el poder y declaró los acuerdos papel mojado. Desde entonces, la vida de los palestinos ha ido sistemáticamente a peor: más bloqueo, menos movimiento, menos territorio. Gaza, totalmente aislada y empobrecida y Cisjordania, reducida a una serie de enclaves aislados en un mar de asentamientos ilegales israelíes. La Jerusalén árabe, mientras, vive un plan sistemático de expropiación de casas palestinas, que se entregan a colonos judíos.
Hoteles para turistas en Gaza
«Recuerdo que estuve en Gaza allá por 1996, ya con Netanyahu en el poder. Me alojé en un hotel de la playa gazatí, el Riviera. Había cuatro o cinco hoteles estupendos, pensados para el turismo», rememora Aranguren. «Había ricos palestinos que vivían allí o fuera y que iban de vacaciones. Empezaron a invertir bastante en Gaza, pensando en que la paz podría ser el comienzo a una nueva etapa en la que podía florecer el turismo. Pero cuando yo fui ya estaban vacíos. Yo era la única huésped».
Hubo oportunidades posteriores para la paz, pero ninguna cuajó. En 2000, el propio Bill Clinton volvió a intentarlo en la cumbre de paz en Camp David (una de las residencias del presidente de Estados Unidos) con el entonces primer ministro laborista israelí, Ehud Barak, y el palestino Arafat. No se logró alcanzar un acuerdo definitivo.
El siguiente intento más o menos serio fue la Conferencia de Annapolis (Estados Unidos) de 2007. Esta vez, eran dos líderes de derechas, George W. Bush y Ehud Olmert, los que se vieron con Mahmoud Abbas, que sustituyó a Arafat tras su muerte en extrañas circunstancias y sigue siendo hoy el líder de la Autoridad Nacional Palestina. Olmert había librado el año pasado una cruenta guerra contra Hezbolá en Líbano, pero había corregido el rumbo posteriormente y se había acercado al líder palestino, al que incluso recibió como un jefe de Gobierno más en la residencia oficial de Jerusalén.
Pero Olmert se hundió en popularidad, en parte por campañas orquestadas por la derecha israelí y amplificadas por medios de nueva creación apoyados por el millonario estadounidense Sheldon Adelson. Pocos años después, fue condenado por corrupción, y llegó a entrar en la cárcel.
Desde Annapolis no ha habido ningún intento serio de paz entre israelíes y palestinos.