A algunos activos les gusta viajar de la mano. Pero el precio del oro se ha movido normalmente en dirección opuesta a los rendimientos reales (es decir, ajustados a la inflación) del Tesoro estadounidense. Están «inversamente relacionados», es decir, cuando los rendimientos reales suben, el oro tiende a bajar, y viceversa.

Esta relación tiene sentido si se analizan detenidamente los dos factores que influyen en los rendimientos reales: (1) los rendimientos de la deuda pública y (2) la inflación.

Cuando suben los rendimientos nominales, aumenta el «coste de oportunidad» de custodiar el oro (en vez de bonos): al fin y al cabo, el oro no genera ingresos. Por tanto, el metal precioso resulta menos atractivo cuando los bonos ofrecen mejores rendimientos, lo que provoca una caída de su precio. Pero cuando la inflación aumenta, ocurre lo contrario. Dado que las divisas tradicionales emitidas por los gobiernos (y los futuros pagos de los bonos) pierden valor cuando suben los precios al consumo, los inversores empiezan a buscar oro por su estabilidad y el valor que aporta su oferta limitada.

Así es como suele ocurrir. Pero esa relación inversa se ha roto desde la enorme subida de los rendimientos reales que comenzó a principios del año pasado. Hay varias razones que lo justifican:

En primer lugar, la demanda de oro se ha visto respaldada por la actividad compradora récord de los bancos centrales, ya que algunos países diversifican sus reservas para reducir su dependencia del dólar.

En segundo lugar, el oro ha experimentado un aumento de la demanda por parte de los inversores chinos, que se enfrentan a una crisis inmobiliaria, una caída del yuan y un desplome de los rendimientos. En Shanghai, el precio local del oro se disparó el mes pasado, alcanzando en algunos momentos una prima récord sobre los precios internacionales de más de 100 dólares la onza, frente a una media en la última década de menos de 6 dólares.

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En tercer lugar, la percepción del oro como activo refugio ha aumentado su atractivo recientemente, dada la creciente volatilidad geopolítica y económica. El precio del metal precioso subió hasta un 10% este mes, alcanzando un máximo de cinco meses, al estallar un nuevo conflicto en Oriente Medio. Y con los bancos centrales subiendo agresivamente los tipos de interés, una medida que suele agitar las aguas financieras, no es de extrañar que los inversores se hayan agarrado a esta salvaguarda metálica.

Por supuesto, el hecho de que el oro haya roto su relación habitual con los rendimientos reales podría sugerir que algo no va bien: es posible que se haya adelantado a los acontecimientos y podría estar listo para una corrección. Y con los bonos y los activos equivalentes al efectivo (como los fondos del mercado monetario) ofreciendo rendimientos tan atractivos, tiene sentido preguntarse si el oro es el mejor activo defensivo que se puede poseer en estos momentos. Pero, con el sistema financiero navegando por terrenos más inestables, las decisiones de los bancos centrales arrojando sombras sobre sus divisas, los riesgos geopolíticos en aumento y una recesión aún en ciernes, el oro sigue siendo un claro amortiguador. Así que, aunque el metal no parezca una ganga en estos momentos, mantener algo de oro en nuestra cartera podría no ser una mala decisión.