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El sanatorio embrujado de un pueblo de Galicia

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Cuando la tuberculosis aún carecía de vacuna y miles de personas se contagiaban y morían cada año se crearon unas casas de curación donde los enfermos se alejaban de sus familiares para evitar contagiarlos y donde una vida calmada, con un aire puro y una atención médica constante, comenzó a paliar la masacre.

Europa se llenó de sanatorios en las montañas, algo alejados de la civilización, y en España empezó a ocurrir lo mismo. Cuando en la ciudad de Coruña supieron de aquella solución quisieron copiar el modelo. Pensaron en crear un lugar donde alojarles, sin contaminación, alejados de casi todo pero con una buena comunicación. Encontraron todo lo que buscaban en O Paraxón, a unos 30 kilómetros de la ciudad, en un alto y espeso bosque donde el aire no podía ser más puro y adonde se podía llegar perfectamente por carretera.

Le pidieron al arquitecto del momento que se encargase del proyecto. Rafael González Villar fue el elegido para imaginarlo y llevarlo a cabo. Lo pensó con dos edificios de tres plantas unidos por otro de una sola planta; con uno para las camas y otro para la parte médica. Con terrazas que daban al bosque con unas baldosas de damero en rojo y blanco, con la fachada a su estilo modernista, con ese toque regionalista que tantas alegrías le había traído hasta entonces. Porque González Villar había sido el encargado de lugares tan emblemáticos como el Kiosco Alfonso, la Casa Molina o el Cine Avenida de Coruña, o la sede de la Banca Núñez de Betanzos.

Para poder hacerlo tuvieron que pedir donaciones y los más espléndidos fueron los emigrantes gallegos en La Habana y México que aportaron a través de las casas regionales gran parte del dinero. La otra se recaudó en la fiesta de la Flor de Coruña.

Empezaron a construirlo en 1927 en lo que llamaron Parque do Sanatorio, donde había hasta un manantial de agua fresca y cristalina. Estuvieron trabajando durante cuatro años en uno de los edificios de los laterales y en el que iba a hacer de nexo, pero en 1931 la falta de fondos provocó que se paralizase la construcción y la llegada, cinco años más tarde, de la Guerra Civil lo abandonó a su suerte. Jamás llegó a entrar un solo enfermo de tuberculosis, aunque sí que llevaron a muchos a dar paseos por sus alrededores.

Sanatorio de Oza-Cesuras antes de la reforma. JAVIER G.GALLEGO

Se quedó completamente abandonado, quedando en medio de dos localidades, Oza y Cesuras, y pudiéndose ver desde la carretera que las une. Pasó del blanco al gris y la vegetación comenzó a usar sus suelos como hospedaje. Fue víctima de cientos de visitas que dejaron sus paredes llenas de grafitis. También se convirtió en un lugar tenebroso al que se iba casi a modo de conjuro y al que se le pegó el adjetivo «embrujado» durante muchas décadas.

En 2007, tras analizar el edificio y ver su calidad y su autoría, pasó a engrosar la Lista Roja del Patrimonio español. Cesuras, a donde pertenecía, no tenía la fuerza económica para hacerse cargo, pero en 2013 se fusionó con Oza dos Ríos y el alcalde de ambos, Pablo González Cacheiro, comenzó a trabajar para que el sanatorio del terror volviese a la grandeza que había tenido incluso sin terminar en 1930.

Para ello tuvieron que presionar y presionar, buscar fondos para una reforma que no era barata y que implicaba devolver a la vida a un edificio emblemático del que aún no sabían su uso futuro. «Hubo una labor inicial de ver de dónde venía y qué es lo que se iba a llevar a cabo. La intención fue siempre recuperar el patrimonio, estudiar cuáles eran las características de la edificación de González Villar, los valores a recuperar. Hicimos una investigación y todo lo que pudimos mantener lo hemos mantenido. Los muros cortantes, las fachadas…», explica Antonio López Rodríguez, uno de los arquitectos que se ha hecho cargo del proyecto que esperan terminar pronto.

«El edificio en sí mismo tiene un valor importante, es un bien de interés cultural. Estaba en muy, muy mal estado. La envolvente exterior estaba algo mejor, y es lo que te permite leer lo que es el edificio, pero por dentro…», añade. «Sí que es cierto que cuando empiezas a trabajar tienes que plantearte que se trata de recuperar y poner en valor algo que ya lo tiene. Te das cuenta de que era una edificación importante incluso antes de hacer el estudio. Las alturas, cómo drenaba, cómo estaban orientadas las terrazas…», explica. También que aquí lo importante como arquitecto es desaparecer. «No tener ningún afán de protagonismo, hacer una intervención muy tranquila, no inventar nada porque no lo necesita», asegura.

Para ello realizaron una investigación concienzuda de la planimetría original, de las carpinterías, hasta de las baldosas. «Hemos respetado el material original, que era una carpintería de madera muy característica, francesa, adaptándola a las necesidades actuales. También la estética de las baldosas, de las que nos encontramos muchas muestras antiguas y las encargamos iguales y hechas con la misma técnica, respetando el diseño y la gama cromática», asegura.

Escalera de caracol para subir a la última planta.

Confiesa que lo que no han podido mantener son los elementos de comunicación. «Hubo que añadirlos con una vocación de reversibilidad. Las escaleras metálicas y la escalera de caracol tienen una intención distinta a la del edificio primario, que era muy masivo. La tectónica del edificio es muy potente y las escaleras se diseñaron con otra vocación».

Algo similar a lo que ocurrió con las cubiertas. «Sabíamos la forma que tenían las cubiertas originales, con una herencia árabe, con una especie de punta hacia arriba. Lo que hicimos fue sustituir la técnica de la teja por cinc, que es más duradero y que está ya muy probado, y así podíamos respetar la alturas y las pendientes originales», explica sobre esa última parte de la obra que en total les ha llevado un año y medio y en la que no han tenido sobrecostes. Y de la que asegura no habría sido posible sin la calidad del edificio. «Esto llevaba casi 100 años abandonado y los cimientos seguían aguantando, hay que decir que el trabajo que se hizo fue impecable».

Por su parte, el alcalde de Oza-Cesuras lleva años pensando en qué hacer con el sanatorio, en qué convertirlo y en qué uso darle. «Se ha reunido varias veces con los vecinos para posibles propuestas y siempre nos ha pedido un espacio donde se pueda hacer una lectura de la planta muy clara, sin particiones y con espacios abiertos», asegura el arquitecto.

En la planta baja queremos hacer, aunque esto requiere de una actuación más fuerte y de mayor financiación, un albergue para 40 personas»

ALCALDE DE OZA-CESURA

«Queremos que la primera y la segunda planta, la del mirador, sean multiusos, para exposiciones y otro tipo de actividades. En la planta baja queremos hacer, aunque esto requiere de una actuación más fuerte y de mayor financiación, un albergue para 40 personas», explica el alcalde y hace hincapié en que aún se encuentra en la primera fase. «Los techos y el suelo serán iguales a los que tenía y tenemos que ver qué hacemos con las paredes pero por dentro será de estilo industrial, en contraposición con el estilo modernista de fuera», aclara.

También recuerda que se abrirá sólo cuatro meses al año. «Es imposible de calentar con esos techos tan altos y esos espacios tan grandes», asegura y añade que quiere que también sea un lugar donde los alumnos de los colegios de la zona puedan pasar una semana o diez días. «Esto nos va a dar mucho juego al pueblo, aunque ya venía mucha gente por el miedo que daba», comentan algunos vecinos de Oza-Cesuras.