Las policrisis de los últimos cuatro años, empezando por la pandemia de coronavirus y terminando por la guerra en Ucrania, han agotado el margen de flexibilidad del marco presupuestario europeo. Para continuar ayudando a Kiev financiar las crecientes necesidades europeas en inmigracióncompetitividad o simplemente pagar los intereses de la deuda toca poner más dinero en la hucha comunitaria. Bruselas propuso en junio a los gobiernos que aumentaran el presupuesto en 100.000 millones -66.000 millones en dinero fresco y el resto en préstamos- algo que está lejos de generar unanimidad entre los Veintisiete. El tiempo apremia -necesitan un acuerdo sobre la revisión para diciembre- y lo único que genera un cierto consenso entre los jefes de Estado y de Gobierno de la UE, pese a los reproches de socios como Hungría y Eslovaquia, es dar más dinero a Ucrania.

«Ucrania es una prioridad y lo seguirá siendo», ha insistido el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, tras la cumbre de líderes europeos celebrada este jueves y viernes en Bruselas en la que la guerra en el país eslavo, por primera vez desde hace meses, ha pasado a un segundo plano superada por la catástrofe humanitaria que vive Palestina y la petición de los líderes de la UE de establecer «corredores humanitarios» y «pausas» para que entre la ayuda en Gaza. «Pese a las tensiones geopolíticas en Oriente Próximo nuestro foco sigue estando en apoyar a Ucrania. Seguiremos suministrando las armas y munición que necesiten y alivio financiero», ha garantizado la presidencia de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Hasta ahora los países europeos han entregado a Kiev 83.000 millones de euros. La propuesta de Bruselas, en el marco de la revisión del marco presupuestario para el período 2024-2027, es conceder otros 50.000 millones para los próximos cuatro años. 

Una propuesta que suscita un apoyo «mayoritario» aunque ciertas reservas también al mismo tiempo. «Sobre Ucrania he sentido mucha unidad. Prácticamente todos los países están de acuerdo en que debe continuar el apoyo», ha asegurado el primer ministro de Bélgica, Alexander de Croo. Esta unidad, no obstante, tiene algunas fisuras. «Ucrania está entre los países más corruptos del mundo y estamos condicionando lo que es un apoyo financiero excesivo a garantías de que el dinero europeo (incluido el eslovaco) no será malversado», ha avisado el recién elegido primer ministro de Eslovaquia, Robert Fico, que en campaña electoral arremetió, lo mismo que el húngaro Viktor Orbán, contra la estrategia de sanciones europeas contra Rusia y prometió poner fin al apoyo militar a Ucrania. 

«Ninguno de los dos ha rechazado la posibilidad de aportar ayuda a Ucrania, incluso a largo plazo. La cuestión es qué tipo de ayuda y cómo se asegura la UE de que se utiliza de forma eficiente», ha explicado el primer ministro búlgaro, Nicolai Denkov. «Si no ayudamos a Ucrania, ¿cuál es la alternativa? Realmente, Rusia ganaría y qué ocurriría después? (…) Tenemos que discutir más», ha recordado la primera ministra de Estonia, Kaja Kallas. Más que las prioridades el problema es de dónde sacar el dinero. Bruselas quiere que los gobiernos pongan más dinero en la hucha. La mayoría de los Estados miembros quieren que Bruselas se ate el cinturón y busque la financiación dentro de las partidas no utilizadas. 

Sanciones a los diamantes

De momento los líderes han avalado los planes de Bruselas de utilizar los activos rusos inmovilizados para la reconstrucción de Ucrania -lo acordaron políticamente en marzo del año pasado- y han pedido a la Comisión Europea que presente propuestas legislativas. Actualmente solo del Banco Central de Rusia hay inmovilizados en la UE activos por valor de 211.000 millones que generan beneficios que podrían desviarse a financiar la reconstrucción. Los países bálticos, Polonia o los nórdicos llevan meses presionando para canalizar ese dinero a Kiev ante las dudas y prudencia del Banco Central Europeo y capitales como Berlín.

Además, Bruselas continúa trabajando en la duodécima ronda de sanciones contra Rusia que incluirá, según ha confirmado Von der Leyen, restricciones, en coordinación con los países del G7, contra los diamantes rusos para seguir ahogando financieramente al Kremlin. Se trata de una medida que se había salvado hasta ahora y que afecta muy particularmente a Bélgica y a la ciudad de Amberes, uno de los epicentros mundiales en el comercio de estas piedras preciosas. La nueva ronda, como las anteriores, requerirá de la unanimidad de los Veintisiete, incluidas Eslovaquia y Hungría, cuyo primer ministro ha vuelto a dejar claro en esta cumbre que considera errónea la estrategia de la UE hacia Rusia y hacia Vladímir Putin, con quien se reunió recientemente en Pekín -el primer dirigente europeo en hacerlo desde la invasión de Ucrania- para disgusto de algunos dirigentes europeos.

«Rusia y Hungría tienen un vecino común llamado Ucrania y tenemos una estrategia de paz. Nos gustaría mantener abiertos todos los canales de comunicación», se defendía el jueves el primer ministro húngaro. «A Orbán le he dicho públicamente en la mesa que respeto a todos los jefes de Estado y de Gobierno. No vamos a prohibir a un jefe de Estado o de Gobierno ver a uno u otro dirigente. Lo que pido, por respeto y lealtad, es que haya una coordinación», ha avisado el presidente de Francia, Emmanuel Macron, que ante las críticas de Orbán a Bruselas ha sido rotundo: «Hay una diferencia fundamental, Bruselas no ha invadido Hungría. Hungría ha decidido soberanamente unirse a nuestra Europa y se ha beneficiado mucho (…) Si confundimos un acto soberano con un acto de dominación militar es grave», ha añadido.