Derliz Ramírez empezó a trabajar a los 17 años dando clases en una escuela para adultos y, sin embargo, hoy a sus 67 años no tiene el tiempo cotizado suficiente para jubilarse. «Cada día cuando bajo a la calle veo a una vecina, que debe tener pocos años más que yo, sentada en la terraza de un bar tomándose un café al sol. Ya debe estar jubilada. La miro y me da una alegría…», cuenta desde la envidia sana. 

Derliz se cruza a su vecina de camino a su trabajo, que ahora mismo es buscar trabajo. Algo que en España no es fácil para muchos y cuya dificultad aumenta con la edad. «La esperanza yo no la pierdo», afirma, con verbo ágil y mirada decidida esta pedagoga con más de tres décadas de experiencia.

«Nada más llegar a la entrevista me dijeron que no tengo edad ni para limpiar escaleras»




Lleva la mano vendada, por una lesión reciente en el túnel carpiano, que se suma a algún otro achaque propio de la edad. «Traté de buscar empleo cuidando ancianos, pero el médico me lo prohibió. No puedo levantar peso», cuenta. Hace poco tuvo una entrevista en una empresa de limpieza, donde el reclutador la mandó a casa nada más verla. «Me vino a decir que no tengo edad ni para limpiar escaleras«, recuerda.

Derliz Ramírez. RICARD CUGAT


El número de personas desempleadas con una edad de 65 años o más se ha multiplicado por cinco desde la crisis del 2008. Y, pese a que es todavía un porcentaje muy minoritario entre los tres millones de personas que buscan pero no encuentran trabajo, la tendencia sitúa a estos ‘súper senior’ como un colectivo al alza.

Los últimos datos de la EPA indican que hay unas 24.600 personas en toda España con 65 años o más en paro, frente a las 4.900 que había en 2008. El investigador de Fedea Florentino Felgueroso alerta de que, dada el reducido tamaño de la muestra, dichas cifras deben leerse más por la tendencia, que tomarse como una referencia cuantitativa. 

Luz Marina tiene también 67 años y se va sacando algún ingreso cuidando niños y remendando prendas de ropa a vecinos y conocidos. Gran parte de su vida se la ha pasado como costurera autónoma y hace unos años estuvo trabajando de interna en Italia, de donde se marchó a los dos años asqueada. «Un grupo de amigas se discutían para ver cuánto tiempo me encargaba de cada una, como si fuera de su propiedad. Encima pagaban muy poco. Me planté», recuerda. 

«Me siento con fuerza, pero con los años las caídas, las lesiones, tardan más en sanar y una no queda igual»


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Volvió a Barcelona para ayudar a su hija con los niños y poco antes de la pandemia trabajó cuidando ancianos en una residencia de Sant Gervasi. “Ahora no lo podría hacer. Me siento con fuerza, pero con los años las caídas, las lesiones, tardan más en sanar y una no queda igual”, afirma. Cuenta que la única entrevista de trabajo que ha tenido en el último año fue una que consiguió a través de una empresa de trabajo temporal. “Cuando me vieron llegar me dijeron que se habían confundido y ni me entrevistaron”, afirma.  

Luz Marina. Ricard Cugat


Derivadas del ‘boom’ de migrantes

Estalló la pandemia y Luz Marina se volvió a su Colombia natal, para pasar allí los primeros compases del virus. Como ella, Derliz tampoco nació en España, sino que es natural de Venezuela. Ambas llegaron ya veteranas a Barcelona una vez se reagruparon con sus hijas, que vinieron primero en busca de un futuro mejor del que hubieran tenido en sus países de origen.

Allí acumulan décadas cotizadas, pero aquí su historial es muy reducido. Lo que no les permite acceder a una pensión y les obliga a trabajar si no quieren depender de sus hijas. Si bien encontrar empleo a sus 67 años se asemeja a una ‘misión imposible’. La mitad de los parados con 65 años o más son nacidos en el extranjero, cuando entre el total de desempleados dicha proporción es de uno de cada cuatro.

“Los jóvenes no se hacen una día de lo complicado que es solo el buscar ofertas de trabajo para nosotras. Ahora se hace todo por internet y yo no estoy acostumbrada, la tecnología me atropella”, cuenta Luz. “Soy historiadora del arte, soñaba con venir a España de turista y ver esa maravilla que es la Sagrada Familia. Y llegué como refugiada. Con la pensión que cobro de Venezuela no me da ni para comprarme una caja de leche, mucho menos para homologar mi título de pedagoga”, cuenta Derliz.

Ambas han encontrado en la asociación T’Acompanyem un apoyo imprescindible, para compartir penas y la extensa experiencia que atesoran con otras personas a las que el mercado de trabajo se resiste a dar una oportunidad.  

T’Acompanyem. Ricard Cugat


La situación de Luz o Derliz es una de las derivadas de la nutrida llegada de extranjeros más jóvenes que ha sostenido durante los últimos años el ‘boom’ del empleo y que será clave para que los nacidos aquí y ya jubilados (o todavía por jubilar) sigan cobrando su pensión durante las próximas décadas, tal como reconoce el Gobierno en su último plan presupuestario mandado a Bruselas. Cuatro de cada 10 nuevos afiliados a la Seguridad Social ya son extranjeros y, a diferencia de épocas anteriores, muchos de ellos llegan altamente cualificados. Y detrás de ellos vienen, muchas veces, sus familias. 

«No sabemos cómo van a ser los inmigrantes en un futuro, si vendrán con un alto nivel educativo o no. Antes de la Gran Recesión principalmente venían hombres sin apenas estudios para trabajar en la construcción, ahora vemos muchas mujeres con una mayor cualificación y que encuentran empleo en, por ejemplo, sanidad», apunta Felgueroso, de Fedea, en conversación con este medio.

Mercado laboral envejecido 

El aumento de parados mayores es una de las consecuencias de las transición demográfica que viven las sociedades occidentales. Los ‘baby boom’, más numerosos, cumplen años y vienen seguidos por generaciones menos numerosas. Hay más senior, tanto jubilados, como trabajando, como en paro. Tanto en número, como en tasa. Hasta el punto de que en España actualmente ya hay más desempleados mayores de 50 años que menores de 30 años, según confirman los últimos datos del INE. Cuando antes de estallar la crisis financiera e inmobiliaria los segundos duplicaban en número a los primeros.

Lo que, entre otras cosas, está obligando a los servicios públicos de empleo a repensar sus métodos, ya que no tienen las mismas necesidades ni perspectivas un parado que tiene 40 años de vida laboral por delante, que uno que tiene entre 10 o 15.

Las últimas medidas adoptadas por el Gobierno van encaminadas a alargar la vida laboral de los trabajadores, incentivando que, aquellos que puedan, se jubilen a los 67 años o incluso más tarde. «En los países anglosajones ya vemos una participación mucho más elevada de las personas de más de 65 años en el mercado laboral», apunta Felgueroso. 

En España la población de ocupados ‘súper senior’ se ha duplicado en la última década. Dicho perfil es el de profesionales altamente cualificados, hombres y que deciden voluntariamente alargar su vida laboral para mantener sus ingresos. Y, en menor medida, aquellos trabajadores con pocos años cotizados, mayoritariamente mujeres, que necesitan acumular más tiempo en alta a la Seguridad Social para no verse penalizados en su pensión, según detalla este economista. Y, entre estos dos perfiles, han ido ganando poco a poco peso aquellos que necesitan acumular más años cotizados, pero nadie les da empleo para ello.