Mientras Jerusalén vuelve a la normalidad, con establecimientos abiertos y, ahora ya sí, más paseantes que agentes de policía en sus calles, hay un barrio que no ha cambiado su rutina. En el ultraortodoxo Mea Sharim, la vida continuó el 7 de octubre. El día del ataque de Hamás, el pueblo judío de Israel esperaba con ilusión la celebración del final del Sucot, una de las principales festividades del judaísmo. Pero la agresión más violenta sufrida por su país en décadas detuvo los festejos. Aún así, en el barrio jerosolimitano de Mea Sharim, sus ciudadanos, en una amplia mayoría ultraortodoxos, no pararon la música ni los banquetes ni los encuentros familiares. En su mundo paralelo, sin electricidad ni conexión a internet por ocurrir en pleno shabat, se sentían a salvo en Israel.
Este es solo uno de los múltiples ejemplos que separan a la comunidad ultraortodoxa o jaredí del resto de la ciudadanía israelí. Por eso, las últimas noticias desde los oscuros y desconocidos mundos de este grupo religioso han sorprendido al país. Al menos 3.000 hombres de esta comunidad se han presentado como voluntarios para alistarse en el Ejército. Este gesto aumenta en relevancia al saber que son uno de los pocos grupos poblacionales de Israel que están exentos del servicio militar obligatorio. «Normalmente, en estas circunstancias, los jaredíes estarían rezando y dedicando más horas a sus estudios de la Torá, pero, aunque esto también ha pasado, ha habido un elevado nivel de voluntariedad que se completa en esta disposición para unirse a las filas», afirma Yehohua Pfeffer, de la escuela de Trabajo Social y Bienestar Social de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Aunque representan el 13,3% de la población total de Israel, no acostumbran a relacionarse con gente ajena a su comunidad. La guerra parece haberles brindado esta oportunidad. «Se está produciendo un cambio entre los ultraortodoxos que implica mayor participación y mayor identificación«, cuenta este rabino y padre de ocho hijos a EL PERIÓDICO DE CATALUNYA, del Grupo Prensa Ibérica. Desde el inicio del conflicto, «se piensa menos en ellos versus nosotros y más en todos nosotros juntos«, explica el también jefe de la división jaredí del Fondo Tikvah. Gran parte de ese interés viene del trabajo hecho por Zaka, las siglas en hebreo para Identificación de Víctimas de Desastres. Esta organización no gubernamental ha liderado las tareas de identificación de los asesinados, al ser expertos en enterrar según la ley judía a aquellas personas cuyas partes del cuerpo no están juntas.
«Oportunidad real»
«Esta disposición a participar en los servicios militares realmente no tiene precedentes», insiste Pfeffer. «La pregunta ahora es ¿hasta qué punto podrá el Ejército reconocer este potencial?», plantea a este diario. La comunidad ultraortodoxa en Israel tiene la tasa de crecimiento más alta en todas las poblaciones de los países desarrollados, alrededor del 4% anual, según el Instituto de la Democracia de Israel. Pero su amplia presencia no se corresponde con una buena relación con una de las más importantes instituciones del país: las Fuerzas de Defensa de Israel. «Si cada vez hay más jaredíes vistiendo uniformes en los barrios ultraortodoxos, cambiará la relación entre ellos; esta es una oportunidad real para que el servicio militar se convierta en parte de la vida ultraortodoxa», celebra.
Una vez cumplan con una formación de semanas, estos 3.000 voluntarios, 2.100 de los cuales ya han completado todos los formularios necesarios, no empuñarán las armas. Se espera que se integren en posiciones de apoyo al combate durante la guerra. En Israel, las mujeres ultraortodoxas y los estudiantes masculinos de la yeshivá menores de 26 años están exentos del servicio militar gracias a un controvertido acuerdo de status quo. Aunque ha habido repetidos intentos en la Knesset, el Parlamento israelí, para que sirvan como el resto de la población, mientras estos hombres permanezcan en las yeshivás, los centros de estudios de la Torá y el Talmud, no tienen la obligación de ir al Ejército.
Cambio en la sociedad
«Hay miles de jóvenes jaredíes que no están estudiando y no hacen el servicio militar y eso debe parar», señala Pfeffer. «Israel tiene que asegurarse de que aquellos que no están estudiando la Torá a tiempo completo estén en el Ejército como todos los demás, porque esta es la única manera de resolver nuestro problema moral de no servir y de evitar la fractura en la sociedad israelí», cuenta este líder ultraortodoxo. Pfeffer insiste en aprovechar el «momentum» para que se de este «cambio de actitud» y todos esos jóvenes coincidan con el resto de sus conciudadanos en los tres años de servicio militar. Al no estar obligados a hacerlo, a diferencia de toda la población, excepto la comunidad árabe, los jaredíes son vistos como gorrones que viven de las ayudas públicas.
En la comunidad ultraortodoxa, son las mujeres quienes suelen trabajar. Los hombres dedican sus días a estudiar los textos religiosos. «El alistamiento sin precedentes de parte de nuestra comunidad puede afectar la unidad del pueblo de Israel, porque gran parte de la fricción con la sociedad israelí viene de su exención del servicio militar», señala Pfeffer. «Esto está ocurriendo ahora porque hay una tendencia general a la modernización, porque esta guerra es real y quieren contribuir, y porque ellos se han dado cuenta y se ha comprobado que Israel no puede depender de un ejército pequeño y tecnologizado, sino que necesita un ejército fuerte y poderoso«, constata. El 7 de octubre, por lo tanto, no sólo ha cambiado la psique israelí para siempre. También la excepcional violencia recibida puede transformar las relaciones entre los miembros más opuestos de su sociedad.