Desde los atentados sangrientos perpetrados por las milicias de Hamás en Israel, el pasado 7 de Octubre, y la inmediata declaración por el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, del estado de guerra, las cancillerías y los medios occidentales han definido la nueva escalada de la violencia en Palestina como una guerra entre Israel y Hamás. Este enfoque, que contrapone a toda una nación, Israel, que se defiende del ataque de un grupo terrorista, Hamás, obedece claramente a un marco propagandístico que pretende ocultar las raíces del conflicto: la ocupación israelí y la negación del derecho a existir de la población palestina.

Veamos:

El asesinato y el secuestro de civiles por parte del grupo islamista Hamás en territorio israelí constituye un crimen de lesa humanidad. En el caso del Estado israelí, el crimen de lesa humanidad, sin embargo, forma parte de su modus operandi desde el momento mismo de su fundación en 1948. No se trata de establecer jerarquías en la evaluación de la violencia, sino de poner la violencia en su contexto como requisito necesario para su superación.

A lo largo de los últimos 75 años, el proyecto sionista de construir un “hogar nacional judío”, étnicamente homogéneo, ha supuesto la progresiva expulsión de la población palestina de sus hogares y sus tierras para asentar a colonos judíos, la reducción del Estado palestino a unos territorios, Gaza y Cisjordania, convertidos en auténticos guetos sometidos a la ocupación militar israelí, y la instauración de un régimen de segregación (apartheid) fundamentado en la superioridad del pueblo judío, el pueblo “elegido por Dios”, sobre la población árabe-palestina, todo ello bajo el paraguas protector de Estados Unidos. Para el establishment sionista más integrista, que goza de una representación sustancial en el Gobierno ultraderechista de Netanyahu, este proceso, que, en realidad es una operación de limpieza étnica a gran escala, no está concluido.

En este contexto, el asedio del Ejército israelí sobre Gaza, con bombardeos sitemáticos sobre la población y las infraestructuras civiles, el bloqueo del suministro de electricidad, gas y alimentos y la política de extorsión para que los palestinos abandonen sus hogares y se dirijan al sur de la Franja, que está provocando una catástrofe humanitaria sin precedentes, no pueden considerarse un acto de autodefensa de Israel frente a los ataques de Hamás. Hay que recordar, a este respecto, que el Estado israelí es una fuerza ocupante y, como tal, no dispone del derecho a la legítima defensa, que la legalidad internacional sí otorga a los pueblos ocupados o colonizados. En realidad, lo que está haciendo el Gobierno de Netanyahu es, con la complicidad occidental, utilizar los atentados de Hamás como excusa para apuntalar el proceso de desposesión y exterminio de la población palestina sobre el que se sustenta el Estado de Israel. El ultimátum del 13 de Octubre para que la población “evacuara” el norte de Gaza no pretendía proteger la vida de la población civil, que ha sido igualmente bombardeada en su éxodo y en el sur, sino forzar su desplazamiento (deportación) para que el ejército israelí ocupe el territorio.

La superación de esta espiral de violencia, donde la violencia del apartheid, la contraviolencia homicida y las represalias indiscriminadas conforman un estado de guerra permanente, exige que la soberanía de los palestinos sobre sus territorios, sus recursos, sus leyes y su seguridad sea reconocida y garantizada dentro del marco de un Estado propio, democrático e independiente. En otras palabras, cumplir con las resoluciones de la ONU. Ésta sería, sin duda, la mejor manera que tendría Israel para defenderse y defender a su propia ciudadanía.

Para ello resulta necesaria la presión internacional. No parece, sin embargo, que Estados Unidos y la Unión Europea, que son quienes podrían impulsarla de forma más efectiva, estén por la labor. Desde el primer momento, mostraron un apoyo sin fisuras a Israel. En el discurso televisado del pasado 20 de Octubre, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, equiparó a Hamás con Putin y, consiguientemente, a Israel con Ucrania. Una comparación absurda, pero en absoluto inocente. Pretende reforzar el papel de Israel, baluarte de la hegemonía occidental en Oriente Próximo y pricipal potencia militar de la región, dentro de la estrategia geopolítica global dirigida por Estados Unidos. En estas circunstancias, los llamamientos de la diplomacia estadounidense y europea para que el Estado israelí respete el derecho internacional y humanitario no dejan de ser un hipócrita lavado de conciencia.

Y mientras tanto, la retransmisión en directo de un genocidio en toda regla nos incluye a tod@s en una lógica de guerra en la que se nos invita a aceptar como una fatalidad que la población civil sea objetivo militar. Un escándalo moral, que ha tenido una digna respuesta en las manifestaciones de apoyo al pueblo palestino que el pasado fin de semana tuvieron lugar a lo largo y ancho del mundo.