Mucho antes de que el desarrollo inmobiliario hiciese crecer Posada de Llanera, el del bar El Cruce era uno de los poquísimos edificios que había en esta zona de entrada a la capital del concejo. El local y sus propietarios han sido testigos directos de la evolución y auge de la localidad. convirtiéndose en parada obligatoria para varias generaciones de vecinos y de los miles de trabajadores de las áreas industriales cercanas que han disfrutado de su buen ambiente de tertulia, sus famosos platos del día y una atención familiar y cercana. La fama que lograron sus buenos fogones –la cocina no funciona desde hace diez años– aún pervive y no es rara la ocasión en la que suena el teléfono para preguntar por los callos.

«Cuando lo cogieron mis padres en 1966 ya llevaba muchísimos años abierto, no sabemos ni cuántos porque el señor que lo llevaba hasta entonces no era el que lo había abierto. No había nada, todos los edificios que hay hoy entonces no existían, solo estaba este y el del bar de Rosita, que dieron mucha vida a esta zona», comenta Mabel Pérez, de la familia propietaria del negocio hasta 2014, cuando cedieron el testigo a la actual dueña, Tania Peixeiro Saldaña. Ella fue la elegida tras unas entrevistas para hacer el cambio de titulares, «porque queríamos que quedase en buenas manos por nuestros vecinos y clientes».

La historia del bar El Cruce comienza, según apuntan, entre finales del siglo XIX y principios del XX como bar-tienda y así se mantuvo hasta que los padres de Mabel Pérez, Celestino y Evangelina, incluyeron comidas que hicieron famoso al local por los cocidos, la carne asada, el conejo guisado, los escalopes y los callos. «De octubre a marzo hacíamos callos cada 15 días y hubo veces de preparar más de cien kilos de una sola vez», apunta Pérez. Ella siempre se encargaba de elaborar los segundos platos y asegura que «había pocos que me ganaran», al tiempo que aprendía de su madre los secretos del puchero.

Por aquel tiempo aún mantenían la venta de comestibles y otros productos del hogar en el bar-tienda «pesando el azúcar y con el vino en barricas, que reventaba uno cuando las había que cambiar», recuerda Pérez, quien es natural de Arlós. Debido al prestigio que adquirió la cocina, donde también se preparaban bocadillos, la familia empleó durante años a cocineros, ayudantes y limpiadores para fregar los platos que se doblaban los viernes y sábados.

En la década de los ochenta del pasado siglo, se produjo un cambio de titularidad del negocio cuando Pérez abrió una tienda de comestibles en la misma calle, «porque el local se quedaba pequeño para el bar» y su hija, Nuria Fernández, se puso tras el mostrador del establecimiento. «Ella cogió y arregló todo, amplió porque antes estaba el Garaje Carreño en el edificio y también puso billar y futbolín, por lo que empezó a venir mucha gente joven», comenta. La cercanía del instituto de Posada llevó a muchos adolescentes a comer allí el pincho del almuerzo consiguiendo un gran ambiente en las mañanas.

Durante ese tiempo, Pérez siguió entre bambalinas el devenir del negocio, ayudando a su hija «a preparar cosas para el siguiente día con mi consuegra, porque, aunque había cocineros y ayudantes, hacía falta». Y a día de hoy baja todos los días a tomar el café y ver cómo le van las cosas a Peixeiro. «Después de la pandemia vengo algo menos pero no concebía no tomar aquí el café, porque para mí el bar es parte de mi vida, aquí lo pasé muy bien con la clientela, que era ya mi familia», afirma la mujer.

Así se siente también la actual propietaria, quien ha mantenido durante esta última década el ambiente tradicional del local «muy familiar y con gente de toda la vida», dice. Por eso ha conservado muchas de las tradiciones del establecimiento, como la de los viernes y sábados de baile, al que asisten muchos matrimonios y parejas, o las celebraciones de Nochebuena o Fin de Año, en el que algunos clientes incluso cenan con ellos. «Queremos que sea familiar como siempre fue», insiste Peixeiro. En estos diez años también ha introducido novedades como pantallas gigantes para disfrutar de los partidos de fútbol y las nuevas generaciones comienzan a hacer parada en el negocio, sobre todo los aficionados al rally, ya que su pareja, Borja Rodríguez, tiene un taller mecánico. «Está empezando a venir mucha chavalería del mundo del motor que se mezcla con la gente de toda la vida, se hace muy buen ambiente».

Lo que no ha cambiado en absoluto es el número de la lotería de Navidad que se vende en el bar El Cruce desde hace décadas, el 26.370, con el que siguen repartiendo décimos con la ilusión de que El Gordo caiga en casa. «Quería seguir con el mismo número que tenían ellas, que lo llevaban vendiendo desde hace más de 40 años», dice Peixeiro, quien hace dos meses se convirtió en madre. Una nueva generación para este mítico establecimiento de Posada de Llanera que ha sido testido de excepción de su más reciente historia y evolución.