El Mundial de Francia llega a su fin y a falta de dos partidos, los que ordenarán el podio, podemos dibujar el boceto del rugby que se juega en 2023. Un rugby en el que el campo se ha estrechado porque los jugadores son más grandes y más rápidos, pero sobre todo porque ahora se defiende en pie y no se entra al ruck, más allá del placador, salvo que las posibilidades de pescar sean muy favorables. En caso contrario la máxima es quedarse de pie formando así una tupida cortina defensiva.
Patada a la caja
Se defiende de pie y se abusa de la patada. Concretamente de la patada a la caja. Un tipo de patada que tiene sentido ofensivo cuando la ‘almendra’ toma la suficiente altura para dar tiempo a un compañero a llegar a cazarla arriba con la consiguiente ganancia de metros. En caso de no pescarla, al menos disputarla metiéndole presión al receptor, o ganar el ruck consiguiente o forzar un retenido. Pero en este Mundial hemos visto centenares de patadas a la caja lanzadas indiscriminadamente a campo rival sin opción de competirlas, de forma que se regalan al adversario contragolpes con el falso propósito de alejar el peligro de su propia 22.
Y entonces entra la jugada que define al rugby moderno: el placaje. En este rugby de hoy se pueden ganar partidos sin tener la pelota, a base de forzar errores del rival con ella, y se pueden ganar metros placando. Siempre que sean placajes ganadores, dobles placajes o placajes llegando al punto de encuentro lanzado, que te hacen ganar metros. Destaca por encima de todos una Gales que, pese a quedarse en cuartos, lidera la lista de placajes holgadamente con 837 en cinco partidos, para un promedio de 167,5 por encuentro. Segunda es Nueva Zelanda con un partido más y 65 grapas menos, rebajando el ratio a 128,6 placajes. Los dragones han construido su identidad de juego en el Mundial desde el primer día placando, en este caso a una Fiyi que se quedó a centímetros de ganarles. En lo individual destacan el argentino Kremer (74 placajes en seis partidos), el samoano Talitui (69 en cuatro), el inglés Earl (65 en seis) y el galés Rowlands (65 en cinco).
La touch, arma ofensiva
Con las defensas de pie, lloviendo patadas a la caja y repartiendo placajes a diestro y siniestro, los partidos se vuelven espesos y las oportunidades de romper las defensas se centran en las fases estáticas. Para ser más concretos en la touch. El line out se ha convertido en la plataforma de relanzamiento más utilizada en todas sus variantes. Si es en delantera, con mauls que desordenan a las defensas rivales para entrar arrasando, como metió Irlanda a Nueva Zelanda en el ensayo de castigo que logró, o usando el modo trituradora, lento pero seguro, como suelen hacer los georgianos.
La versión más dinámica es reunir a la defensa en un primer momento, sacando de la ecuación a la delantera, para luego relanzar el ataque con una tres cuarta poderosa. Alternativa esta menos habitual, ya que los mauls suelen acabar con los talonadores posando en primera fase, o con algún delantero, como Snyman ante Inglaterra, en una fase contigua. Sin duda, ha sido el arma más utilizada en la 22 rival en este Mundial, en el que ante esas defensas que se quedan de pie, el maul es un buen recurso para agruparlas y desordenarlas.
Apoyos y el offload
En este rugby en el que el campo se queda estrecho y se busca altura de la patada para atacar, hay un elemento que se ha convertido en más decisivo si cabe: los apoyos. El pase tras contacto, lo que popularmente se conoce como descarga u offload, es un recurso generalizado que ha dejado de ser una virtud polinesia o sureña para ser un arma generalizada. Pero para eso deben tener un compañero que llegue al apoyo, “un amigo que le acompañe en la excursión”. Hoy todos los jugadores son capaces de hacerlo, lo que ha provocado otro de los grandes rasgos del rugby actual: el placaje alto para inmovilizar la pelota. En este aspecto hemos visto cómo los árbitros priorizaban proteger la salud de los jugadores, mostrando amarillas en los choques arriba, como la roja a Tom Curry ante Argentina o la amarilla a Ezebeth tras chocar con Atonio. Siete rojas se han mostrado en este Mundial.
El criterio arbitral
Precisamente esa ha sido una de las grandes controversias de este Mundial: la falta de uniformidad en el criterio arbitral. Mismas jugadas con diferente resolución, dependiendo del origen del colegiado. No pita igual un inglés que un neozelandés. Ni pesa, por lo que parece, lo mismo la camiseta de Fiyi que la de Inglaterra o la de Gales.
Se ha hablado mucho de si se debe hablar del árbitro o mantenerlo al margen como se ha hecho en el rugby siempre. Siempre hasta que se les microfonó y se introdujo al TMO, dando al arbitraje un protagonismo que no tenía anteriormente. Con el foco puesto en ellos no es extraño que se hable de los diferentes criterios en la toma de decisiones, a lo que se suman las sospechas habituales sobre lo que ocurre en el oscuro mundo del interior de la melé. Es difícil encontrar una en la que no se produzca una irregularidad, por no decir varias. Y precisamente en ellas se apoyan los jugadores para generar la superioridad y someter al rival.
En este rugby de 2023 las melés raramente han decidido partidos en este Mundial. Salvo la honrosa excepción del épica Inglaterra-Sudáfrica, en el que el pilar Ox Nché saltó al campo al minuto 50 para someter a Sinckler y arrancarle un golpe tras otro, lo que permitió a Pollard meter a los suyos en la 22 inglesa y en el partido. El viejo axioma de ‘No scrum no win’ fue reivindicado en un partido con un rugby de otro tiempo.
También este rugby mediático fija su vista en el palco de entrenadores, donde las tablets y los intercoms echan humo y la sobreactuación de los mánagers disparan los picos de audiencia en las retransmisiones y en las redes sociales. El del Sudáfrica es digno del Show de Truman, con Rassie Erasmus en el rol de Jim Carrey. Eddie Jones o Fabien Galthie también son algunos de los preferidos de la cámara, junto a otros ayudantes reconocibles y con cierta telegenia como el ‘francés’ Shaun Edwards, los ‘kiwis’ Joe Schmidt y James Ryan, el ‘irlandés’ Mike Catt…
¿Muchos ensayos? Dos velocidades
Hemos visto 320 ensayos en 46 partidos, lo que arroja una altísima cifra de 6,9 ensayos por partido. Una marca que en realidad está inflada por las palizas producidas en la fase de grupos: Nueva Zelanda-Italia (96-17), Irlanda-Rumanía (82-8), Nueva Zelanda-Namibia (71-3), Sudáfrica-Rumanía (76-0), Francia-Namibia (96-0), Inglaterra-Chile (71-0), Escocia-Rumanía (84-0), Nueva Zelanda-Uruguay (73-0), Francia-Italia (60-7)… Una evidencia de que hay dos velocidades en el Mundial. En realidad, lo que hay es dos Mundiales. El de la fase de grupos con el billete para el próximo Mundial en juego y la aparición de naciones ‘pequeñas’ que le ponen sal y pimiento a torneo, y la de las eliminatorias finales, donde de verdad se compite.
Las conclusiones las debe sacar cada uno. ¿Es mejor o peor este rugby que el de Mundiales anteriores? Es diferente. Lo volverá a ganar una selección del sur como ocho de los nueve anteriores. Deshaciendo el empate entre Sudáfrica y Nueva Zelanda, en lo más alto de la tabla con tres títulos cada una. Pero si algo hemos aprendido, en caso de que no lo hubiésemos aprendido ya, es que lo que pasa durante los cuatro años que van de un Mundial a otro no es vinculante en el torneo, que el rugby es cada vez más físico, que los campos se hacen más estrechos y más cortos ante el crecimiento de los jugadores, que se defiende más y mejor… Pero al final, todo depende del bote de una pelota, la de rugby, que es como la vida misma: a veces te juega malas pasadas y otras te sonríe. Y eso te obliga a estar preparado para lo mejor y para lo peor. Bendita almendra. Bendito rugby.