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La Familia Real y el pueblo de los Pitufos, por Luis MIguel Fuentes

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La Familia Real estuvo en el Pueblo Ejemplar, que suena un poco al pueblo de los Pitufos de Asturias, o quizá de toda España, donde yo creo que hay un pueblo pitufo por cada región, autonomía, nacionalidad constitucional o nación mitológica, cada uno con la historia y el heroísmo de sus gorritos diferenciales y sus setas autóctonas. Resulta hasta lógico que la Familia Ejemplar visite pueblos ejemplares, dé discursos ejemplares y tenga herederas ejemplares, tan lógico como que los pitufos pitufeen. Y esto, a pesar de que no sepamos muy bien en qué consiste esa ejemplaridad, salvo que es algo que casa con las postales de la monarquía y las postales de los pueblos, y un poco también con los arquetipos pitufos. Pero con lo cuidadosa que es la monarquía con sus palabras, casi tanto como con sus rodillas, a mí me parece un error usar este adjetivo, “ejemplar”, que suena a que uno ha sacado sobresaliente en el examen del cura o del politburó, del comisario moral o del comisario político, de Papá Noel o de Papá Pitufo.

Con lo cuidadosa que es la monarquía con sus palabras, casi tanto como con sus rodillas, a mí me parece un error usar este adjetivo, “ejemplar”

Los Premios Princesa de Asturias son nuestros Premios Nobel con coros y danzas, que siempre hemos dado aquí más coros y danzas que nobeles. Esto del pueblo ejemplar asturiano no sale estrictamente en los premios, pero sí que llega pegado a ellos, como el recuerdo de botijito de la asturianidad de los galardones o de la princesidad de la princesa o del Principado, es decir, la maravilla de que Asturias siga siendo asturiana y de que los reyes sigan siendo monarcas. Quizá la monarquía sólo es la ceremoniosidad de lo evidente, la celebración de la repetición invariable. Parece que si no decimos que Asturias es asturiana y principesca y le mandamos a los reyes a comer fabes (fabes ejemplares, sin gases seguramente), se van a hacer escoceses, que las gaitas ya las tienen. Y si no recalcamos que los reyes son reyes precisamente por corresponderse con los pueblos ejemplares y con las fabes ejemplares, fabes de princesa, fabes platónicas, fabes imposibles, nos va a llegar la república de los podemitas y los puigdemoniacos.

Los Premios Princesa de Asturias son nuestros Premios Nobel con tenistas y monjas, que siempre hemos dado aquí más tenistas y monjas que nobeles. Pero la verdad es que no son premios folclóricos, ni siquiera son premios científicos, académicos o atléticos, que a uno le parecen más bien premios humanistas o humanos. Hasta la molécula recién descubierta tiene que venir con su propia historia humana, o si no le dan el premio a Nadal, mejor. Así que el científico o el tenista tienen que venir con niño, la monja tiene que venir con sopa, el escritor tiene que venir con hábito, la actriz tiene que venir con halo, y todos tienen que venir con la lágrima y la humanidad bordadas como en un traje de torero. Yo los veo unos premios muy humanos, que los científicos terminan llorando como folclóricas y los cómicos terminan disertando como filósofos, no hablando de lo suyo, su ciencia o su arte, ni tampoco de su ejemplaridad, sino de lo humano, o sea de lo común.

Estos premios se hacen emotivos y parecen auténticos porque no se hacen discursos ideológicos, curriculares ni futboleros, esos discursos de Óscar con agradecimientos, consignas o santos, o de Premio Planeta, con el talento y el dinero como sorpresas simultáneas, como si hubiera ganado una novela de Messi. En los Premios Princesa de Asturias se hacen discursos de epitafio, para morirse después; discursos globales, humanos y hasta un poco kitsch, como los de la monarquía, claro. Pero la ejemplaridad no tiene nada de humano, así que lo del pueblo pitufo lo estropea todo. Irse después a ver o consagrar pueblos ejemplares, gentes ejemplares como vacas ejemplares, a mí me parece algo agropecuario, muy poco humano, que nadie es ejemplar, ni siquiera la monarquía intentando moverse como un ajedrez incluso por los sembrados.

La Familia Ejemplar estuvo en el Pueblo Ejemplar, y a mí me parece un fallo de nomenclatura, de protocolo y de la monarquía, más después de que en Oviedo viéramos a los científicos olvidarse de las fórmulas, a las divas olvidarse del divismo, a las monjas olvidarse de Dios y a los escritores olvidarse los papeles. A lo mejor es que ahora, con una princesa Leonor guapa y patriótica, como una muñequita legionaria, y una reina Letizia que empieza a metamorfosear en reina madre, entre terciopelos y hueso, y un rey Felipe del que ya hemos olvidado que fue un príncipe que salía en la mili y en los billetes de diez mil; a lo mejor ahora, decía, hay ganas o tentación de hacerle a la monarquía su portalito de Belén, su granja de Pin y Pon y su pueblo Borbón como el pueblo pitufo. Pero la Familia Real no tiene que ser la Familia Ejemplar, ni los pueblos tienen que ser el pueblo de los Pitufos, que algo así es lo que quieren los nacionalistas, pitufarnos a todos e incluso pitufar las leyes.

En el Pueblo Ejemplar la Familia Real se quería monarquizar de ejemplaridad como el que se revuelca en heno, pero se desmonarquizaba de esencia. Ya digo que la ejemplaridad es muy poco humana, porque nadie es ejemplar, pero también es poco monárquica. La monarquía no tiene que representar ejemplaridad sino simplemente solemnizar los valores comunes, por si así los recordamos mejor, como a veces se recuerdan mejor las cosas con rima. En la entrega de los Premios Princesa de Asturias, reyes y médicos, princesas y divas, hablaron de lo obvio, de lo humano, de lo común, que hasta hablando de ellos pretendían olvidarse de ellos, disolverse en lo que pasa en el mundo o en España. Tan acostumbrados estamos a lo partidista y a lo interesado que esto nos parecía kitsch, y a lo mejor lo es, como los gaiteros, como la propia monarquía que un día se pone zuecos para que las princesas de guisante coman fabes. Pero ahí, en el discurso de lo común, o sea de lo público, y aunque suene a gaita, está su único sitio. Lo demás es folclore y superstición, como los pueblos puros, como los gnomos de las setas o como comerse un guiso de fabón y que las princesas sigan oliendo a rosas.