Cuando en la primavera de 2017 Pedro Sánchez se bajó del Peugeot y se subió (de nuevo) a Ferraz, había otro José Luis a su lado, el valenciano Ábalos. Aquel día, Zapatero, el leonés, presentó sus lamentos a Susana Díaz, por la que había apostado y por la que había hecho campaña, y se retiró de nuevo a sus cuarteles de invierno. El expresidente todavía era un apestado, y junto a su nombre resonaban los términos «vieja guardia» y «aparato».
Precisamente, los marcos discursivos contra los que se había presentado, de vuelta, el hoy presidente del Gobierno (en funciones).
¿Cómo se rehizo? ¿Dónde está el secreto de esa «amistad real y personal» que hoy luce con el Sánchez que derrotó a su patrocinada? ¿Y la enemistad con Felipe González, que formaba en su mismo club de fans de la baronesa andaluza? El secreto, explican fuentes del PSOE, está en la pandemia. Concretamente, en la crisis económica y social que causó la Covid.
Ahí fue donde el actual inquilino de la Moncloa levantó el teléfono, y buscó guías en quienes tuvieran experiencia en desplomes brutales de España. Y nadie mejor que ZP para susurrarle al oído una receta, algo así como de lo que yo hice, lo contrario. ¿Que me negué a reconocer la crisis que se venía encima? Tú, de frente. ¿Que claudiqué a las presiones externas? Presiona tú. ¿Que apliqué recortes a los funcionarios, que congelé las pensiones? Tú te acuerdas, porque te hice votarlo en el Congreso, no lo hagas. Nunca más.
No es que a Sánchez le hiciese falta que alguien le insuflara coraje, audacia y gusto por el gasto público. Pero el acto de contrición ayudó. «Con todos los errores que yo cometí, el partido siempre fue leal», les explicaba Zapatero a sus más cercanos en la campaña del 23-J, cuando éstos le preguntaban el porqué de tanta implicación. «Si el PSOE me necesita, siempre voy a estar ahí, con lealtad a lo que me pidan».
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Y si a algo no está acostumbrado Pedro Sánchez es a esa lealtad incondicional. «Ni a darla ni a recibirla», añade uno de sus decapitados con cierta sorna. «Pedro es como un ciborg, políticamente fascinante. No es frío como dicen, no en lo personal, puedes creer que eres su amigo; pero sí en lo político, en el poder, para el poder y por el poder, Pedro es implacable».
El penúltimo teléfono
¿Cómo se construyó, pues, el mensaje de Moncloa durante los meses de encierro de la primavera (otra vez) de 2020? ¿Cómo se diseñó la preparación de la ofensiva por los fondos de recuperación en Europa? ¿Qué elementos cimentaron la retahíla de reales decretos con subvenciones, ayudas, bonificaciones, ERTEs, rescates y exenciones? Todos fueron la aplicación a la ley de los propósitos de enmienda de Zapatero.
Ahí nació una «amistad» que le otorga a Sánchez una cosa que Felipe siempre dijo que no tenía: «Una de las peores cosas de ser presidente», dijo una vez González, «es que eres el último teléfono… todos esperan que tú decidas, no puedes llamar a nadie». Y Pedro sí puede, José Luis siempre se pone.
Al teléfono y en estado de revista. Por eso, si había que hacer campaña a favor de un presidente que (sin duda) sería el primero en ejercicio en perder la Moncloa desde González, se hizo. Y si ahora hay que vender la amnistía (aunque nadie más lo haga, «no vaya a ser que no baste con eso y el precio final de los indepes sea tan alto que haya que ir a elecciones»), pues se vende.
Es más, si hay que desgastarse políticamente empezando en lo de Alsina, y sufrir una de sus entrevistas más duras, se hace. «Un expresidente vive muy bien, no hay motivo para pasar facturas, al contario, hay que devolver todo eso bueno que te ha dado la sociedad», reflexiona ZP con sus amigos, algunos de los más cercanos, exministros. «Yo desgarré el partido y hoy puedo ayudar a unirlo en este proyecto«.
¿Se encamine adonde se encamine? Al fin y al cabo, el lío territorial también empezó con él en el Gobierno y su apuesta por una nueva hornada de estatutos de autonomía… empezando por el catalán. ¿Otro paralelismo con lo de «no hacer lo que yo hice»? Veremos.
La ‘palabra maldita’
«Nos estamos arriesgando», explica un ministro. «Hicimos lo de los indultos confiando en que iría bien, pero sin saberlo. Ahora, estamos más seguros de que la amnistía será buena».
Queda claro con esa confesión que no es cierto eso de que los líderes socialistas no hablan de la palabra maldita. Lo que pasa es que no aceptan entrevistas, o si las conciertan lo hacen condicionadas a «de amnistía no me preguntes». Pero eso no opera con Zapatero.
Lo de que «no puedo hablar en etéreo» porque «no sé qué se está negociando» es lo que dicen ante el micrófono, por ejemplo Juan Espadas, el elegido por Sánchez para descabezar a Díaz en Andalucía. Pero Zapatero ni eso.
Ni siquiera opera con el expresidente lo de no tener una posición propia a priori. Él mismo dice que la palabra maldita (no está, pero) «sí cabe» en la Constitución. Si ya la hicieron «los atenienses» del siglo IV antes de Cristo… y que siendo así, «cómo va a renunciar España a esa institución» que siguen teniendo otras democracias homologables, occidentales, de nuestro entorno, europeas…
A esto último da respuesta (de nuevo) Felipe González, que no es cualquiera, sino expresidente como él, socialista como él. Que negoció la Carta Magna… y no él. Y que rechazó las enmiendas que querían incluir ese instrumento, el de la «amnistía» —llamémosla por su nombre, aunque nos dicen que no se llamará así— por unas razones concretas, que siguen vigentes.
Dicen los constitucionalistas del PSOE que hoy trabajan a favor de la amnistía —perdón, de la investidura— que «no vale acudir a los padres de la Constitución para interpretarla», porque las Cartas Magnas son políticas, y la política «evoluciona con la sociedad».
Eso es cierto, pero lo dicen a la vez que tratan de hacer creíble que no saben qué se está negociando, aunque un minuto antes han admitido que están haciendo informes para Moncloa sobre el asunto. Y así, matan el debate, ya nos enteraremos de todo cuando todo esté cerrado.
Para sí o para no. Para investidura o para elecciones el 14 de enero.
El partido y España
Pero ocurre que si la Constitución, la amnistía y la investidura son políticas, habrá que debatirlas. Y aunque no haya contenido que rebatir o defender en lo jurídico, sí que hay concepto que escudriñar en lo moral. Y en lo prudente. Y en lo utilitario.
Y ahí es donde sí que entra Zapatero, y no los demás. Y lo hace por encargo directo del presidente en funciones. «¿Cómo no lo voy a hacer?», dice él a sus allegados. «Estoy al servicio del partido».
Y ahí está la clave final. «Zapatero es el mejor expresidente», diagnostica un exministro suyo, «no hace ruido, no da lecciones, y se pone a la orden». Sí, ¿pero al servicio del país que presidió o al del partido que dirigió?
Ambas cosas se han mimetizado tanto con Sánchez —quien se movió, Redondo Terreros, no es que no salga en la foto, es que le hacen una fuera y a todo color— que, según cuentan algunos de los amigos que Zapatero dejó en el PSOE de su década al frente del partido, resulta que ahora eso es lo mismo: puede que Sánchez haga la amnistía sólo por los votos, pero su asesor, expresidente e interlocutor con los indepes sí que se cree el fondo de la cuestión: «Esto reencuentra, pone el contador a cero, reencaja territorialmente la España plural».
Y en eso coinciden los indepes. No en lo que opina Zapatero (ellos van a por el «desencaje total»), sino en lo que opinan sobre Zapatero (tanto Esquerra como Junts): les vale, les gusta, confían en él.
«ZP sí es de fiar»
Entre el partido de Oriol Junqueras y el de Carles Puigdemont hay una similitud total y un contraste fundamental, explican fuentes de ambas formaciones, a la hora de evaluar al presidente en funciones de hoy y al presidente que lo fue.
Se parecen como dos gotas de agua en lo pragmático: ¿qué hay que hacer para lograr esto? Hágase. Y se diferencian en que «ZP sí es de fiar».
O sea, que les vale como facilitador. Incluso como «mediador» en sus tratos con Moncloa. Otra cosa es que haya acuerdo entre ERC y Junts (e incluso dentro de Junts) con lo de darle ese título «oficial» para que sea «el hombre bueno que facilite las negociaciones, marque la agenda y garantice la confianza entre las partes».
Porque Zapatero vuelve, también, porque es útil y tanto el exvicepresident condenado como el expresident prófugo creen más en él que en Sánchez.
Acaso sea por su experiencia como mediador internacional. ZP lleva años estrechando la mano de Nicolás Maduro, por ejemplo, convencido de que puede conseguir alguna cosa grande a largo plazo y muchas cosas pequeñas a corto: la democratización de Venezuela no se ve ni lejos, pero la liberación de presos políticos -tan prestigiosos como Leopoldo López, el que más- sí que se le puede apuntar en su hoja de servicios.
De todo eso son testigos hasta en la Casa Blanca, aunque no se puede demostrar, ni se podrá. Pero, responden los indepes, la cosa va por otro lado: «Sí que sabe cómo hablar, sí que es humilde y escucha argumentos contrarios a los suyos, y sí que los asume si eso ayuda a avanzar… pero la clave es que hoy Zapatero es mucho más solvente que cuando era presidente».
Y, probablemente, que ahora dice que el Constitucional es el responsable de todo, por recortar aquel Estatut, eso también. Aunque eso, ya que lo dice él, no se lo reconozcan como mérito los partidos separatistas. No en público.
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