Gracias a la perspicacia, habilidad y generosidad de Nelson Mandela, el Mundial de rugby de 1995 celebrado en Sudáfrica constituyó seguramente la mayor contribución del deporte a una causa política de alto nivel. El primer presidente sudafricano negro, hito que alcanzó en 1994 tras pasar 27 años encarcelado bajo el régimen del ‘apartheid’, intuyó la fuerza del deporte como instrumento para la paz. 

El rugby, tan amado por los blancos como odiado por los negros al simbolizar en Sudáfrica el poder de los primeros, sirvió a Mandela para estrechar lazos entre ambas razas, algo hasta entonces impensable después de décadas de vergonzosa segregación racial.

El cénit de aquel maravilloso viaje llegó con la icónica final jugada y ganada contra Nueva Zelanda (15-12) y, 28 años después, Sudáfrica volverá a jugarse el título el próximo sábado frente a los All Blacks después de una remontada agónica en las semifinales ante Inglaterra, que vencía por 15-6 y se quedó con un palmo de narices, sin premio a pesar de su dominio general del encuentro, tras el golpe de castigo definitivo transformado por Handre Pollard a dos minutos del final (15-16).

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El Hemisferio Sur, por tanto, intensificará una vez más su hegemonía en el planeta rugby y, de paso, el Stade de France de París decidirá entre Sudáfrica y Nueva Zelanda a la primera tetracampeona mundial, pues ambas selecciones están empatadas ahora a tres títulos, los Springboks (1995, 2007, 2019) y los All Blacks (1987, 2011, 2015).

Sudáfrica, que también apeó a la anfitriona Francia por un solo punto en cuartos de final (28-29), estuvo contra las cuerdas durante casi todo el partido, pero sacó a relucir su orgullo de vigente campeona en los últimos minutos para conseguir un parcial de 0-10 que volteó el marcador a su favor. 

En una semifinal jugada más con los pies que con las manos, Owen Farrell estuvo infalible en sus cinco golpes de castigo a palos y sus 15 puntos propulsaron a Inglaterra, mucho más relajada y convencida de su plan de juego desde el pitido inicial.

Ambos equipos abusaron del juego con el pie y estuvieron más pendientes de los errores ajenos que de elaborar jugadas propias en busca del ensayo y, en ese terreno, el XV de la Rosa se movió con mucha más soltura que los sudafricanos, muy ansiosos desde el arranque del choque.


Handre Pollard concretó la remontada sudafricana sobre Inglaterra con un golpe de castigo en el minuto 78

Shaun Botterill / Getty

Farrell adelantó a los ingleses (6-0 en el 10′) y siguió agobiando a los Springboks (9-3 en el 24′) hasta el punto de que el seleccionador rival, Jacques Nienaber, entendió que tener a Pollard como suplente de lujo no había sido una buena idea. La entrada del apertura serenó algo a su equipo (9-6 en el 35′), pero Inglaterra y Farrell continuaron llevando la batuta hasta el descanso (12-6).

En la reanudación, Willie Le Roux desaprovechó la mejor aproximación sudafricana para hacer ensayo y, en cambio, en la siguiente posesión Farrell chutó un drop majestuoso para situar el 15-6 en el marcador en el 53′.

En un partido mucho más atractivo por su enorme derroche físico y su trascendencia que por la calidad real del rugby visto, Sudáfrica apeló a la épica a partir de ese momento y obtuvo recompensa: el único ensayo de las semifinales, obra de Rg Snyman, enardeció a los Springboks (15-13 en el 69′), que buscaron después con toda su pillería y éxito el golpe de castigo que les metió en la final con el pie y el acierto de Handre Pollard (15-16).


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