Tras un acuerdo electoral, Estados Unidos reduce sanciones a la industria petrolera y gasística de Venezuela, abriendo posibilidades para recuperar su producción y exportación de energía.

Después de cuatro años de intensas sanciones que golpearon severamente la producción y exportación de petróleo y gas en Venezuela, Estados Unidos ha decidido suavizar estas restricciones. Esta decisión surge en un contexto en el que, a pesar de las sanciones y desafíos económicos, Venezuela ha continuado con la producción y exportación de crudo a través de métodos encubiertos, aunque con un éxito moderado. La mala gestión, junto con el deterioro de la economía, han llevado a fallos operativos significativos y una disminución alarmante en el rendimiento de los campos petrolíferos venezolanos. Ante este escenario, surge la pregunta: ¿marcará este cambio en la política estadounidense el inicio de una revolución en la industria energética de Venezuela?

Hace no mucho tiempo, Venezuela registraba una producción superior a los 3 millones de barriles de petróleo al día. Sin embargo, la corrupción endémica y la posterior caída de los precios del crudo arrasaron con la solidez de su sector energético, causando un efecto dominó en toda su economía. La situación se exacerbó aún más cuando, en 2019, la administración del expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, impuso sanciones directas al petróleo y gas venezolanos, tras la reelección de Nicolás Maduro.

Estas sanciones paralizaron casi por completo la industria petrolera del país, llevándola a un estado que algunos expertos consideran que podría ser irreversible. Muchas compañías petroleras internacionales se vieron obligadas a abandonar Venezuela, dejando operaciones inconclusas y sin los recursos financieros necesarios para sostenerlas. No obstante, con la presidencia de Joe Biden y ante la perspectiva de una reducción de las sanciones, Venezuela ha buscado activamente reconstruir su maltrecha industria petrolera y restablecer alianzas comerciales.

Desde 2021, el país ha establecido una colaboración estratégica con Irán, nación que comparte la carga de sanciones estadounidenses, con el objetivo de fortalecer mutuamente sus sectores energéticos. Esta alianza, reforzada con el apoyo de China, ha permitido a ambos países sortear las restricciones a sus exportaciones de petróleo y gas, utilizando para ello rutas comerciales alternativas y operaciones marítimas no rastreables. Un ejemplo de esta cooperación se dio en mayo de 2022, cuando Irán acordó con Venezuela la renovación de la refinería de El Palito.

A pesar de estos esfuerzos, Petróleos de Venezuela (PDVSA) y sus asociados solo lograron exportar aproximadamente 616.540 bpd de crudo y derivados en 2022, lo que representó una caída del 2,5 % con respecto al año anterior. Además, las infraestructuras críticas para la industria, como puertos, campos petrolíferos y refinerías, están notablemente deterioradas. En este contexto complicado, Rusia emerge como un competidor directo en las exportaciones hacia China, con Vladimir Putin proponiendo significativos descuentos en el crudo ruso a compradores internacionales, en respuesta a las sanciones impuestas por Estados Unidos y Europa a su sector energético.

Francisco Monaldi, destacado conocedor de la energía en Latinoamérica del Instituto Baker de la Universidad Rice, observó: “A pesar del incremento de apoyo iraní, la caída de las exportaciones netas se debe a un estancamiento productivo y al aumento de la competencia de las exportaciones rusas en el mercado negro chino”.

Esta semana marcó un cambio significativo en la política de Estados Unidos hacia Venezuela, al relajar considerablemente las sanciones al petróleo venezolano. Esta medida se produce tras un acuerdo entre el gobierno venezolano y las facciones opositoras con miras a las elecciones presidenciales de 2024. El Departamento del Tesoro de EE. UU. autorizó una licencia general, permitiendo a Venezuela la producción y exportación de crudo sin restricciones a mercados seleccionados durante seis meses. Este alivio está condicionado a que el presidente Maduro elimine las restricciones a los oponentes políticos y libere a presos, incluyendo ciudadanos estadounidenses “injustamente detenidos”.

La decisión de Estados Unidos busca incentivar la producción global de petróleo, intentando contrarrestar los precios elevados del crudo, un efecto secundario de las sanciones a Rusia y las políticas de recorte de producción de la OPEP+. De este modo, la industria petrolera venezolana se reabre a las inversiones extranjeras, posiblemente incentivando a numerosas corporaciones petroleras a reiniciar operaciones en Venezuela.

Sin embargo, la industria petrolera de Venezuela ha sufrido enormemente debido a años de sanciones y una economía debilitada, cuestionando su capacidad para equilibrar las reducciones de la OPEP+ a corto plazo. PDVSA enfrenta la urgente necesidad de revitalizarse y ofrecer petróleo a precios atractivos en el mercado. Aunque la producción de petróleo en 2023 ha promediado 780.000 bpd, superando la media de 2022 de 716.000 bpd, Venezuela aún está distante de su meta de 1,7 millones de bpd para 2024. Actualmente, solo una plataforma está operativa, en comparación con más de 80 en 2014, reflejando el deterioro de la infraestructura nacional.

Alcanzar la meta de producción demandará una inversión robusta, incluyendo nuevas plataformas de perforación, infraestructura para refinerías, estaciones de flujo, mejoradores de crudo, y electricidad estable. Este resurgimiento enfrenta incertidumbres, especialmente considerando la posibilidad de que Estados Unidos reimponga sanciones. El futuro de las inversiones en el petróleo venezolano se ancla en gran parte a las decisiones de Maduro, quien ha tenido una relación tensa con Estados Unidos. No obstante, si las grandes empresas petroleras deciden correr el riesgo e invertir en Venezuela, podrían encontrar una oportunidad rentable a pesar de los desafíos.