Una de las falacias que se manejan en el fútbol habla de la existencia de las derrotas injustas. Un concepto en el que se refugian en muchas ocasiones quienes no consiguen sus objetivos, pero que, dado que éste es un deporte en el que lo que priman son los goles, y no el dominio o posesión de la pelota, el número de ocasiones que se tienen, o los postes que hay, no tiene razón de ser.

Hoy fue uno de esos días en que se pudo pensar que el Mallorca cayó injustamente derrotado por la Real en Donosti, y ya van varios años y partidos en que ello ocurre. Pero no es así, perdieron porque no tuvieron acierto, porque sus jugadores, especialmente Larin, no tuvieron la calidad suficiente, el acierto preciso para lograr el objetivo del gol, más allá de las brillantes intervenciones de Remiro que fue, sin duda alguna, el mejor jugador del partido.

El canadiense, al que Aguirre volvió a dar otra oportunidad de inicio en detrimento de Abdón, tuvo hasta tres ocasiones clarísimas para batir al portero rival. Y no lo hizo. Ahí hay que buscar gran parte de la justificación de la derrota. A un equipo como el Mallorca, y más ante rivales como los donostiarras, no se le presenta un carrusel de ocasiones. Hay que aprovecharlas. Ahí está la diferencia entre perder y ganar, por más que el equipo hiciera un muy buen partido, tratando de tú a tú al rival.

A los de Imanol les bastó la salida de Kubo para cambiar las cosas. De un centro de calidad del japonés nació el pase que dio fruto al único gol del partido. Un gol que costó tres puntos.