Aragonès pasó por el Senado como por el velatorio de España, a darnos un pésame cínico, raudo y vengativo, y enseguida se volvió a su pueblo como en tren de carbonilla, con su cesta de viandas, quesos y esquelas recogidas en Madrid igual que décimos de Doña Manolita. El discurso indepe es algo que tiene un ámbito y una afición muy limitados, como la música tirolesa, y fuera de sus templos y de su terruño lo que parece es que alguien se ha equivocado de siglo, de tren, de sombrero, de feria, y se ha venido con sus cosas de Moros y Cristianos folclóricos a la sede de la soberanía nacional. También Rufián suena igual de ridículo, antiguo y pequeño en el Congreso, con sus aspiraciones y su engolamiento de pregonero de la patrona, lo que pasa es que Sánchez le ha ido dando importancia y eco aplaudiéndole o bailándole, un poco como Meryl Streep bailaba el otro día, por ser agradecida, la música de gaita, imbailable.

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