Tal Yaakov (19) salió corriendo de su casa en cuanto supo que habían atacado el festival al que había ido su hermano. Intentó localizar a Ilán Moshe (29) desde Tel Aviv, pero ni la policía ni los amigos que estaban con él le dieron respuesta. Con medio país en los refugios y su madre suplicando que se quedara en casa, se subió al primer coche hacia el kibutz Reim, cerca de Gaza, donde se celebraba el Tribe of Nova.

Ese mismo sábado empezó a andar solo, desde el kibutz hacia la frontera. Cuando habló con EL ESPAÑOL por primera vez, era miércoles y Tal seguía vagando por la tierra a la que su hermano mayor había ido a bailar con otras 3.000 personas. Mientras hablaba por videollamada, se paseaba por una base militar buscando una pistola que le permitiera del Ejército e ir por libre. «Iría a sitios muy peligrosos sin miedo a que me disparara un terrorista o un militar», contaba el joven, aún con voz de niño.

Los ataques de Hamás han causado más de 100.000 desplazamientos internos en Israel, y aquel día ―el más mortal para el pueblo judío desde el Holocausto― miles de personas fueron declaradas desaparecidas. Sus familiares emprendieron entonces una lucha desesperada. Algunos encontraron los cuerpos de sus hijos, amados o hermanos. Este domingo, el Gobierno de Israel llamó a 199 familias para informarles de que la inteligencia había resuelto que sus miembros desaparecidos habían sido tomados como rehenes por Hamás.


Tal Yaakov de niño, en un concierto con su hermano Ilan Moshe.

Cortesía del entrevistado

Pero otros siguen sumidos en una incertidumbre insoportable. Las redes sociales siguen plagadas de fotos e historias de las víctimas, y, con cada vez menos esperanza, sus familias se consuelan «rezando, rezando mil veces al día», según cuenta a EL ESPAÑOL Romina, que perdió a su hermana y sus hijas en el kibutz de Nir Oz. Los que, como Romina, aún no han recibido respuesta ni ayuda del Gobierno, viven en un limbo «que quema. En todo el sentido de la palabra», lamenta.

Además de a su hermana, Romina tiene desaparecida a su amiga Shiri Vivas (34), otra israelí-argentina que fue abducida a Gaza con «sus dos nenes pelirrojos»: Kfir, de 9 meses, y Ariel, de 3 años. «Hay vídeos de cómo los agarraban», dice. «Pero de mi hermana no hay vídeos. No hay respuestas de nadie. Me puedo imaginar de todo, y eso quema como el fuego. Hay mucha gente en mi situación», reconoció.

Romina con sus sobrinas, Mika y Yuval, y su cuñado Ronen, los tres desaparecidos.


Romina con sus sobrinas, Mika y Yuval, y su cuñado Ronen, los tres desaparecidos.

Cortesía

Tal recibió el lunes la noticia de que Ilán Moshe estaba muerto. Su tono era un hilo débil en el que costaba reconocer el ansia de aquel niño que buscaba a su hermano en los alrededores de Gaza. Sobre si quería venganza, Tal dijo: «Mejor no respondo. Solo piensa que estás en la fiesta, bailando y sonriendo. Tan felices». Y de pronto, llegó el terror. De cualquier dirección. «Los he visto muertos y vivos. A los muertos los remataría y a los vivos los mataría con mis propias manos. Veo que las Fuerzas Armadas les están dando agua y comida. No sé como tienen piedad«, decía entre «ríos de sangre» que salían de las casas.

Una semana antes, lloraba desde una carpa militar con banderines de Israel: «El Ejército quiere vengarse antes que hallar a los desaparecidos. Las FDI están enfocadas en capturar a los terroristas, pero: ¡Primero los desaparecidos! No tiene sentido luchar por un país con su pueblo desaparecido. ¡Escribe eso, amigo!», pedía al periodista con la fe de que la entrevista pudiera ayudarle a avanzar en su búsqueda.

Esa fe, que Tal ya ha perdido, Romina aún la mantiene. Sus respuestas en WhatsApp son inmediatas, su voz al teléfono tensa, y aún espera que de sus declaraciones a un periódico español algún extranjero pueda hacer algo por ayudarle a buscar a su familia. Aun si no sirviera para nada, se reconforta antes de romper a llorar: «Si llegan mi hermana y las niñas, les voy a mostrar que las estuvimos buscando«.