Julia Montejo (Pamplona, 1972) es escritora, guionista, directora de cine y profesora universitaria. En su nuevo libro, ‘Todas esas chicas de zapatos rojos‘ (Huso, 2023), indaga en la relación entre hormonas y creatividad femenina, a lo largo de los últimos dos siglos. Para ello entrevista a varias escritoras españolas. Estamos ante un ensayo que vincula el cuerpo con la creación artística, derribando mitos sobre la pretendida rigidez intelectual del acto creativo.La autora presentará su nueva obra el próximo 20 de octubre en la librería La Mistral de Madrid, a las 19:00 horas.
«Oscar Wilde, por ejemplo, siempre se quejaba de que cuando se enamoraba, más bien cuando la lujuria le cegaba, era incapaz de escribir y maldecía a su amante por ello»
Edgar Borges: ¿Hasta dónde llega el poder de las hormonas en la pulsión creativa femenina?
Julia Montejo: Muy lejos. Las hormonas controlan nuestro metabolismo, nuestro comportamiento, los cambios de humor, el sistema inmunológico, el sexo… ¡cómo no van a influir en los procesos creativos! Entiendo que, para muchas personas, aceptar que el cuerpo interviene en una obra intelectual es difícil de asimilar. Más aún para las mujeres, que llevamos siglos encerradas en el esencialismo. Pero las señales aparecen por doquier. Y a los hombres no les ha penalizado nunca. Oscar Wilde, por ejemplo, siempre se quejaba de que cuando se enamoraba, más bien cuando la lujuria le cegaba, era incapaz de escribir y maldecía a su amante por ello. Al desear otro cuerpo se nos revolucionan las hormonas. Si podemos estar con la persona deseada, la pulsión creativa desaparece, o amaina. Sin embargo, si no podemos satisfacer el deseo, entonces la creación parece el único consuelo para las personas que sienten esa pulsión. El deseo no es el único que provoca montañas rusas hormonales. Las mujeres experimentamos muchos más de estos momentos por nuestra fisiología. Por ejemplo, Alice Munro, Silvia Plath y tantas y tantas escritoras se han quejado amargamente, en sus épocas de embarazos y crianza, por sentir una tremenda ansia por escribir, un deseo incontenible, y no poder hacerlo hasta el extremo que deseaban. En una mujer sana, el síndrome premenstrual, los embarazos y abortos y el climaterio producen cambios drásticos en los niveles hormonales que cada mujer gestiona de manera distinta, dependiendo de su cuerpo, de su personalidad y educación, y de sus circunstancias. La llama que enciende o que estimula la pulsión creativa es la inestabilidad, las heridas, la necesidad de ordenar y comprender. Cuando las mujeres atravesamos esos estados sensibles, de manera más o menos consciente, las que sienten esa pulsión creativa encuentran en el arte una manera de comunicar su desazón.
«Creamos a partir de nuestro cuerpo»
E. B: ¿Determina el sexo a la hora de crear?
J. M: Sí porque creamos a partir de nuestro cuerpo. El cuerpo es el primer intermediario y además de doble sentido. El mundo lo atraviesa y, al mismo tiempo, con él atravesamos el mundo y lo navegamos. Además de las tensiones que provocan las hormonas y que hacen que percibamos lo que nos rodea con una sensibilidad que no es estable, el sexo modela nuestro cuerpo, y ese cuerpo está sujeto a unas expectativas de género. Lo que podemos desear y lo que nos sucede está dirigido por el hecho de ser mujer. Escribimos desde nuestra experiencia.
Históricamente, la biología ha servido para justificar la inferioridad femenina y nos ha encajado en peligrosas dicotomías esencialistas apoyadas en parámetros cartesianos que han servido para interpretar y ordenar el mundo. Ese es un punto de vista hoy superado. El cuerpo no es algo diferenciado de la mente, como nos explica muy bien hoy la neurociencia. Y por eso, entendemos que un anciano que se levanta de la cama con dolores, que está lleno de pasado y de cicatrices, no escribe como un adolescente de cuerpo vigoroso y con un futuro por delante. A pesar de ello, todavía encuentro resistencias para aceptar que el cuerpo pueda intervenir en la obra. A las generaciones que crecieron con Simone de Beauvoir, que consideraba que una mujer lo era más en la menopausia, cuando las hormonas ya habían desaparecido, les cuesta aceptar que su fisiología pueda intervenir en su pulsión creativa. En cambio, las mujeres más jóvenes están mucho más interesadas en abrazar sus cuerpos, escucharlos e incorporarlos de manera orgánica a su trabajo.
«La expresión “narración andrógina” ya habla de un punto de vista patriarcal y sesgado. ¿Quién sabe qué pensaría hoy Virginia Wolf?»
E. B: Virginia Woolf hablaba de la necesidad de crear una narración andrógina, la voz que trasciende los sexos. ¿Cómo explicas esto?
J. M: Virginia Woolf era hija de su tiempo. Las mujeres entonces no se educaban en las universidades. En las estanterías de las bibliotecas prácticamente solo existía la figura del autor. Ante semejante panorama, ¿quién querría ponerse en el bando de las mujeres? Creo que las personas nos negamos a aceptar los mucho que influye el hecho de género, de raza y de clase para triunfar en la vida. Las causas sistémicas determinan nuestro margen de maniobra, de ascenso y éxito social. A pesar de ello, nos aferramos a las frases Mr. Wondeful de “si quieres, puedes”. Necesitamos creer ciegamente en que, el que consigamos nuestros objetivos, depende exclusivamente de nosotras, de nuestra capacidad de esfuerzo y de talento. Y no es cierto. Lo que hagamos es muy importante, pero no suficiente.Virginia, a quien admiro profundamente, era tremendamente ambiciosa. Quería desprenderse de esos atributos femeninos que sabía no la iban a ayudar a entrar en el canon. Además, en el siglo XIX, se asociaba a las mujeres con el folletín y la novela romántica y sentimental. Ella pertenecía a las intelectuales de las vanguardias. Como mujer, su propia vida está plagada de contradicciones. Y sí, los reclamos femeninos en la literatura de las mujeres le sonaban a queja, pero al mismo tiempo, ella misma reconocía que se daba más valor a poner un pica en Flandes y a los asuntos de la esfera pública, porque las mujeres no sabían de las cosas que saben los hombres y eran ellos los que escribían. Sin embargo, no es que las mujeres tuvieran menos conocimientos. Es que sus conocimientos eran distintos. Ella misma lo pone en práctica en La señora Dalloway. De todas formas, por cierto, la expresión “narración andrógina” ya habla de un punto de vista patriarcal y sesgado. ¿Quién sabe qué pensaría hoy Virginia Wolf?
E. B: Dime algunas de las conclusiones a las que llegan las escritoras que entrevistas en tu libro.
J. M: Creo que, para muchas de ellas, las preguntas les han permitido reflexionar sobre las creencias que tienen de su cuerpo. Se nota la rapidez vertiginosa de los avances feministas y las diferencias entre las distintas olas. Me da la impresión de que, en general, las entrevistas han puesto de manifiesto un interés por abrirse a nuevas interpretaciones y consideraciones más generosas con lo femenino. La conciencia feminista también muta.
«El cuerpo nos duele. Pero el dolor y las heridas alimentan la pulsión creativa»
E. B: ¿El cuerpo ha sido un condicionante para las creadoras?
J. M: Y lo sigue siendo. El cuerpo femenino está en el centro del debate y de la creación. Solo hay que abrir los ojos y ver las imágenes que nos rodean. Más bien, que nos bombardean. Todas esas que construyen el relato de quiénes somos. ¿Cómo construir la autoría a partir de ahí? Creo que las escritoras compartimos una inseguridad constante para autorizar nuestra voz en un mundo en el que constantemente aparecemos hipersexualizadas o en el que virtudes masculinas, como la ambición, el liderazgo o incluso, las habilidades para comedia nos convierten en brujas, mandonas o ridículas. El cuerpo nos duele. Pero el dolor y las heridas alimentan la pulsión creativa.
E. B: ¿Y qué cambios observamos en este siglo?
J. M: Leyes que protegen nuestra dignidad, una voz presente en la vida pública, figuras femeninas de referencia en campos hasta ahora vedados para la mujer… Y también cambios pequeños que dicen mucho de los avances: tacones planos, mayor independencia económica, papás en los parques infantiles… La idea de la buena madre y esposa se cuestiona. Se plantean nuevas maneras de vivir empujadas por el deseo de hacerlo de otra manera y por eso, aparecen nuevos dilemas en nuestras historias. Además, de sacar los traumas soterrados durante generaciones.
«La mujer ha estado confinada, ha tenido poco margen de maniobra, ha sufrido más frustraciones y abusos…sabe de rencor y de insatisfacción. Carga más heridas»
E. B: ¿Es cierto que como personaje literario la mujer es mucho más compleja que el hombre?
J. M: La mujer ha estado confinada, ha tenido poco margen de maniobra, ha sufrido más frustraciones y abusos…sabe de rencor y de insatisfacción. Carga más heridas. Además, como personajes heroicos, dan mucho juego porque es difícil encontrar mujeres que hayan llegado muy lejos y que lo hayan conseguido abusando, o a costa del trabajo del otro. No conozco a ninguna mujer a la que su marido le haya escrito sus libros. Por otra parte, las mujeres hemos cultivado las habilidades relacionales y de cuidados. Todo eso nos vuelve muy interesantes y complejas. Personajes fascinantes para la ficción.