-¿Qué es lo más íntimo y más secreto que ha averiguado sobre la vida de las bacterias?

-Pues un secreto que hemos desentrañado es que, lo mismo que los humanos, las bacterias se hacen trampas, van de polizones, de gorrones, envían mensajes para confundirse unas a otras. Al igual que las personas, dedican muchísimo tiempo a intentar manipular sus conversaciones cuando les viene bien.

-¿Una bacteria podría dedicarse a la política?

-Cierto (risas). Las bacterias deberían ser políticas, se les daría de maravilla.

¿O, para que nadie se ofenda demasiado, podrían ser periodistas manipuladores?

-Exactamente, pero ahí no voy a meterme por educación, al menos durante esta entrevista (risas).

Bonnie L. Bassler (Chicago, Estados Unidos, 1962) se graduó en Bioquímica en la Universidad de California en Davis y se doctoró en Bioquímica en la Johns Hopkins. En 1994 se incorporó a la Universidad de Princeton como profesora en el Departamento de Biología Molecular, que actualmente dirige. Ha recibido numerosos reconocimientos y es miembro de la Academia Nacional de Ciencias, de la Asociación Estadounidense para el Avance de las Ciencias, del Comité Científico Asesor del presidente Obama y presidenta de la Sociedad Estadounidense de Microbiología. Autora de más de 330 publicaciones científicas, tiene un índice h de 101 según Google Scholar. Ha recibido el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica de este año, junto a Jeffrey Gordon y E. Peter Greenberg, por desvelar “mecanismos inéditos de comunicación entre bacterias, que emiten señales químicas que modulan su comportamiento colectivo”, señala el acto del jurado. “Ambos descubrimientos están permitiendo aplicaciones terapéuticas innovadoras y la búsqueda de nuevos tratamientos efectivos contra bacterias resistentes a antibióticos”, añade el fallo. La profesora Bassler llegó ayer a Oviedo acompañada de su marido, Todd Reichart, quien trabaja en su mismo departamento de la Universidad de Princeton como comunicador y divulgador científico. “A veces hago caso de sus consejos”, bromea la investigadora.

-¿Qué sabe de los Premios Princesa de Asturias y del resto de los premiados?

-Ya había antes oído hablar de los Premios Princesa. Gozan de mucho prestigio. Las personas que lo ganan son iconos para mí. Nunca había imaginado que estaría en ese grupo. Estoy muy feliz. Es un evento mágico para mí.

-¿Qué le han parecido los gaiteros que la recibieron?

-La sorpresa número uno. Es una música preciosa. Y luego las mujeres que tocaban el tambor… Y un chavalín con su gaita… Impresionante. ¡Qué talento, qué maravilla! Lo disfruté muchísimo, como si fuese una experiencia de otro planeta.

-¿Qué la movió a dedicarse a la bioquímica?

-De niña quería ser veterinaria. No conocía mujeres científicas porque a las niñas no se nos animaba a estudiar nada científico. Pero luego, en el colegio, empecé a entrar en el campo de la veterinaria y me di cuenta de que no me gustaban ni la sangre ni las tripas ni hacer daño a los animales. Sólo me gustaban los animales. Pero tuve la suerte de que parte de esos conocimientos se referían a genética y bioquímica molecular de seres vivos. Y me enamoré de esa posibilidad de ser la primera persona del mundo que tiene una idea y puede ponerla a prueba. Es mágica, y vuelvo a repetir esta palabra. Aposté por la bioquímica y la genética y nunca he mirado atrás. Cuando empecé, jamás me planteé que iba a llegar a este nivel.

-Las bacterias tienen más bien mala fama…

-Sí, todos decimos que nos matan, que nos enferman, pero ahora sabemos que hay muchas bacterias que son buenas, beneficiosas, que hacen tareas maravillosas, que nos mantienen con vida, por ejemplo a través del microbioma. Mi laboratorio siempre ha intentado entender cómo sacan el máximo provecho a lo que hacen. Son chiquitísimas, pero hacen tareas enormes. Pueden matarnos, pero también mantenernos con vida.

-¿Le resulta particularmente apasionante el mundo de las bacterias?

-Lo que me parece apasionante es que los primeros organismos sobre el planeta Tierra evolucionaran con una capacidad de comunicarse, de contarse, de saber cuántas serían, de actuar como grupo y poder hacer tareas de equipo. Es un lenguaje químico, no verbal, pero se comunican y consiguen sacarse información unas a otras. Hacen cosas que jamás podrían hacer de manera aislada, porque individualmente son demasiado pequeñitas para marcar la diferencia. Tienen cambios de comportamientos en función de si están rodeadas de amigas o de enemigas.

-¿En qué enfermedades o tratamientos de enfermedades pueden tener más incidencia sus investigaciones?

-Cuando las bacterias entran en un organismo humano, cada una por separado no tiene la capacidad de causar una infección. Pero si todas colaboran y lanzan infecciones de manera simultánea pueden colapsar nuestro sistema inmunitario. Lo que intentamos hacer nosotros es estrategias de anticomunicación. Bacterias que no puedan escuchar, que no puedan hablar. Esos son los nuevos tipos de medicamentos que desarrollamos. Si podemos interferir en esa comunicación química entre las bacterias, podemos crear nuevos medicamentos. Todo esto es muy emocionante porque es una visión totalmente de las bacterias, unos patógenos que acaban con la vida de millones de personas al año.

-¿Cuáles son las claves de futuro para vencer las resistencias de las bacterias a los medicamentos?

Lo que hacen los antibióticos tradicionales es matar a las bacterias o impedir que crezcan. Lo que nosotros queremos es modificar su comportamiento, realizar una terapia conductual, digamos, en vez de lanzar bombas y matarlas. El objetivo es conseguir un mayor periodo de eficacia de los medicamentos.

¿Cuál es su teoría opinión sobre el origen de la pandemia del SARS-CoV-2?

-No soy experta en SARS-CoV-2, pero estoy bastante segura de que surgió de un mamífero. Los humanos somos un mamífero más. Mi suposición es que, al final, mutó y saltó entre especies, cosa que hemos visto muchas veces con los virus. Pero no tengo información privilegiada al respecto

-¿Corremos el riesgo de una gran catástrofe similar de origen bacteriano?

-Es un riesgo real, terrible, mundial, de patógenos víricos y bacterianos. Cada día hace más calor, cada día somos más, los recursos son cada vez más escasos… Estas bacterias están aquí y tenemos muy pocos antibióticos que funcionen de verdad. Hace 30, 40 o 50 años, cuando estaban desarrollándose muchos antibióticos, todo el mundo pensó que el problema ya estaba resuelto, y la gente dejó de esforzarse durante décadas. Quizá fuimos arrogantes por pensar que las bacterias no iban a evolucionar. Sí, supongo que las infecciones bacterianas y víricas son una de las principales amenazas para la humanidad.

-¿Qué cualidades considera más decisivas para llegar a ser una gran figura de la ciencia?

-Mis héroes científicos son los que arriesgan, los que no se dejan llevar, los que intentan pensar de manera distinta, los que son tenaces para ir adelante aunque la gente no les crea, como ha pasado en mi campo. Son fundamentales la creatividad, la humildad y también la generosidad, porque esto es un trabajo en equipo, también con alumnos de postdoctorado, y necesitas un entorno, una atmósfera de gente creativa, que tengan la imaginación como único límite, que estén dispuestos a asumir riesgos y a hacer preguntas que quizás no son las más populares, pero hay que demostrar si son correctas o no.