Merdan no puede salir de casa debido a su arresto domiciliario desde el asesinato de Serdar. Gracias a la ayuda de Gül, el hombre finge un desmayo para ser trasladado al hospital. ¡El mismo en el que está Metin!
Una vez allí, Çinar y sus amigas entretienen a los policías que custodian la habitación en la que se encuentra Metin, y Merdan se cuela para poder ver a su hijo con sus propios ojos.
El abuelo de los Kaya se desahoga con su hijo, que ha vuelto a ser sedado, y abre su corazón de par en par. Su relación con él nunca ha sido buena, pero siempre le ha querido y necesita mostrarle todo su cariño: “Tenía miedo de que murieras y no volver a verte”.
Merdan, le coge de la mano, y le confiesa que se arrepiente de no haber sido un buen padre para él. Se siente muy orgulloso de la persona en la que se ha convertido y de los tres nietos que le ha dado: “Yo en cambio, nunca te he dado nada”.
Sin poder ocultar las lágrimas, Merdan le pide el perdón que cree que no merece y le ruega a la muerte que no se lleve a su hijo antes que a él. Se despide de él mientras le pide que aguante para que pueda oír su voz por última vez sin imaginarse que… ¡Metin lo ha escuchado todo!