Hitchcock logró que nos aterraran los pájaros. Que temiéramos ver aparecer súbitamente una nube de aves alocadas volando en todas direcciones sobre nuestras vidas, hiriéndonos en la frente, picoteándonos a cada paso. Pero esa invasión terminaba con las letras de crédito de la peli, y la que estamos viviendo con las chinches pertenece al terreno de la realidad que, ya sabemos, supera siempre con creces a la ficción.
Mucho se ha hablado en los últimos días de la plaga de estos minúsculos insectos que se sufre en Francia, pero las noticias para España no son buenas: la infestación aquí ha alcanzado niveles similares y el problema es igual de «acuciante en Madrid que en París, al menos en cuanto a bloques de viviendas y al transporte público». Lo dice, en conversación con EL ESPAÑOL, Fernando Carrillo, el CEO de Islaplagas, salud e higiene ambiental: «Aproximadamente su presencia ha aumentado entre un 50 y un 70%, aunque ha sucedido de forma muy escalonada desde el año 2000″.
Son varias las razones que explican este aumento progresivo: por un lado, la imparable globalización. Al igual que el virus del Covid cruzó de lado a lado del mundo en tan sólo tres meses, las chinches también viajan a lomos de los turistas. Más concretamente, en nuestros equipajes: «Básicamente se desplazan en las maletas o bolsas y sobre todo en la bodega de los aviones, porque en ese medio se hace el mayor porcentaje de desplazamientos turísticos», apunta Carrillo, añadiendo que también viajan en barco, en tren o en cualquier otro medio de transporte. Y si bien no son tan céleres como los virus porque estos «van de humano a humano», ahora que ya han llegado, combatirlas es una tarea muy complicada.
El otro gran aliado de las chinches es el calor. El alargamiento de las épocas cálidas favorece a un insecto que prolifera aún más rápido entre los 23 y los 30 grados: «Las temperaturas más cálidas antes se daban del Ecuador para abajo, y con el cambio climático cada vez las tenemos más arriba. Por eso en Francia tenemos el problema que tenemos, porque entre la globalización y que hay una media en el año de 25 grados, la implantación ha sido evolutiva en el tiempo». Y de Francia, como decíamos, a España: al país vecino llegaron primero por ser el primer destino turístico de Europa, pero Madrid ya está igual de tomada. De hecho, Madrid Salud ya ha elaborado varios manuales para tratar de contener su expansión.
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De dónde vienen
A las cimex lectularius, el nombre científico del bicho que nos está complicando la vida, las hemos sufrido también en otras épocas. Concretamente, en la Segunda Guerra Mundial, que es cuando llegan a Europa por primera vez «por los desplazamientos de los soldados con su saca, sus petates y maletas», como sigue explicando el experto.
Entonces se usó DDT, el potente insecticida, para erradicar la plaga, e incluso los anuncios de la época aconsejaban su uso doméstico, mostrando a un ama de casa fumigando sin piedad el colchón con este biocida. A los soldados se les rociaba también de la cabeza a los pies con él.
Hoy su empleo no está autorizado por el Ministerio de Sanidad porque su materia activa perdura en el medio ambiente y en el cuerpo del ser humano durante 30 o 40 años, y no es para nada inocua: «Ha muerto muchísima gente por DDT», añade el experto consultado. Una vez que se pasó su efecto, las sucesivas oleadas migratorias provenientes de Latinoamérica, de donde proceden originariamente las chinches, las han traído de vuelta y ahora ya no hay barrera que las frene.
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¿Se pueden ver?
Una pregunta que nos surge siempre que hablamos de chinches es si el ojo humano es capaz de verlas. Y sí, no son tan pequeñas. Al menos no todos los ejemplares lo son: «No son insectos que sean microscópicos, la chinche adulta puede medir alrededor de un centímetro, o sea que, si te paras un poco a mirar, la ves. Además, hay otras cosas que nos indican su presencia, como manchitas de sangre -que son sus defecaciones- que se pueden ver en las sábanas perfectamente», desarrolla el CEO de Islaplagas. Y atención a otra curiosidad que revela: también otro sentido nos puede advertir de su presencia: «Cuando hay mucha actividad provocan un cierto olor dulzón, entre cilantro y almendra. Por eso las empresas de control de plagas en Francia ya están usando perros para detectarlas, pues tienen un olfato muy pronunciado».
Eso sí, aunque podamos verlas, lo que no podemos, al menos en nuestras casas, es combatirlas. Es tarea perdida porque, si han llegado hasta nuestra habitación, en muy poco tiempo la habrán invadido por completo apoderándose de la mesita de noche, de los enchufes y, sobre todo, del colchón: «Ellas se alimentan de nuestra sangre directamente. Son nuestros huéspedes. Por eso cuando una chinche está en un punto de luz, en una mesita de noche o en un enchufe lo que está intentando conseguir es llegar al colchón, porque sabe que ahí hay personas».
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Cómo acabar con ellas
Sí, es escalofriante. Escribir este texto provoca picores: imaginamos que leerlo también. La única solución cuando la situación descrita en el párrafo anterior ya es una realidad, es remitirnos a una empresa de control de plagas. Islaplagas, por ejemplo, ha aumentado su facturación -que habitualmente ronda el millón y medio de euros- este año entre un 15 y un 20%. Lo primero que harán al llegar a nuestro hogar es realizar una inspección a fondo y, a partir de ahí, empezar a tratar.
Un tratamiento puede costar entre 700 y 900 y euros, y la mayoría de peticiones de auxilio las están recibiendo las empresas como la de Fernando desde hoteles, viviendas particulares y medios de transporte. Hasta cruceros han llegado a hacer en Islaplagas. Y lo más habitual es que todos los clientes pidan mantener el tratamiento bajo secreto profesional por aquello del qué dirán.
«A nivel doméstico es muy difícil de combatir porque hay que tener un cierto conocimiento de la biología de las chinches para saber cómo se comportan y dónde se esconden», dice Carrillo. De hecho, la empresa ha realizado tratamientos en algunas habitaciones a las que, al cabo de un tiempo, han tenido que regresar porque volvía a haber chinches que se habían escondido demasiado bien y habían creado prole de nuevo.
Porque ésa es otra: se reproducen de forma sorprendente. Una sola chinche puede poner dos o tres huevos al día: «Y dado que cada hembra vive entre 9 y 12 meses, puede producir de 400 a 500 huevos en su vida», comenta el CEO. Esos huevos eclosionan rápido, además, entre una semana -si se dan condiciones de calorcito, en el rango de los 23 a los 30 grados- hasta 40 días en climas más fríos. Además, no son especialmente glotonas: pueden llegar a resistir sin comer un año entero. Su plato preferido y casi único es nuestra sangre, por eso se las llama hematófogas.
Qué nos hacen las chinches
Bueno. ¿Y si, a pesar de toda la prevención, ya nos han picado? ¿Qué efectos tienen sobre nuestra salud? Por el momento, las consecuencias más frecuentes son las irritaciones que causan sus picaduras. «También puede existir la posibilidad de alguna infección secundaria, pero todavía no hay una evidencia de que la chinche esté involucrada en la transmisión de infecciones graves», puntualiza el CEO.
Aunque, como también recuerda, su presencia causa angustia a quien la sufre. Y no poca. «Nos han llamado de casas en las que los niños tenían picaduras y el propio dermatólogo no había sido capaz de detectar que esa afección venía de la picadura de chinches, y nosotros lo hemos solucionado atajando el problema sanitario», cuenta con satisfacción.
La profesionalización del sector
Qué no habrá visto Fernando y sus compañeros de empresa. Se lo preguntamos y responde con un lacónico «imagínate», porque el secreto profesional que le demandan la mayoría de sus clientes le obliga a guardar silencio. Eso sí, afirma estar «curado de espanto» después de todo. Él lleva con la empresa desde el año 1995, cuando un Real Decreto aconsejaba por primera vez realizar tratamientos de desinsectación y desratización en los transportes públicos.
Fue a partir de entonces cuando las empresas de control de plagas aparecieron y cada vez, remarca, se han ido profesionalizado más. De hecho, siempre deben tener una dirección técnica formada en salud ambiental o un titulado en biología o química: «Ya no sólo nos dedicamos al control de plagas sino a cuestiones ambientales como la prevención de la legionella o el tratamiento de aguas». En su caso, también han intervenido en edificios históricos como la iglesia del Carmen de Cádiz o la Iglesia de Santa Cruz en Atocha, que sufrieron daños a causa de las termitas. Los tratamientos en estos lugares se vuelven sumamente delicados por el valor histórico que poseen.
Y, como nota negativa, Fernando Carrillo añade que el sector no está pasando un buen momento porque desde la Comunidad Económica Europea «hay muchas restricciones en cuanto al uso de plaguicidas». Por eso, la Asociación Nacional de Empresas de Sanidad Ambiental (ANECPLA) reivindica un cambio de normativa: «No tenemos el mismo problema de insectos en Bruselas que en Sevilla o en Albacete. Por ejemplo, a las cucarachas ya no hay quien las mate con las dosis que nos autorizan, y por eso pedimos que éstas sean mayores. Todos estamos de acuerdo con que no puede resultar tóxico para las personas, pero el problema es que hay vectores que hay que matarlos», concluye.
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