La singular trayectoria taurina de Manuel Díaz El Cordobés se cierra este domingo en la plaza de Jaén. Atrás quedan treinta años de alternativa y una compleja etapa como novillero que no se puede deslindar de la constante que ha marcado su vida: la sombra alargada de Manuel Benítez, el primer Cordobés.
El reconocimiento de la paternidad y, especialmente, el reciente reencuentro del padre y el hijo el pasado mes de febrero han sido los últimos capítulos de esa tortuosa relación que ha tenido final feliz. Manuel Benítez, precisamente, será el encargado de cortar la coleta a su hijo Manuel Díaz en la postrera corrida de Jaén.
Sus vidas corrieron más o menos lejanas durante más de medio siglo. Díaz guardaba como oro en paño una vieja fotografía en blanco y negro que le retrataba –era un niño aún- saludando a su presunto padre en el Círculo Taurino de Córdoba hace cuatro décadas.
Son los años que tuvieron que pasar para que volvieran a retratarse juntos, cerca de dos copas de espumoso que delataban que había mucho que celebrar. Sin solución de continuidad llegaría el refrendo público en otro acto convocado en el rectorado de la Universidad de Córdoba para conmemorar el vigésimo aniversario del califato taurino de Manuel Benítez.
El penúltimo capítulo, o el prólogo de esa cascada de acontecimientos había sido el reencuentro con su hermano Julio Benítez Freysse antes de anunciarse para torear, mano a mano, el 11 de marzo de 2017 en la plaza de Morón rodeados de una enorme expectación mediática.
Llegaron a compartir otras tardes en un proyecto que no pudo reafirmarse por el accidente de tráfico de Julio primero y por la lesión de cadera de Manuel. En cualquier caso había comenzado una fluida relación personal pero se seguía demorando el definitivo reencuentro público con su célebre progenitor.
Una historia por contar
Manuel Díaz había nacido tras el breve y secreto idilio de su madre, María Dolores Díaz, con Manuel Benítez. La había conocido sirviendo en la casa de unos amigos pero no quiso saber nada de ella tras conocer el embarazo y la joven acabó siendo echada de su propia casa, con un niño por criar que acabaría siendo educado por su abuela.
El hilo no se había roto del todo. Hubo una persona fundamental que sirvió de nexo entre padre hijo. Fue el banderillero Pepín Garrido, antiguo hombre de confianza de Benítez, quién se ocupó de Manuel Díaz cuando aterrizó en Córdoba de la mano de su madre siendo sólo un niño, con una paternidad que era un secreto a voces.
Fue Garrido el que le apuntó en la escuela del Círculo Taurino de Córdoba, bautizada con el nombre de Manuel Benítez El Cordobés. El chaval se quedó al amparo de Antonio Mata, un antiguo mozo de espadas y persona providencial en la vida del futuro matador.
Mata fue el responsable de anunciar a Manolo –su primer apodo taurino– en los carteles. La sombra de Benítez, con el nexo de Pepín Garrido, era evidente pero la enfermedad de Mata le llevó a las manos de otro popular taurino cordobés, Rafael Piédrola, con el que empezó a volar por sí mismo.
El último brindis de Paquirri
Manuel Díaz recibió el 26 de septiembre de 1984 el brindis del último toro que iba a matar Paquirri. El siguiente, llamado Avispado, acabó con su vida. Las trágicas circunstancias del momento colocaron al joven novillero y a su propia historia personal en el mapa.
La bola, ahora sí, comenzaba a rodar. Pero aún quedaban algunos años de forja. Se seguía alimentando el morbo pero Manuel Díaz –aún se anunciaba como Manolo- no terminaba de encontrar su camino. Empleado como lavacoches y viviendo de prestado en la Córdoba de mitad de los 80, el toro parecía haber pasado a un segundo plano.
Una novillada menor en un pueblo de Madrid le volvió a poner en la carretera. De ahí a las manos de El Brujo, un taurino de novela que le inspiró para tirarse de espontáneo en el novillo que tenía que matar su padre en un festival a beneficio de las víctimas del volcán del Nevado del Ruiz en abril de 1986.
Fue su segunda foto juntos. El salto al ruedo madrileño se saldó con una paliza, una multa y la prohibición de torear durante dos años. Aún anduvo a salto de mata, en manos de taurinos de todo pelaje, toreando lo que salía, antes de que un encuentro providencial –con Curro el Andaluz– le llevara a las manos de Paco Dorado.
Firmaron el contrato en la servilleta de papel de un bar. Había llegado la famosa revolución; nacía el nuevo Cordobés, un apodo que reivindicaba su origen y le volvía a colocar en la carretera. Con Paco Dorado, Manuel Díaz se convirtió en un novillero de éxito que fue capaz de reescribir su propia historia.
«Vuelve El Cordobés, sin apellidos ni fortuna», proclamaba Dorado. Más allá de la tramoya publicitaria se encontraba un torero de sólido oficio que logró tomar la alternativa en Sevilla el Domingo de Resurrección de 1993 de manos de Curro Romero.
Casi sin respiro, llegó la confirmación de alternativa sustituyendo a Rincón. La televisión le sirvió para escenificar aquella frase mítica que Lapierre y Collins convirtieron en ‘best seller’: «Madre, o te compro una casa o llevarás luto por mí». Manuel resultó cogido de cierta gravedad aquella tarde madrileña, tal y como le había ocurrido a su padre 30 años antes.
Su carrera ha viajado por distintas etapas desde entonces y estuvo a punto de verse truncada de raíz en 2018 tras la implantación de una doble prótesis de cadera. En 2023 anunciaba su retirada definitiva de los ruedos al cumplir treinta años de alternativa. Al mismo tiempo se había producido el reencuentro vital con su padre, demorado 55 años.