La disfuncionalidad y el caos del Partido Republicano de Estados Unidos siguen sin control y agudizan la crisis en el Congreso, paralizado desde hace nueve días tras la destitución del presidente de la Cámara Baja, Kevin McCarthy, y sin ninguna certeza sobre cuándo podrá volver a funcionar.
Steve Scalise, el conservador legislador de Luisiana que los republicanos habían nominado por la mínima el miércoles en su conferencia para ocupar el cargo de ‘speaker’, ha decidido este jueves renunciar a intentarlo antes siquiera de que se produzca la votación. Lo ha hecho al comprobar que no tenía asegurado el respaldo suficiente dentro de su propia bancada para alcanzar los 217 votos necesarios en el pleno, en parte por la resistencia a darle su apoyo de varios congresistas del ala más extremista, la misma que inició con una moción de Matt Gaetz la revuelta a la que se sumaron otros siete republicanos y que desbancó a McCarthy.
La decisión de Scalise devuelve el proceso a la casilla de salida. Los republicanos han organizado una reunión para este viernes por la mañana para ver cómo proceder. Y se intensifica la incertidumbre sobre cómo podrá solventarse esta crisis, una resolución que se hace acuciante ante la necesidad de aprobar presupuestos antes del 17 de noviembre que eviten un cierre parcial del gobierno o las ayudas a Ucrania, pero desde este sábado también la asistencia que se quiere dar a Israel tras el ataque el sábado de Hamás. Sin presidente, la Cámara no puede legislar.
Un partido ingobernable
El episodio expone de nuevo también los graves conflictos que dividen al Partido Republicano, donde las brechas internas y el enorme poder que ha logrado el ala más extremista, la más cercana a Donald Trump, lo están demostrando incapaz de gobernar y de ser gobernado.
El fracaso de Scalise subraya ese caos. El representante de Luisiana es muy conservador, uno de los congresistas que ratifica el acentuado giro a la derecha que ha dado el Partido Republicano en las dos últimas décadas. De hecho, algunos republicanos moderados aseguraban que no podían votar a alguien que una vez se comparó a David Duke, un líder del Ku Klux Klan, “pero sin equipaje”, y que en 2014 tuvo que disculparse por haber acudido en su etapa como congresista estatal a una reunión de supremacistas blancos.
Aun así, Scalise, que desde enero había sido el número dos de los republicanos en la Cámara Baja, es visto por el ala más radical y de extrema derecha, la más cercana a Trump, como demasiado cercano al aparato, representante de lo que Trump bautizó como “la ciénaga” (aunque Scalise fue uno de los que votó por no certificar los resultados de las presidenciales del 2020 que Trump perdió). Y Trump este jueves defendió que Scalise no debía ser elegido, aunque para hacerlo esgrimió el argumento de que está recibiendo tratamiento por un cáncer de sangre.
Trump había dado su apoyo a Jim Jordan, uno de los congresistas más radicales de los republicanos, que el miércoles había obtenido en la votación interna 99 votos frente a los 113 de Scalise. Y ahora podría volver a intentar ser el nominado, pero lo probable es que tope con el rechazo de los más moderados. Dada la exigua mayoría que los republicanos tienen en la Cámara de Representantes frente a los demócratas, que van a votar en bloque por su propio líder, Hakeem Jeffries, el candidato republicano solo se puede permitir perder cuatro votos entre sus filas.
“Queda trabajo por hacer. Nuestra conferencia aún se tiene que unir y no está ahí. Aún queda alguna gente que tiene sus propias agendas”, ha dicho Scalise tras informar a los republicanos de su renuncia