La invasión israelí de Gaza parece inminente. Los 300.000 soldados que desde el martes llevan apostados en la frontera, el cerco total al territorio palestino, los incesantes bombardeos y la formación de un Gobierno de unidad nacional liderado por el primer ministro Benjamin Netanyahu apuntan a que el Israel se está preparando para lanzar una ofensiva terrestre en la Franja más pronto que tarde.
Sin embargo, la última vez que las tropas israelíes intentaron entrar en la zona controlada por la organización islamista Hamás no les fue muy bien. Era 2014, y aunque las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) pasaron 19 días dentro, las milicias armadas les tendieron una emboscada cuando intentaban hacerse con el control de las zonas fronterizas. Se vieron obligados a retroceder para volver a los masivos ataques aéreos y de artillería desde fuera. Previamente, en 2009, Israel lanzó la Operación Plomo Fundido, que implicó una invasión por tierra de apenas 15 días.
Es esta ocasión, que se convertiría en la tercera invasión desde que Israel se retiró de Gaza hace 18 años, las fuerzas israelíes tampoco lo tendrán fácil. Para empezar porque hacerlo podría comprometer la vida de los 150 rehenes israelíes que los combatientes de Hamás secuestraron en las primeras horas del ataque por tierra, mar y aire que lanzaron contra Israel el sábado y que dejó más de 1.200 muertos. Sobre todo porque el grupo islamista ha amenazado con ejecutar a un prisionero públicamente por cada bombardeo que Israel lance sin previo aviso. No se contempla, además, la negociación, como ratificó Rodica Radian-Godon, embajadora de Israel en España a este periódico.
Pero además, la Franja es un territorio de apenas 365 kilómetros donde viven al menos 2,2 millones de personas, según los últimos datos disponibles. Una suerte de ciudad extremadamente poblada y repleta de calles estrechas en la que podría desatarse una guerrilla urbana de los escuadrones de Hamás contra los israelíes, que llevan bloqueando Gaza desde 2006, cuando la organización islamista se hizo con el control del territorio. Este tipo de enfrentamientos, entre otras cosas, dificultarían el avance de las tropas y complicaría la diferenciación entre combatientes y civiles.
Así, podría convertirse en una masacre para la población palestina. Sólo en los bombardeos de los últimos días, que originalmente iban destinados a destruir infraestructuras de Hamás pero que han terminado por eliminar edificios residenciales, sinagogas y hasta un campo de refugiados, han muerto ya aproximadamente 1.055 personas en Gaza, entre ellos unos 200 niños, según datos del Ministerio de Sanidad gazatí.
Israeli reservists preparing to storm the Gaza Strip pic.twitter.com/VP8ciHLhE7
— Visegrád 24 (@visegrad24) October 11, 2023
Ratoneras bajo tierra
A estos problemas en la superficie se le suma la extensa red de túneles que abarcan prácticamente todo el subsuelo de la Franja y traspasan la valla que separa Israel. En un origen, los palestinos utilizaban estas vías para pasar mercancías de contrabando desde Egipto, pero en los últimos años se han convertido en una importante infraestructura militar de la guerrilla. Hoy por hoy, a través de los túneles se pasan también armas y combatientes que son enviados como infiltrados al Estado judío.
Pero además, según algunos analistas consultados por The Economist, estos pasadizos clandestinos, cavados a muchos metros de profundidad, también se utilizan para tender emboscadas, atacar a las tropas israelíes desde la retaguardia o para plantarlos de minas e infligir daño al enemigo. Para el Ejército israelí, las galerías de Hamás son desde 2014 uno de sus objetivos principales, entre otras cosas porque se han convertido en un facilitador de incursiones terrestres de hombres del movimiento islamista palestino en el Estado hebreo.
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A estas complicaciones se le suma que esta invasión terrestre de Israel a la Franja de Gaza no se antoja pasajera. «Estamos en guerra», dijo el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, el pasado sábado. Una declaración que dejaba constancia de que la situación es excepcional. Que nada tiene que ver con los enfrentamientos protagonizados en los últimos años entre israelíes y palestinos o entre militares israelíes y combatientes de Hamás.
Para los israelíes, de hecho, la brutal ofensiva de Hamás del 7 de octubre ha marcado un antes y un después. Consideran lo ocurrido «el 11-S israelí». Una tragedia sin precedentes de la que Israel ha asegurado va a vengarse. Y eso sólo tiene un significado: «eliminar a Hamás», aunque para ello tengan que invadir primero y luego permanecer en un territorio que les guarda, cuando menos, hostilidad.
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