Mi padre se ponía siempre cerca de la puerta en el cine, por si había un incendio. En realidad, mi padre siempre se ponía cerca de cualquier puerta por si había un incendio. Un pariente suyo había muerto en un teatro en llamas, más que abrasado por el fuego, aplastado por la estampida provocada por él.
El desastre se le había quedado grabado de tal modo que lo primero que hacía al entrar en cualquier sitio era estudiar las rutas de evacuación. “A menudo los hijos se nos parecen”, reza un verso de una canción de Serrat. Yo me parezco a mi padre en eso. Lo primero que hago al entrar en la habitación de un hotel es mirar el mapa que suele haber detrás de la puerta en el que se indica la situación del huésped con relación a las salidas de emergencia. Me tranquiliza mucho ver ese punto rojo del mapa bajo el que figura la frase “usted está aquí”. Estoy ahí en el mapa, al mismo tiempo de estar aquí, fuera de él. Acepto esa forma de bilocación demencial para conocer mi lugar en el mundo y saber en qué dirección debo correr para que no me alcancen las llamas ni los cuerpos de los que huyen.
Hago lo mismo en los restaurantes, en los cafés, en las salas de conciertos. Soy un buscador nato de puertas de emergencia y de puertas a secas. A medida que penetro en las entrañas de una gran superficie (tipo Ikea o Leroy Merlín, pongamos por caso), voy mirando a izquierda y derecha los posibles puntos de fuga en caso de evacuación. En mi propia casa tengo cinco vías de escape minuciosamente estudiadas.
Con frecuencia me pregunto si esa chifladura por asegurarme la salida no será una metáfora de las ganas que tengo de huir de mí mismo. ¿Cómo salir de mí en un ataque de angustia? ¿Hay en mi mente alguna trampilla que me ponga a salvo de la ansiedad? Pues sí: también he desarrollado habilidades para esto. La meditación es una de ellas, pero a mí no se me da bien. A mí me salva imaginar historias. Desde el momento en el que empiezo a imaginar una historia, estoy a salvo de la realidad. Hay un problema: el de quedarse encerrado dentro de esa historia, dentro de esa novela que a veces se incendia, aunque también en este caso es más fácil morir aplastado por los personajes en fuga que por el calor.