Hace más de 100 años Carmen Reyes empezó a amasar pan en un alpendre ubicado entre los callejones del hoy pintoresco pueblo de Fataga y llevó uno de los alimentos más básicos a toda la gente del barrio y sus cercanías. Años después, el negocio lo heredó su hijo Claudio Teófilo y llegó hasta su tercera generación con su nieto Antonio Vicente Cazorla, quien trabajó la Panadería Fataga junto a su esposa, Rosario Artiles, hasta principios de 2020, cuando tuvieron que cerrar por la pandemia.
Tras casi cuatro años con la persiana echada, el matrimonio, ya jubilado, quiere reabrir sus puertas y busca emprendedores que quieran darle una nueva oportunidad a sus hornos. «Fataga es una tierra de oportunidades», señala Rosario, «a mi me gustaría que por la mañana me vuelva a llegar el olor a pan a mi cama».
Construido con piedra, barro y con el techo de uralita y bidones, en aquel pequeño habitáculo se criaban y asaban cochinos a la vez que se elaboraban los primeros panes que disfrutarían los vecinos. Con el tiempo se amplió, se rehabilitó y se instaló maquinaria moderna, pero desde hace casi cuatro años no se enciende la leña ni se amasa la harina en sus instalaciones.
«Nuestra ilusión es que alguien responsable reabriera la panadería y le pueda dar más vida al pueblo», señala Antonio, quien ve en su panadería una oportunidad para reactivar la Gran Canaria vaciada. Y vende bien su pueblo. «Fataga es un enclave maravilloso, único, con unas vista espectaculares, bien ubicado a 15 minutos de Playa del Inglés, hay mercado para trabajar, se puede tener una vida tranquila y es un pueblo ideal para criar a los hijos». Mientras, Fataga está sin panadero y para comprar una barra sus vecinos tienen que recorrer los 8 kilómetros que separan al barrio de Tunte o los 16 hasta San Fernando.
Crecimiento
Antonio Vicente no se había dedicado a hacer pan toda su vida. Él trabajaba como hamaquero en Playa del Inglés y con 18 años marchó a ayudar a su padre, que había enfermado. Se fue a la mili y al regresar, sin trabajo, siguió con su padre con la intención de quedarse dos años, al menos hasta que él se jubilara. «Pero cuando me di cuenta ya había aumentado la clientela hacia Playa del Inglés, Puerto Rico e incluso Tauro y lo que fue una panadería familiar del pueblo empezó a crecer con el desarrollo turístico», relata el propietario, que no solo repartía a cafeterías y supermercados, sino que también empezó a recibir extranjeros en su despacho de pan cuando éstos subían de excursión al interior de la isla.
«Nos gustaría que si alguien coge el local continúe la actividad porque aquí tenemos nuestros recuerdos»
Así, pasó de los 200 panes diarios que elaboraba su padre a más de 1.000 barras cada día. «Trabajaba de 22.30 a las 10.00 horas cuando tenía el horno pequeño, pero no daba avío y un señor de Arucas que montaba hornos nos instaló uno de 3×3 metros», recuerda Antonio Vicente, «pero busqué tanta clientela que ya era imposible trabajar solo con el horno de leña y tuve que comprar un soplete para quemar más leña; la producción era mucha».
Por épocas, el panadero tuvo un empleado, hasta que el último se marchó y Rosario, que tampoco sabía hacer pan, metió las manos en la masa y empezó a sacar adelante la producción de este manjar y también de dulces. Y como no sabía, grabó en vídeo al último trabajador para ella luego repetir el procedimiento. «Sin saber hacer pan, yo me puse y lo saqué y ya luego todos pedían el pan de Saro», relata ella.
En el año 2000, Antonio Vicente, quien hoy tiene 67 años, se retiró por enfermedad y fue Rosario quien asumió el mando de la panadería junto a su hijo Marcos. A eso se sumó la competencia desleal que hizo caer su negocio, explica, porque en aquella época otras personas empezaron a llevar pan de fuera del pueblo para venderlo allí. Pero Rosario fue rápida y buscó cómo reactivar su local: pactó con agencias de turismo y cada día le llegaban hasta diez grupos de extranjeros a la panadería. «Había días en que pasaban por aquí hasta 600 personas y desde la iglesia hasta aquí apenas se podía cruzar de la cantidad de gente que había en la calle; en pesetas llegué a sacar hasta 74.000 pesetas en un solo día», apunta la panadera.
Las panaderías más cercanas están en Tunte a 8 kilómetros o San Fernando de Maspalomas, a 16
Rosario se mantuvo al frente del despacho de pan hasta que tuvo que cerrar en 2020, pues tras la crisis del covid-19, muchos de sus clientes no volvieron a abrir y esta panadería cayó arrastrada por aquella oleada de cierres. Además, ella también enfermó y con lo que cobraba de la Seguridad Social pudo pagar los gastos del local por si algún día volvía a abrir, hasta que el pasado mes de marzo se jubiló.
Aunque en este tiempo han intentado que alguien emprenda y retome el negocio de la única panadería de Fataga, Rosario y Antonio Vicente no lo han logrado. Tuvo un intento, pero terminó en fracaso. «A nosotros nos gustaría que la panadería continuara, que alguien alquile el local o lo compre, pero nos gustaría que quien lo coja siguiera con esta actividad porque aquí tenemos nuestros recuerdos, nuestra vida», señalan.