Dicen que la paternidad te planta frente a las grandes cuestiones vitales, y creo que es cierto. Durante el embarazo no dejé de hacer cuentas y pensar sobre un dilema trascendental: ‘Si Álvaro nace en el parón entre temporadas, ¿qué carnet de abonado le saco? ¿El de la recién finalizada 2022/23 o el de la futura 2023/24?’.
Existe ahí un vacío legal difícil de interpretar, pero llegado el momento el club respondió esta pregunta existencial con frialdad burocrática. No vendían abonos una vez finalizada la temporada y la norma se debe respetar, así que Álvaro tuvo que esperar unas semanas preciosas en el limbo de los ‘sin equipo’, en lo peor de la sociedad. Por el camino, además, algún nuevo abonado se le debió colar y perdió unos valiosos números que dificultarán que un día llegue a ser el socio número uno de la entidad. Ahora estoy condenado a vivir con esa angustia. Cuando el niño sea consciente de todo esto, no sé si me lo perdonará.
Quizá entonces comparta con él un truco que pienso practicar. Esta maniobra infalible será mi última voluntad. Lo único que pediré en el lecho de muerte es que mis descendientes oculten mi fallecimiento al club y sigan renovando mi carnet hasta la eternidad. Seguro que ahí existe también un vacío legal difícil de interpretar que podemos aprovechar. Ser el socio número 1 desde el más allá, ¿qué puede fallar? Mis bisnietos excusarán mi ausencia en los homenajes –que sin duda me querrán brindar- y todo el mundo lo entenderá, sin sospechar. Lógico: un señor de 146 años necesita descansar.
De momento voy al estadio con el hijo mediano. El pobre Teo se llevó el otro día un susto monumental. De repente la gente empezó a hacer la ola y él nunca había visto hacer la ola. Imaginad lo que es esto: el niño vio que miles de personas empezaban a levantarse de sus asientos y me miró con una cara de pánico tremendo. Pensaba que había un terremoto, un reparto de algo gratis o un incendio.
Cuando le expliqué lo de la ola pasó rápido de la incomprensión al divertimento. Teo hacía miniolas con los dedos, que a su vez se sumaban a la gran ola cuando llegaba a nuestros asientos. La ola dentro de la ola, muy bonito gesto. Yo igual no hacía la ola desde que era niño, pero me vi obligado a participar para no crear un trauma al chiquillo, y que no pensara que su padre era el rarito que no se integra en el festejo. Mientras hacía la ola pensé en lo que estábamos viviendo: milenios de civilización para terminar haciendo la ola. El culmen de la humanidad, la cima del pensamiento. La ola une a cualquiera con cualquiera. No importa clase social, signo político o franja de edad. La ola une tanto que Feijóo sería ahora presidente del Gobierno si hubiera empezado la ola en el Congreso.
Cuando acabó el partido, nos quedamos en la grada. Con la excusa del atardecer naranja, retuve a Teo y le hice fotos para el recuerdo. En realidad, a mi hijo le había sorprendido la ola porque es víctima de una desgracia: su padre es un periodista deportivo pluriempleado que solo puede llevarlo al campo en vacaciones o durante el permiso de paternidad, es decir, casi nunca. Y nos gusta mucho ir juntos al fútbol, y por eso nos quedamos ahí alargando el momento. Yo, pensando si tiene algún sentido todo esto, y contento, pero a la vez inquieto. Es imposible la felicidad plena cuando eres -casi- viejo. Como la ola, se escapa mientras la estás sintiendo.