Comenzó la temporada de la ilusión con el nuevo titular, el hombre de los 8.000 gestos sobre la tarima, Roberto González-Monjas, ya un ídolo local acogido con un casi lleno, y que micro en mano fue el encargado de informar la dedicatoria del concierto al querido Vladimir Litvikh, chelista de la OSG recientemente fallecido. A primera vista se podían apreciar cambios como la sustitución de la concha acústica  por una tela, que ni mejoró ni empeoró, lo cual muestra que los pequeños cambios apenas afectan en este recinto, y la vestimenta de la orquesta que sorprendentemente pasó del frac a la camisa negra.

Hillborg fue el compositor elegido para comenzar, una gran declaración de intenciones que sirvió como arranque de motor de la orquesta con una cuerda que auguraba una fantástica noche. Pero los melómanos queríamos los platos fuertes fuera del cóctel inicial y cuando Clara-Jumi a los mandos de su Stradivari «Thunis» comenzó su Sibelius ,todos éramos conscientes de que estábamos ya en uno de los platos fuertes. Versión inolvidable con una Kang multi expresiva que se regodea haciendo  lo que quiere y como quiere con el violín. Tras ella una orquesta que se pliega a dejarla sobresalir en todo momento y corregir ipso facto lo que ella y maestro demandan.

Ese comienzo nórdico sin apenas vibrato en las primeras notas con un tipo de sonido que va a más y más, sobresalía fácilmente sobre el tejido que maestro y orquesta le proporcionaron y que permitió una emisión dulce a la vez que potente y resonante. Virtuosismo a raudales, con una facilidad pasmosa. Es el concierto de Sibelius una gran cordillera con 3 grandes picos en forma de movimientos que Clara-Jumi supera sin dificultad aparente, con una cuarta cuerda sin fin que cuando parece que va a quebrar el sonido aún consigue exprimirla más, y estoy convencido que aún se guardaba un extra. Una maravilla apreciar su virtuosismo en el manejo del arco, como lo reparte, como lo fuerza, como ataca las notas o como hace enloquecer esa caja armónica del violín para despedazar el alma del oyente en el segundo movimiento con esa maravilla de sonido, por no hablar del endiablado pasaje del frenético tercer movimiento donde todo violinista que se precie mide sus fuerzas y que superó las cuatro veces sin despeinarse.

Treinta y dos minutos de música que fueron aplaudidos y vitoreados con pasión y correspondidos por Clara-Jumi con un bis de Bach. Tras el descanso el último plato de la noche, y a estos jugones de la OSG les gusta divertirse con el sonido, un placer verlos disfrutar tocando y con esas ganas, bien llevados por un González-Monjas, que pareció ponerse la camiseta del Súperdepor debajo de su camisa negra. Si en el Sibelius fue todo control sin un aspaviento de más, tejiendo un acompañamiento en el que se oía a la solista en todo momento y cada línea melódica de la orquesta, el Dvorak fue pasión controlada, en una versión claramente diferente a las vetustas y archiconocidas versionas, con tempos más vivos que consiguieron una versión fresca, lúcida y vibrante, no exenta de riesgos que conllevaron algún desajuste en el tercer movimiento.

Roberto acompaña en todo momento con un gesto, con una mirada, con una reacción y con un control absoluto todo lo que quiere oír y el resultado gusta a todos. Su búsqueda de una gama de matices mucho más amplia hacia el pianissimo y conteniendo los fortissimos para cuidar por un lado que cada plano sonoro no oculte al otro y por otro que no sea un sonido estridente, es ya un cambio importante en el resultado sonoro futuro de la OSG. Me ha gustado mucho el liderazgo de los principales de casi todas las secciones, jugones que involucran al resto de compañeros. Fantásticos solos de trompa y de una Rodríguez al corno, flamante ganadora de la plaza de ayuda de solista de oboe en la Orquesta de la Comunidad de Madrid, lo cual dice mucho de nuestra cantera, cuidémosla.