La construcción de la primera torre del templo del Pilar, conocida popularmente como “la vieja torre” y que fue bautizada posteriormente como torre de Santiago, fue la fuente de inspiración de los arquitectos que más adelante construyeron las otras tres torres que conforman el conjunto del Pilar.
Durante la construcción de las últimas dos torres, la de San Francisco de Borja y Santa Leonor, los aragoneses hermanos Albareda, que durante cerca de cuarenta años fueron cronistas en la sección de arte de El Noticiero, realizaron un reportaje sobre la historia de la torre vieja, punto de partida de las otras tres. Así lo cuentan en la edición de El Noticiero del domingo 11 de octubre de 1953:
“Comentar un poco la historia de la más antigua de las torres es el objeto de estas cuartillas, y damos esta preferencia a tan venerable monumento, tanto porque en rarísimas ocasiones tentó la curiosidad de las gentes eruditas, como porque en ella se inspiraron los arquitectos Yarza y Magdalena en la construcción de la segunda, y don Miguel Ángel Navarro en las dos que se están llevando a cabo. Todos tomaron como dechado sus proporciones y disposición general, dejando en todos los casos volar la fantasía en los detalles ornamentales, libertad perfectamente lícita en un monumento de tales proporciones (…)”.
Por muchos años, la estampa del Pilar lució con una sola torre. Según relataban los hermanos Albareda: “Aún andan por ahí fotografías amarillentas del templo del Pilar, en las que no se alzaba otra torre que la vieja y esta sin el chapitel de hierro que la corona hoy día.
Ni que decir que ello, con todo su tipismo, daba una sensación de abandono, inadmisible de todo punto en una ciudad como Zaragoza que, a través de todas las mudanzas de los tiempos, siempre tuvo una potencia económica que la colocaba entre las primeras ciudades de España.
“Poco se sabe de la historia de esta torre, que desde el primer momento se pensó en que fuera algo extraordinario, pero que por lo visto flaquearon los ánimos de los devotos (…)”, siguen los Albareda. Pero está claro que la opinión pública no estaba satisfecha, puesto que no era natural que en la ciudad que tenía la extraordinaria Torre Nueva y cuya silueta estaba punteada por numerosos campanarios de parroquias y conventos, el símbolo de su devoción a la Virgen no contara con una torre en condiciones.
“Quizás respondiendo a estas inquietudes se convocaba en el año 1683 un concurso de proyectos al que concurrieron los maestros Joaquín Borbón y Gaspar Serrano, entre otros. Alonso Pamplona, maestro de obras de Calatayud y muy perito en arquitectura fue el encargado de dirimir la contienda, escogiendo el proyecto del citado Serrano, el cual fue remitido a Madrid para que lo examinara Francisco Herrera. Tenemos también noticias de que por los años en que se construía gozaba de singular prestigio un tal Arturquía, y parece ser que fue el quién proyecto el segundo cuerpo”, explican en su artículo los hermanos Albareda.
En cuanto a la decoración de la torre, los Albareda describen en su artículo la decoración barroca de la torre: “Lo que sí sabemos con certeza es quién fue el ornamentista que la decoró con capiteles, pedestales, escudos y tarjetones del más florido estilo barroco y que es lo que contribuye a comunicarle una animación que no es corriente en los monumentos aragoneses. A este efecto, conviene recordar que en Zaragoza era mal conocido el trabajo de la piedra por la sencilla razón de que no existía la materia prima en sus proximidades”.
El final de la torre está perfectamente documentado. Hay un asiento en los libros del Cabildo que lleva fecha de 25 de septiembre de 1715; dice así “Peones zamboyando el banquillo de la torre, que se concluyó ayer”.
Pero aún faltaría la última parte de la construcción de la torre. Según explicaban los hermanos Albareda, “así termina la parte que estimamos de esta torre, en cuyo estado continuó más de siglo y medio, hasta que a finales del pasado la piedad de los fieles pensó darle fin. Gozaba por este tiempo del más relevante prestigio el arquitecto Ricardo Magdalena, el creador de la Facultad de Medicina”.
Efectivamente, hasta 1872 no se estudió el problema que surgió en la torre al colocar la cornisa de piedra del último nivel de la torre, que hizo que la torre se rajara por sus cuatro caras. Ricardo Magdalena fue el que culminó la torre con el gran chapitel de cuarenta toneladas que contemplamos en la actualidad.
Teodoro Ríos Solá, en su artículo “Historia de la Basílica del Pilar de Zaragoza”, explica ese remate, puesto que la torre sin terminar suponía una comparación sangrante con las “airosas torres de las iglesias zaragozanas, con la Torre Nueva y con la de la Seo. Magdalena proyecta un elegante y ligero chapitel forrado de cobre que se atreve a apoyar sobre las debilitadas fábricas de la torre. Las obras se terminan en el 1892, mismo año en el que se derriba la Torre Nueva”.
La campana de la Torre Nueva
Así explicaban los hermanos Albareda la arquitectura de la vieja torre: “No fue el periodo barroco muy aficionado a los altos campanarios por la razón sencilla de que este estilo nos vino de Italia, de las épocas en la que más aparente se mostraba el arte clásico y ya es sabido que ni en Grecia ni en Roma hubo construcción alguna de las torres de los templos. Ni aún siquiera en las basílicas cristianas se pensó en su origen en dotarlas de campanarios. Pero aquí las cosas se veían de otra manera, ya que la presencia del mudejarismo, tan diestro en esto trabajos, reclamaba la importancia de los campanarios que en gran número -como decíamos más arriba- se levantaban en la ciudad”.
Al acabar la torre, la satisfacción duró poco. Siendo arzobispo Juan Soldevilla y deán José Pellicer, ambos vieron claro que el aspecto del Pilar estaba descompensado, sobre todo en su fachada sur. Por eso se proyecta construir una nueva, la segunda. El proyecto fue planeado por Ricardo Magdalena y Fernando de Yarza en 1891, pero las obras se realizarían más de un decenio después, entre 1903 y 1906. La declaración del Pilar como Monumento Nacional en junio de 1904, aun estando inacabado, impulsó la construcción. La segunda torre seguía el diseño de la anterior, pero simplificando su decoración. Sólo esta torre y la anterior son campanarios. Fue en esta segunda donde se colocó la campana que había estado en la Torre Nueva.
CRONOLOGÍA DE LAS CUATRO TORRES
La primera: la Torre de Santiago
Primero se levantó la torre junto a la puerta alta de la plaza, bajo la dirección del maestro aragonés Gaspar Serrano. La obra se interrumpió cuando, al colocar la cornisa de piedra del último nivel de la torre, ésta se rajó por sus cuatro caras. Mucho tiempo después, en 1872, el arquitecto Ricardo Magdalena estudió el problema y culminó la torre con el gran chapitel de cuarenta toneladas que hoy la adorna.
La segunda: La torre de Nuestra Señora del Pilar
El proyecto de la segunda torre del lado de la plaza fue planeado por Ricardo Magdalena y Fernando de Yarza en 1891 pero las obras se realizarían más de un decenio después, entre 1903 y 1906. Seguía el diseño de la anterior, pero simplificando su decoración. Tiene 2,27 metros de diámetro de boca y un peso de ocho toneladas. Su coste fue de 600.000 pesetas de la época.
Las dos últimas: Las de San Francisco de Borja y Santa Leonor
Financiadas por el matrimonio formado por Francisco Urzáiz y Leonor Sala, el arquitecto designado fue Miguel Ángel Navarro. El proyecto obtuvo el informe favorable de la Dirección General de Bellas Artes en marzo de 1949. Para entonces Urzaiz ya había fallecido, pero su viuda Leonor Sala recogió el testigo y continuó apoyando la ambiciosa empresa. El 11 de diciembre de 1949 se pusieron las primeras piedras de las dos torres. A Navarro le sucedió su hijo del mismo nombre. La torre situada río arriba, correspondiente a la esquina noroeste del templo, fue terminada el 10 de octubre de 1959; la cuarta el 25 de noviembre de 1961.
En 2007 concluyeron las obras de restauración de la más antigua de las torres, la torre de Santiago, con un coste de dos millones y medio de euros que garantizaron la salud estructural de la construcción.