El caso de Rosa es excepcional en el sentido más amplio de la palabra. El nacimiento de su hija Emma vino acompañado de un ictus que la obligó a permanecer dos semanas en la Unidad de Cuidados Intensivos tras el parto y le dejó paralizado el lado izquierdo del cuerpo. Su vida como abogada y como madre se detuvo.

“Di a luz en un hospital y por eso el Protocolo Ictus se activó muy rápido pero, aunque no perdí demasiadas neuronas, me provocó bastante daño cognitivo y algún daño físico. Desde luego, no estaba preparada para no poder irme con la niña en brazos y tardar un mes en conocerla”, confiesa al inicio de la charla.

Rosa muestra cómo entrenaba con la pelota para poder coger a su hija en brazos. Cedida


Raquel es enfermera de la Unidad de San Diego de rehabilitación neurológica del Hospital Fundación San José de Madrid donde Rosa fue tratada y la observa admirada. Ella atiende diariamente a pacientes con diferentes afectaciones neurológicas, pero la situación especial de Rosa le lleva a interesarse sobre cómo se sintió en el momento de la acogida. “Fue estupendo. Una de las cosas por las que elegí este centro para mi rehabilitación fue porque tenía una atención muy completa: terapia ocupacional, fisioterapia, neuropsicología, logopedia, atención médica, enfermería…–enumera mientras recuerda–. Además, conocía a gente que había estado ingresada y también a algunos profesionales, y el entorno es fantástico”.

“Siempre intentamos potenciar la autonomía del paciente para que, dentro de lo posible, recupere su vida anterior al ictus”.

Raquel

Encuentro con su bebé en el hospital

Durante las cuatro semanas que Rosa estuvo ingresada en el centro, poco a poco fue tomando conciencia de sus síntomas y el nivel de afectación. “El equipo hizo un trabajo muy bueno conmigo y, de hecho, me acuerdo de casi todas las enseñanzas que tuve, sobre todo de las de mi terapeuta ocupacional porque fue quien me preparó para poder tener en brazos a mi bebé”. Rosa sonríe mientras rememora cómo le hacía coger la pelota medicinal de unos tres kilos y después recoger los juguetes del suelo y, a la vez, hacer operaciones matemáticas. “¡El reto de la maternidad!”, exclama.

Unidad San Diego del Hospital Fundación San José de Madrid. Cedida


Esas enseñanzas y el entorno favorable que le brindaba el Hospital Fundación San José ayudaron a que Rosa tomase la decisión de encontrarse, por fin, con su hija, la pequeña Emma. “Pensé que este entorno, destinado a sanar, era el lugar para conocerla –le explica a Raquel–. Fue emocionante, pero me costó adaptarme. Un bebé intuye que tú eres su madre porque lo has llevado dentro, pero de repente tienes un ser entre las manos que depende de ti y yo, además, tenía una confusión mental y una debilidad brutal. Fue complicado”.

Con la especial motivación que le infundía su hija, Rosa fue recuperándose muy rápido de la parte física: “Me acuerdo de que me ponían en una pizarra palabras de derecho y tenía que marcarlas con el brazo izquierdo mientras estaba a la pata coja. Me llamaban ‘la paciente de alto rendimiento’, pero la parte mental me llevó más tiempo”.

Raquel. Cedida


Raquel, enfermera experimentada en estas patologías, puntualiza que se motiva al paciente de forma integral: “Desde enfermería, por ejemplo, hablamos a los pacientes o les ponemos el reloj en el lado afectado. También les decimos que sean todo lo expresivos que puedan porque poco a poco un día ya no tienen que pensar si tienen que sonreír. Simplemente les sale”.

En los casos de daño neurológico, las familias llegan al hospital con mucho cansancio y preocupaciones acumuladas y por eso es muy importante el apoyo, la cercanía y la comunicación de cara a abordar la situación y las expectativas. Para fomentarlo, en el Hospital Fundación San José se ofrecen recursos como la escuela de familias, la atención psicológica, la atención espiritual…

“Este es un lugar para sanar y por eso decidí conocer aquí a mi bebé”.

Rosa

Sin duda, en el caso de Rosa el papel de la familia fue fundamental ya que, además de la preocupación por su salud, tenían que atender a la recién nacida Emma y gestionar diferentes asuntos legales vinculados con la niña. Rosa confiesa que fue muy complicado y que el apoyo y la flexibilidad facilitados por el hospital resultaron fundamentales. “Las enfermeras entendían que tenía que pasear con el bebé en los pasillos porque no podía estar aislada en la habitación, o tener visitas hasta más tarde para poder gestionar con mi abogado la plaza de guardería de mi hija”. 

Rosa. Cedida


Ante la pregunta de un recuerdo especial de la atención recibida, Rosa destaca “la paciencia y acompañamiento de los profesionales, el trato personalizado y que me dejasen cierta libertad, como salir a coser a los jardines”. Cuando los pacientes están cognitivamente bien, siempre se procura potenciar las actividades que realizaban en su vida normal para así potenciar la autonomía y que, dentro de lo posible, recuperen su vida anterior al ictus. La vida de Rosa ahora incluye a Emma, con quien puede andar, jugar y reír.

A la salida de la charla Raquel se cruza con Anastasio, uno de sus pacientes que acude a rehabilitación ambulatoria en el Hospital de Día. Rosa, al verle, le dice que ella también fue paciente: “No se lo va a creer, pero yo el año pasado estaba aquí y me he recuperado”. La mirada de Anastasio se ilumina. El ejemplo de Rosa ha puesto color e ilusión a su día.