Acaba de visitar David Bisbal ‘El hormiguero’ (A-3 TV) y al margen de la presentación y soporte publicitario del nuevo disco que acaba de lanzar –que es a lo que se va a este programa– ha contado algo merecedor de análisis.
Pablo Motos le preguntó si era verdad que cuando era vocalista de una modesta orquesta de pueblo, y actuaba en fiestas locales, resulta que lo pasaba muy mal y hasta le sobrevenían vómitos antes de salir a actuar. Bisbal no rehuyó el tema. Recordó aquellos años en que trabajaba en un vivero de Almería, con la idea de poder llegar a ser guardia forestal, y la música era una actividad de fines de semana con la Orquesta Expresiones, conjunto itinerante. «Pasaba mucha vergüenza –advirtió con sinceridad–. ¡Tenía que hacer unas coreografías…! Que si el ‘Mambo número 8’, que si ’Paquito el chocolatero’ . Y los cabroncetes de mis amigos me seguían para reírse de mí y desternillarse».
Mientras Bisbal recordaba todo esto, en Movistar Plus+, en el irónico programa ‘Ilustres ignorantes’, el humorista Ricardo Castella también hablaba de aquellos humildes combos musicales. Advirtió: «Solían ser muy buenos. Pero cualquier momento bueno es anterior al 22 de octubre de 2001, que es cuando Bisbal aparece por primera vez en la tele, en ‘OT’. A partir de entonces en todas aquellas orquestas de pueblo se produjo un giro radical». ¡Ah! La teoría de Castella es que los modestos combos llegaron a la conclusión de que sus conciertos en realidad eran ‘castings, con el público lleno de ojeadores mandados por las productoras de tele, y que lo que había que hacer, para que les gustase, eran cabriolas y saltos. «Comenzaron a creer que pasarían de actuar en Villanueva de La Serena a fabulosas giras por América Latina».
Hombre, es un sarcasmo cruel este retrato. Hasta injusto. No es el caso de Bisbal. Pero alberga una reflexión meditable. Cuando un cantante incipiente, no consolidado, que ni siquiera sabe si quiere ser cantante, se sumerge en la tele para que lo transformen en estrella, la maquinaria televisiva lo moldea a tenor de dos parámetros: el ‘show’ audiovisual y la tendencia comercial. En Miami viven un par de productores que manejan e influyen en tal cantidad de escenarios, platós, y casas discográficas, que fabrican ‘estrellas’ siguiendo esquemas predeterminados. Ayuda mucho la eufórica infantilización, acrítica, global, del personal clientelar.