El pasado sábado, más de 3.000 militantes y simpatizantes socialistas se reunieron en La Rinconada sevillana para impulsar la candidatura de Pedro Sánchez a la presidencia del gobierno, al día siguiente de que fracasase la de Núñez Feijóo, falta de apoyos suficientes. El 20 de septiembre, González y Guerra, desorientados y lejanos, habían lanzado toda clase de invectivas contra Sánchez por barajar la posibilidad de cerrar el conflicto catalán mediante una amnistía, que le reclaman los nacionalistas del lugar; lo cierto es que el eco de los primeros presidente y vicepresidente socialistas de la democracia fue muy escaso ya que la opinión pública atribuyó la impertinente intervención de los provectos líderes a un enfermizo y senil afán de protagonismo, pero no estaba de más corroborar plásticamente la unidad del partido, que en la actualidad no está en riesgo, aunque algunos contemporáneos de aquellos —Leguina, Corcuera, Redondo…— hayan emprendido una cruzada personal contra el actual PSOE en sospechoso beneficio de la derecha.

En esta ocasión, la estructura de partido, representada por los secretarios generales provinciales, ha emitido un manifiesto en el que se afianza la candidatura de Sánchez, y con la firma del expresidente Rodríguez Zapatero en primer lugar. Sin desdeñar la etapa 1982-1996 en que los socialistas protagonizaron la gran modernización económica y social de este país, recién salido de una dilatada dictadura, hoy parece claro que fue la etapa de Rodríguez Zapatero, arruinada en su final por la gran crisis global, la que forjó los mimbres de la nueva izquierda, tanto en el plano de las libertades civiles —el feminismo y la integración de los colectivos LGTBIQ+— cuanto en el de la reforma social: la lucha por la equidad, que entonces no pudo culminarse por la dramática coyuntura. Y hoy parece indiscutible que Zapatero es el gran referente del socialismo, el precursor de un futuro que estamos ganando día a día los ciudadanos y la voz valiente que, ante los intereses eternos del capitalismo descarnado, exige una mayor equidad que legitime y acote las diferencias sociales. Nicolás Sartorius, que es más de la generación de Felipe que de la de Zapatero, ha entendido sin embargo perfectamente esta traslación y la ha desarrollado con grandeza en los medios estas últimas semanas.

Desde que gobernaron los «padres fundadores» (que debían haberse quedado ahora en un discreto segundo plano, sin pretender interferir ni mucho menos imponer), han cambiado muchas cosas en el mundo, en España y en el PSOE. La idea de libertad ha evolucionado y se ha engrandecido, en la adecuada línea de la igualdad (algo de lo que Guerra no parece haberse percatado). La representación democrática se ha vuelto mucho más exigente, como pudo verse el 15M cuando las masas gritaban aquel expresivo «no nos representan», dirigido a los partidos tradicionales. Y la izquierda en general y el PSOE en particular ha tenido que flexibilizarse, que recurrir a la resiliencia para sobrevivir y mantenerse, hasta llegar a pactos progresistas que hubieran sido inconcebibles en los ochenta del pasado siglo. De todo esto se habrían dado cuenta González y Guerra si se hubieran dedicado a mirar alrededor, como hace Zapatero, en lugar de ensimismarse en la contemplación de su propio ego.

De todo esto se infiere que muy probablemente algunas de las recetas antiguas para asegurar la convivencia -la fórmula del Estado de las Autonomías, por ejemplo…- ya no sirva, y haya que repensarla, reconstruirla y/o mejorarla. De ahí que, después de la crisis de 2017 que generó una herida supurante de gravedad en Cataluña, haya habido que utilizar la imaginación para buscar recetas y soluciones al problema. Y la amnistía, como antes los indultos, es una posibilidad que tiene que ponderarse porque a lo mejor nos sirve para inaugurar una nueva etapa de estabilidad y para avanzar hacia un modelo territorial federalizante o confederal que se ajuste mejor a las demandas y necesidades actuales.

A estas cuestiones está abocado el PSOE, de la mano de equipos que, dado el nivel medio de la política, están a suficiente altura. De momento, y a falta de una perspectiva más amplia, es justo reconocer que Sánchez ha apagado el incendio catalán que provocaron Aznar y los nacionalistas, y que Rajoy no supo ni gestionar ni restañar.