Sin duda la actualidad política con el debate de investidura a la Presidencia del Gobierno marca la agenda de los días, las tertulias y los debates. Ya conocen ustedes minuto y resultado de la contienda parlamentaria y las posiciones de los diversos grupos. Desde el prefiero «honra sin barcos que barcos sin honra» que pronunciara el marino Casto Méndez traducido a la jerga política por Núñez Feijóo, frente a las exigencias secesionistas del insaciable separatismo nacionalista, que quiere más dinero y desigualdad entre ciudadanos de un mismo Estado, amnistía a sus delitos y referéndum de autodeterminación para largarse. Reclamaciones anunciadas ya sea de la derecha extrema y supremacista del PNV, de la burguesía catalana de derechas de toda la vida de Junts o los republicanos de ERC y los batasunos de Bildu, aliados en un frente contraconstitucional con Sumar y PSOE en el autodenominado bloque «progresista», que pretende contraponerse a otro bloque de PP y Vox.

La ciudadanía de a pie anda estos días un poco perpleja y bastante cansada de los juegos de florete a los que nos someten nuestros representantes públicos. Y además de los mensajes que vociferan los cuadros dirigentes y mediáticos en esta democracia de partidos, percibo que una gran parte del común de la masa electoral resulta más cercana de estas 4 conclusiones. La primera, a mi parecer, es que padecemos esta –mala– suerte de bipolaridad invertida, que segmenta en bloques contrapuestos a una España frente a la otra. Y decimos invertida, porque partiendo de la pluralidad real que existe afortunadamente en todos los entornos, es una creación artificial diseñada desde las estrategias de las sedes centrales de los partidos que ni en los centros de trabajo, ni en los grupos de amigos, ni en las reuniones familiares, se percibe que la sociedad española esté fragmentada de esa manera, ni que vivamos en bloques de buenos y malos, en un cainismo falso que, afortunadamente, la sociedad mayoritaria no compra. Parece que en el hemiciclo, la mentira y la deslealtad con los valores fundamentales o la zafiedad en los mensajes, que poco a poco va calentando y calando en muchos ambientes desde una gran irresponsabilidad, ha suplantado una convivencia que resulta mucho más fácil y sencilla como lo demuestran los ciudadanos a diario.

La segunda conclusión es que en el debate no se abordan los problemas reales de la sociedad española. Tenemos las mayores tasas de desempleo de Europa, una inflación que embridar, la necesidad de un pacto nacional ante una Administración de Justicia que colapsa, no tenemos, tras décadas de democracia, un modelo educativo definido, que va dando bandazos partidistas según quien gobierne en detrimento de nuestros jóvenes, las reformas necesarias en las políticas de vivienda o sanidad que garanticen los derechos de todos, o nuestro peso en la política internacional, en un largo etcétera que afrontar en un programa de país que, desgraciadamente, pasa a un segundo plano. La tercera conclusión es que después de más de 500 años de convivencia común, siendo uno de los estados más antiguos de Europa, aún seguimos cuestionando y dando cancha al debate del modelo territorial, cuestionando el imperio de la ley o la soberanía nacional, que no recae en el chantaje del independentismo ni en un parlamento regional, o poniendo en tela de juicio la separación de poderes cuando se cuestiona la función de los tribunales de aplicar la ley vigente a todos por igual. La amnistía de los golpistas está hecha «y firmada», señalan por activa y pasiva los separatistas sin desmentido alguno del Gobierno en funciones. La última conclusión es que no se escucha el mandato de las urnas, donde casi el 65% del electorado votó a dos formaciones para que se entendieran entre ellas, pues se necesitan mutuamente para sacar adelante los retos colectivos, como ocurre en muchos países de nuestro entorno desde una altura de miras que añoramos aquí. Provoca desazón el espectáculo del desencuentro. No es este el modelo ilusionado al que aspiramos de un país cohesionado que escucha, colabora y avanza.

 ** Abogado y mediador