Lucía la bancada popular un poco desangelada, ni a medio aforo, al llegar Alberto Núñez-Feijóo. Cierto es que si ayer llegó cinco minutos tarde, hoy fue más madrugador, como si tuviera prisa por pasar la mañana. Los pocos diputados conservadores que había, entre ellos Manolo Cobo, que siempre está ahí el primero -hoy intercambiaba agitadamente opiniones con Borja Semper-, se levantaron a aclamar a su líder. No fue lo mismo que ayer, claro está.
Ya no hubo escenificación en la Carrera de San Jerónimo -de hecho, Feijóo llegó solo, aunque ya a su entrada se le unió Cuca Gamarra-. Ya los aplausos populares no resonaban en el pasillo del hemiciclo como si estuvieran cayendo clavos sobre el techo del Congreso. Ya no había colas para entrar a la tribuna de invitados, donde solo repitieron Javier Maroto, Suárez Yllana y Marimar Blanco… y el padre Ángel, que lleva camino de que le den la acreditación permanente. Ya no había por tanto ujieres que echaran la peta por reservar el asiento. Ni broncas por sacar fotos, que “hombre, por dios, ya saben ustedes que no se puede”.
Ya no había esa electricidad, en conclusión, sobre todo tras el efecto Óscar Puente, que dejó esta sesión de investidura sin su cuore, sin el enfrentamiento clave, sin el duelo Messi-Cristiano. “Es que Puente vino a embarrar, es un tipo barriobajero”, razonaba un dirigente popular indignado con el movimiento de Pedro Sánchez. En el otro lado, había cierta satisfacción. Les habían endosado un mitin y de la amnistía ni papa. ¿De dónde vienes [a dónde vas]? Manzanas traigo.
Pinganillos
La intervención en vasco de la portavoz de Bildu, Mertxe Aizpurúa, obligó a los cargos populares, que poco a poco iban llegando [ayer había varias cenas programadas de diputados y senadores] a un esfuerzo extra desde muy pronto. Sin pinganillo, debían forzar el cuello para leer la traducción simultánea que se proyectaba en las pantallas, situadas ahí en todo lo alto, en el Gallinero. Quien llegó tarde hoy fue Pedro Sánchez, acompañado de los ministros Grande-Marlaska y Raquel Sánchez, que entraron al hemiciclo dos minutos después del inicio de Aizpurúa.
La réplica de Feijóo a PNV y Bildu sí espoleó a sus correligionarios. Estuvo mordaz, con ironía y sacó los colores a Aitor Esteban varias veces a cuenta de su pugna con Bildu por la hegemonía en las urnas vascas. Hasta que no terminaron de hablar los diputados del País Vasco no salieron al terreno de juego los cargos de Vox, con un Abascal al frente al que, como ayer, se le vio bastante inquieto. Al igual que a Irene Montero, que no dejaba de hablar con Ione Belarra y no se cortó cuando Feijóo dijo que le sorprendía que Sumar no dejase a hablar a Podemos. “Pues es verdad”, se le escuchó decir a la líder morada, que luego en un canutazo lo hacía más que evidente. “Lo hemos pedido pero es una decisión de ella [de Yolanda Díaz]”, decía Montero.
El Congreso en días como hoy parece un circo multipista. Hay varias zonas y en todas pasan cosas. Mientras Rufián y Francesc Vallés -secretario de Estado de Comunicación- montaban corrillos en la llamada M-30 del hemiciclo para colocar su mandanga y Pablo Iglesias ejercía de tetuliano en una de las salas del Congreso para RAC-1, Cuca Gamara venía a abrochar la fallida investidura. Se ganó una ovación unánime y Feijóo le chocó la mano con entusiasmo, como si fueran colegones o jugadores de baloncesto en un tiempo muerto.
Antes de la primera votación, Feijóo agredeció su presencia a todo el mundo, excepto “a algunos”, entre ellos, a Sánchez, al que reprochó su “silencio”. Fue en ese momento cuando se hizo -valga la redundancia- un silencio sepulcral en la bancada popular, sabedores de que ese momento seguramente iba a los informativos. “Ha merecido la pena, nos hemos reretrado todos, con sus palabras y con sus silencios”, dijo Feijóo. Al acabar, se escuchó algún tímido grito de “presidente, presidente”.
Varios diputados bajaron a saludar a su jefe de filas, que antes de la votación final se levantó muy decidido hacia donde estaba Aitor Esteban. Le tendió la mano. Fue un momento único. Quizá lo más destacado del día después de que le hubiera dado buena zapatilla al líder del PNV. Un pimpampum de libro a cuenta de su giro ideológico. “Nosotros también podemos ser progresistas como ustedes”, le había llegado a decir desde el artril con mucha guasa.
A Esteban le sorprendió tanto el gesto que dudó un segundo cuando le tendió la mano. No se lo esperaba. Se volvió a azorar. Fue el de Feijóo el gesto propio de un duelo al amanecer de caballeros decimonónicos, en el que pese a luchar a muerte había cabida para un útimo choque de manos. Por si las flais, no fuera a ser, Bolaños a continuación fue a departir con el líder del PNV. Que en unos minutos era la votación. No se fuera a confundir.
El resto, 40 minutos de votación de los diputados a nombre alzado. Un tedio que venía bien para los nuevos, para aprender los nombres y tal, hasta que llegó Herminio Rufino Sancho, diputado por el PSOE por Teruel, que se marcó un Casero. Dijo “sí” a Feijóo, a lo que respondió con sorpresa la secretaria de la Mesa del Congreso Isaura Leal, que es quien cantaba los nombres: “¿Perdón?”. Luego el diputado, que sabía que había metido la pata hasta la médula, rectificó. Se excusó diciendo que habían pronunciado mal su nombre, la carcajada se extendió por la sala hemiciclo y todo quedó en un susto que escenificaba muy bien Abalos enarcando las cejas. «Vaya susto nos has dado, macho», se oyó en la bancada socialista antes de que la artimética parlamentaria tumbará la primera votación de Feijóo.