La investidura fallida de antemano de Núñez Feijóo comportaba el riesgo adicional de que el portavoz socialista en la ceremonia le arrebatara el protagonismo al candidato, en su ascensión truncada a La Moncloa. Así ha ocurrido, con el detalle relevante de que la impugnación del líder del PP no correspondió al presumible Pedro Sánchez, sino al debutante y desatado Óscar Puente.
El obstáculo insalvable de Feijóo establece que, si fuera tan beneficioso para España un Gobierno estatal PP/Vox que replicara los autonómicos de igual digestión, los votantes avisados le habrían concedido la mayoría absoluta a la dualidad citada en las elecciones generales. O las derechas y ultraderechas no supieron medir el pulso de los ciudadanos o los españoles no saben lo que les conviene, donde la segunda parte de la disyuntiva es inasumible porque descalabra la raíz de la democracia.
Por tanto, y con Feijóo derrotado de antemano por los votantes incluidos los de derechas, Sánchez asumió la investidura evitando desgastarse, como hacen Guardiola o Ancelotti ante un partido intrascendente. Para preservarse efectúan rotaciones, concretadas por el líder socialista al enviar a la titularidad a su mastín, Puente. Se repetía la maniobra de lanzar a Yolanda Díaz para neutralizar la moción de censura de Ramón Tamames. La victoria moral de Feijóo iba a consistir en titulares que colocaran su dialéctica por encima del discurso del presidente del Gobierno en funciones. Al perder este asidero, sin votos y sin rival a su altura, solo le quedaba precipitarse al vacío.
El resultado de la primera votación en el Congreso no se corresponde con la investidura de Feijóo a propuesta del Rey, que forzosamente debía saber que no prosperaría. En realidad, el marcador de 178 a 172 en contra del candidato popular remite sin alteración alguna al resultado del 23J. Los votantes no tienen la culpa de que los gurús se equivocaran al sondear las apetencias de la ciudadanía.
El fracaso de la investidura de Feijóo era inevitable desde julio, la revelación de septiembre consiste en la aparición de un nuevo Alfonso Guerra, donde el lenguaraz desvergonzado responde ahora por Puente. Un Sánchez cada vez más temible mató dos pájaros de un tiro. Al colocar frente al falso vencedor Feijóo a un exalcalde desalojado pese a su condición de fuerza más votada, «de ganador a ganador», anulaba el principal y tramposo argumento del candidato de la triste figura y la imposible investidura. Simultáneamente, el implacable secretario general del PSOE no pudo ser ajeno a la elevación de un nuevo guerrismo, frente a las monsergas caducas del fundador de los descamisados. De este modo, un socialismo integrado en lo mediático y conservador en lo económico podía manifestarse fingidamente contra la derecha empresarial y de la comunicación, a las que pertenece.
Esta ficción no supera a la creada por el PP respecto a la realidad previa a las elecciones generales. En el 23J, nunca tan pocos creyeron que podían moldear la opinión de tantos. A falta de saber de dónde surgía su soberbia, el microcosmos conservador se sintió capaz de arrastrar al país entero. Esta misión histórica queda relegada ahora a descalificar a un socialista, llamado Puente. La esencia del guerrismo consiste en que el lugarteniente recibe los golpes destinados a su señor. Por cuestiones evidentes de espacio, cada andanada contra el exalcalde de Valladolid suprime un puñetazo a Sánchez.
En la crónica de una votación anunciada, el PNV aportó como siempre las verdades elementales que la derecha quería embarrar. Feijóo no está a cuatro o cinco votos de la mayoría absoluta porque, si incorpora a cualquier otro partido, pierde los 33 sufragios de Vox. Y el candidato no «renuncia» a una mayoría de la que nunca dispuso. Como se quería demostrar.