Madrid

Act. a las 18:34

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El ambiente tabernario tras la maniobra de Sánchez obligó a la presidenta del Congreso a llamar la atención de los diputados

Alfonso Serrano, mano derecha de Isabel Díaz Ayuso, estratega de sus exitosas campañas electorales, muy forofo del Atlético de Madrid, casi pierde pie y rueda escaleras abajo del hemiciclo. Estaba tan atestada la bancada popular que le habían colocado en una silla al fondo de las escaleras y hacía equilibrios imposibles por no rodar hacia las taquígrafas. Sobre todo cuando el ‘efecto Óscar Puente’, que pilló a todos a pie cambiado, exaltó a los diputados conservadores. Levantados de su escaño, comenzaron a gritarle a Sánchez «cobarde, cobarde» con numerosos aspavientos que fueron respondidos por las filas socialistas, entre ellos por José Luis Ábalos, que se revolvió de su asiento y comenzó a gritar muy airado. 

Entre los más activos en los gestos y las palabras, los de la quinta fila del PP, liderados por Cayetana Álvarez de Toledo y entre los que se encontraba la vieja guardia –Rafael Hernando, Carlos Floriano, García Escudero, Fernanda Rudi…- que en su día partía el bacalao y ahora conforma una suerte de guardianes de las esencias. La tensión tabernaria que provocó la no réplica de Pedro Sánchez hizo que la presidenta del Congreso, Francina Armengol, llamara la atención a sus señorías y pidiera «respetar las instituciones». Que son diputados, hombre. Y tienen que dar ejemplo. 

Fue el cénit de uno de esos días grandes del Congreso de los Diputados, donde había runrun desde primera hora de que era día de Champions. En las bocanas de acceso a la tribuna de invitados, en la que no había un sitio libre, los invitados y periodistas se apelotonaban tratando de hacerse un hueco para ver un poco el hemiciclo, como si fuera eso un vomitorio del Santiago Bernábeu en la época de la Quinta del Buitre. Una ujier, siguiendo la política anticaraduras de algunas playas españolas este verano, llegó a reprochar a una asistenta que reservara un asiento con su bolso y se fuera un buen rato. No puede ser, con la demanda de sitio que hay, le vino a decir.

La jornada había empezado a paso marcial, con los 137 diputados populares bajando la Carrera de San Jerónimo como una legión romana, en columnas casi, prietas las filas. Decenas de personas, algunos con la bandera de España, prolongaban a gritos de «presidente, presidente» al otro lado de la calle la efervescencia del acto de la Plaza de Salvador Dalí. Al frente estaba Alberto Núñez Feijóo, acompañado de Cuca Gamarra. Un Feijóo muy serio, solemne. «Tranquilidad, responsabilidad y sosiego», resumía después en un corrillo tras salir de su intervención. «Casi no he hablado con él, pero está muy contento, es que lo ha hecho muy bien», presumía un importante dirigente popular. «Ha sido un tostón, un tedio», replicaba un diputado socialista. «Es una desvestidura, no una investidura», añadía otro. Cada uno, a su guión.

Alberto Nuñez Feijóo, junto a Cuca Gamarra, a su llegada al Congreso de los Diputados hoy.

| DAVID CASTRO

La única que concedió un canutazo a la prensa en el parón del hemiciclo fue Isabel Díaz Ayuso, a la que se vio bastante tiempo consultar su móvil durante el discurso de su líder. No había tenido la llegada esperada la presidenta madrileña, que enfilaba ya casi la puerta del patio del Congreso cuando, visiblemente molesta, se dio la vuelta para replicar a un periodista que le preguntó por las muertes en las residencias en pandemia. Entró al patio con el presidente andaluz, Juanma Moreno, pero Gabriel Rufián les robó el protagonismo del pasillo de la prensa al adelantarla como un bólido; por la izquierda, por dónde si no. 

Siguió el discurso en tribuna Ayuso junto a Fernández Mañueco -uno de los muchos barones del PP que acudió hoy a respaldar a Feijóo- y José Luis Martínez Almeida, muy reflexivo, justo detrás de Pedro Rollán, obligado, como presidente del Senado, a estar más solo que la una, como si fuera un presidente de plaza de toros al que hubieran dejado en la estacada. Y sin el pañuelo blanco. 

Teatralización

Hay siempre un punto de teatralización en los gestos que se hacen en el hemiciclo, en lo que se dice. La bancada socialista respondía con una sonora carcaja forzada el anuncio del líder del PP de subir el salario mínimo interprofesional. O cuando dijo que iba a defender la independencia judicial, a lo que a algún diputado se le vino a la mente aquel «La Fiscalía te lo afina» de Fernández Díaz.

Sánchez siguió con atención el discurso del rival, comentando frecuentemente con Calviño las cifras que aportaba el líder popular. Lo de las 47 okupaciones diarias de casas, por ejemplo, no le cuadró. Puso cara de sorpresa, encogió los hombros y pareció mirar el móvil para hacerse un maldita, a ver de dónde se había sacado ese dato. La bancada popular respondió con encendidas ovaciones las intervenciones de su líder y le brindó una ovación de dos minutos al final, a lo que, azorado, respondió pidiendo a los suyos que se sentaran, algo que Gamarra hizo, pero no el resto, que siguió entregado un ratito más.  

Confundido, con las mejillas enrojecidas, se le volvió a ver al líder popular cuando se retomó la sesión y para sorpresa de todos, fue Óscar Puente y no Sánchez quien salió a dar la réplica. En su rostro, casi hierático, se intuía que no le sentó bien. Gritos de «cobarde, cobarde» se escuchaban tímidamente en los asientos del PP y Vox para luego convertirse en un clamor. La salida del ex alcalde de Valladolid obligó a Feijóo a reenfocar su intervención, y aprovechó la réplica para consultar detalles con Gamarra. La mujer de Feijóo, Eva Cárdenas, que seguía el debate junto a Juanma Moreno en la tribuna de invitados, hacía patente también su contrariedad ante la jugada de Sánchez. Igual que Yolanda Díaz, que puso cara de circunstancias y evitó aplaudir a Puente mientras todo el Gobierno se ponía en pie para luego defender en corrillos el movimiento del diputado por Valladolid, una suerte, decían de «máquina quitanieves» para facilitar la investidura futura de Sánchez. 

A quien también provocó inquietud el inesperado movimiento fue a Santiago Abascal, que se movía constantemente en su asiento hablando con sus asesores mientras intervenía el ex alcalde de Valladolid. Muy cerca de él, íñigo Errejón, seguía igual de zen que siempre, tomando notas. A su lado, la única diputada ajena a PP y Vox que dio la razón a Feijóo. La política saharaui Tesh Sidi, que asintió cuando el candidato a presidente anunció una comisión sobre el cambio de postura sobre el Sáhara. El único apoyo -no en la investidura- que Feijóo obtuvo de filas no conservadoras. Al final, por cierto, Serrano no se cayó: «Lo tenía todo controlado».