El 6 de octubre de 1973, los enemigos de Israel sabían que el pueblo judío estaría distraído. Ayunando y rezando, precisamente. Hace 50 años, las tropas de Siria y Egipto atacaron al hasta entonces invencible Estado hebreo en su día más sagrado. Mientras gran parte de la ciudadanía israelí celebraba el Yom Kippur, su día de la expiación, los tanques sirios y egipcios atravesaron sus fronteras ocupadas con la intención de recuperar aquellos territorios perdidos en la guerra de los Seis Días, siete años antes. A este ataque sorpresa, le siguieron tres semanas de duros enfrentamientos que pusieron contra las cuerdas a las filas israelís. Hoy, con un Israel sumido en una de sus mayores crisis existenciales, el pueblo no tiene tiempo de mirar atrás. Está ocupado luchando contra el enemigo interno.
También aquella guerra dividió a la sociedad y sacudió a la diáspora judía. Igual que ocurre ahora con la polémica reforma judicial que ha movilizado a un movimiento civil sin precedentes preocupado por su democracia. Tampoco nadie lo vio venir en 1973. La llegada de centenares de soldados árabes a sus fronteras pilló a los líderes israelís, capitaneados por la única primera ministra en la historia del país, Golda Meir, con la guardia baja. Durante semanas, ignoraron las advertencias de algunos funcionarios de inteligencia que vieron a los ejércitos egipcio y sirio acumular fuerzas que estaban listas para atacar. Su último enfrentamiento, la bochornosa derrota árabe en la guerra de 1967, les obligó a intentar retomar la península del Sinaí y los Altos del Golán respectivamente.
Guerra Fría
Además, la veloz victoria de entonces elevó a la sociedad israelí a una euforia peligrosa. El conflicto abierto duró tres semanas y, de nuevo, culminó en otro éxito israelí, pero, a su paso, arrasó con varios mitos. Su Ejército no era tan invencible como se creía; hubo centenares de bajas militares para demostrarlo. En cambio, sus servicios de inteligencia sí que eran casi infalibles, ya que avisaron a sus líderes del peligro inminente. El poder de su liderazgo también fue puesto en duda. Meir igualó los esfuerzos árabes movilizando a sus tropas, pero se resistió a un ataque preventivo debido a la preocupación de que eso provocara la retirada del apoyo de Estados Unidos. Aunque su aliado confirmó más tarde que habría retirado la ayuda si Israel hubiera actuado primero, la percibida incapacidad de Meir para navegar un Israel bajo asedio la llevó a dimitir al año siguiente.
Como está haciendo ahora, la sociedad israelí salió en masa a las calles para pedir la dimisión de Meir. Movidos por el temor a perder Israel, un Estado incipiente con apenas 25 años de andadura, consiguieron su objetivo. Los territorios ocupados por Israel se convirtieron así en otro tablero de juego de la Guerra Fría. Con EEYY (y Reino Unido, y Francia) al lado de Israel, y la Unión Soviética (y Cuba, y Corea del Norte) apoyando a los países árabes, el juego de intereses enfrentó a ambas superpotencias regionales. Cada una de ellas inició esfuerzos masivos de reabastecimiento a sus respectivos aliados durante la guerra. El 18 de octubre, Henry Kissinger, secretario de Estado estadounidense, se confesó al embajador soviético Anatoly Dobrynin: “Mi pesadilla es una victoria para cualquiera de las partes”.
Sociedad dividida
Ante la situación de punto muerto que alcanzó el conflicto, Israel firmó acuerdos de alto el fuego con Egipto y Siria a finales de 1973 y principios de 1974 respectivamente. Cinco años después, el país de los faraones fue el primer Estado árabe en sellar una paz duradera con Israel. La guerra del Yom Kippur fue la última de las cinco guerras que les enfrentaron en más de treinta años de hostilidades. Pero el impacto que tuvo este conflicto fue más allá de las fronteras disputadas, ya que, al ser una de las causas de la crisis del petróleo global de 1973, tuvo consecuencias globales. Medio siglo después de la retirada de los tanques, los Altos del Golán siguen bajo ocupación israelí y lleva más de cuatro décadas anexionada.
El Israel actual, que este año cumple 75, es, en parte, resultado del desencanto que causó aquella guerra. Desde entonces, el Estado hebreo se ha anclado en su militarismo, su religiosidad y no ha dejado de expandir de forma agresiva sus asentamientos ilegales en Cisjordania. Ahora, el gobierno de extrema derecha encabezado por el primer ministro Binyamín Netanyahu ha acabado de dividir a una sociedad que se mantenía unida ante la amenaza externa.
A día de hoy, el peligro viene de dentro. Para miles de ciudadanos, el riesgo nace en los despachos de sus gobernantes. “En 1973, fuimos sorprendidos por nuestros enemigos debido a nuestra arrogancia y, como resultado, pagamos un precio inimaginable”, describe Yaakov Katz en The Jerusalem Post. “¿Cómo puede un país marchar conscientemente en esta dirección una vez más?”, se pregunta, alarmado.