La derrota en Girona (5-3) es de las que escuecen y dejan una herida que tarda en sanar. Seguramente, tras el 2-6 ante el Granada de hace dos temporadas, ningún otro partido del Mallorca había dolido tanto al mallorquinismo, que se fue a dormir el sábado pensando qué será de su equipo esta temporada, si los jugadores no valen o si el cuerpo técnico no está preparado para el reto. En Montilivi, quitando los primeros cuatro minutos, se vio la peor versión de los bermellones en mucho tiempo. Ni los jugadores en el verde ni el entrenador en el banquillo estuvieron a la altura que exige la Primera División, y la falta de soluciones para frenar el asedio al que le sometió el rival fue exasperante.
La victoria ante el Celta, con una buena dosis de fortuna pero válida, parecía haber calmado las aguas de un equipo que poco o nada se parece al del curso pasado. Es cierto que ha habido intercambio de cromos y pérdida de futbolistas vitales, pero más de un mes de Liga después y casi tres meses después de arrancar el curso ya toca que empiece a funcionar. Pero por el momento no lo hace, dando la imagen de que la idea de Aguirre no ha calado o ya no funciona.
El arranque en Montilivi fue, paradójicamente, de los mejores del curso. Los futbolistas del Mallorca presionaron, robaron balones y pisaron más el área que en el resto del partido junto, adornándolo con un gol. Pero ahí se acabó todo y comenzó lo peor que se ha visto en muchos meses y partidos. El Girona, como era de esperar, quiso empatar cuanto antes y encerró al Mallorca en su área. Y los bermellones se tiraron demasiado atrás. Prácticamente nueve futbolistas bermellones estaban en el área, viendo cómo el Girona poco a poco iba marcando los huecos por los que iba a destrozarles.
Se vio a un equipo que sabía cómo hacer daño a un sistema de cinco defensas. Los extremos obligaron a los laterales a salir, creando un hueco entre ellos y el respectivo central que fue aprovechado a las mil maravillas por los de Míchel, que se divirtieron de lo lindo. Los centrales, que estuvieron fatal, no daban abasto para tapar las fugas que había en apenas una zona de 15 metros. Los medios perseguían sombras y, en muchas ocasiones, siendo preocupante, se desentendían de la jugada. Así por ejemplo llegó el tercer gol, en el que Iván Martín entró en el área con Samú marcándole con la mirada.
Al margen de los dos primeros tantos, uno tras un barullo en el área y otro de penalti, en el resto el Mallorca quedó retratado. En el cuarto, obra de Yangel Herrera, un despeje de benjamín de Valjent lo recogió el medio, que tuvo todo el tiempo del mundo para pensar dónde colocar el balón, nuevamente libre de marca o al menos de un rival que le presionase. En el quinto, nueve toques emplearon los de Míchel para desnudar el sistema bermellón. Y no fueron más goles porque no quisieron, porque la permisividad bermellona, con solo 12 faltas, fue digna de estudio.
Los jugadores del Mallorca deambularon cabizbajos cuando el vendaval rojiblanco se les vino encima, lógico en parte porque en el minuto 44 ya sabían que habían perdido. Pero en la banda no encontraron soluciones. Solo cambió una cosa Aguirre en la primera mitad: a Dani y Darder de banda. Cuesta creer que, viendo cómo su equipo estaba siendo atropellado en el campo, no hiciera algo más. El Mallorca continúa sin saber a qué juega. Los nuevos, señalados directamente por Dani Rodríguez tras el partido – «somos mayorcitos todos para adaptarnos rápido y saber lo que necesita el equipo»–, no suman y en algún caso restan. Y mañana viene el Barcelona y toca visitar al Rayo el sábado. Horas muy bajas para un Mallorca y para un Javier Aguirre que puede salir muy tocado de la primera semana de tres partidos.