“Ooootra vez el co**** de Will Smith, 30 años después”. Esta fue la respuesta que dió el doblador Iván Muelas a mi querido Alex, de Eldoblaje.com cuando le preguntó si quería contarme algo sobre cómo fue ser la voz en español del rap que marcó a una generación de jóvenes que se levantaban casi a la hora de comer tras una larga noche de fiesta. Lo comprendo. Lo cuento porque da una idea del alcance que tuvo la serie con la que se nos coló en casa Willard Carroll Smith II, que hoy cumple 55 años. Parece claro que al pobre Iván le han venido con el cuento miles de veces, y aunque no tengamos ninguna culpa (ni los 300 euros que nos pidió por enviar un audio de Whatsapp) nos da una idea de la trascendencia de lo que, en teoría, era un doblaje más: el El Príncipe de Bel Air.
Eran los 90: había gorras del revés, ritmos muy marcados, ropa ancha y música de importación si querías estar al día en los ritmos de las calles de los Estados Unidos. Ese fue el caldo de cultivo en el que se hizo grande como artista un rapero que no salió de un suburbio de Manhattan o Los Ángeles, sino de la cuna de la libertad: Filadelfia. Allí conoció a un amigo que se puso uno de esos nombres rimbombantes de la época: DJ Jazzy Jeff. Juntos hicieron un dúo de éxito en Norteamérica que contagió de un rap limpio y comercial el planeta, como cuando celebraban la llegada de cada verano. Su “Summertime”, tremendamente positivo, llegó al número uno en listas de todo el mundo.
Es cierto que desde el 27 de marzo de 2022, Will ha caído en desgracia, y ya muchos han olvidado de que además de un Oscar (maldito) tuvo un premio Grammy por una carrera con algunos discos de enorme éxito. El más importante, el que definió su vida, es el que contenía también el legado musical de su participación en Hombres de Negro, «Men In Black».
Estaba muy de moda hacer pequeños homenajes a las canciones que marcaron una época a través de samples, pequeños trocitos de canciones ya existentes. En el caso (aunque no fue el único) de Will Smith era más que eso. Directamente todo el tema estaba basado en otro anterior. En el caso de esta marcianada, nunca mejor dicho, el original es de Patrice Rushen: “Forget me Nots”.
Lo mismo ocurrió con el que fue su éxito más demoledor: «Gettin’ Jiggy Wit It».
Era claramente ponerse a cantar sobre la base musical de uno de los éxitos geniales que en España nunca lo fue del gran bajista y productor Nile Rodgers y su proyecto de las Sisters Sledge: «He’s The Greatest Dancer».
Pero mérito tenía, sin duda. Nadie se lo quita, a pesar del plagio legal. El nombre de ese disco que le lanzó a nivel mundial tiene su tela: Big Willie Style. Los angloparlantes saben que hacer referencia a un Willie es hablar de un aparato reproductor masculino de pequeño tamaño. De ahí que el adjetivo Big (grande) tenga un triple sentido: por un lado menciona a alguien grande, con la ironía de llamarse como un miembro pequeño, y a su estilo. Cosas de raperos de los 90.
Mientras, su carrera meteórica en el cine le llevó a hacer papeles que parecían diseñados para él en Independence Day, Soy Leyenda o After Earth junto a su hijo. También a participar en fiascos como Wild Wild West, o a ser un genio en la que le valió el Oscar, Aladdin.
La gran paradoja es que decidió enfocar toda su carrera hacia el mejoramiento personal, hacia la inspiración a través de medios como el cine, y a formar a personas a través de un carísimo curso, atención, de autocontrol. Todo eso se vino abajo de la forma más violenta.
Chris Rock, que vive de esto, lanzó un dardo contra la esposa de Smith, Jada (precedido de un “te quiero”, porque sabía que era duro), preguntando a una mujer que sufre alopecia radical por la siguiente entrega de La teniente O’Neil. Y para allá que fue el ejemplo de autocontrol, a derramar en directo y para todo el mundo lo que siempre será el último recurso del impotente: la violencia de un bofetón. Por mucho que la escopeta de la testosterona hubiera estado cargada desde meses antes por la confesión por parte de ella de su infidelidad.
Nada excusa la violencia. Nunca. Y hasta aquí hemos llegado. El resultado para él ha sido demoledor: diez años vetado en los Oscar, con lo cual no le llegan guiones potentes. Patrocinadores huidos y la imagen destrozada. Para nosotros, sencillamente nos queda claro que es cierto lo que se dice de que nada es lo que parece. Aunque yo, permítanmelo, sigo bailando sus canciones.