El pintoresco paisaje político español escala una nueva cima con la convocatoria de un acto masivo para dar por fracasado al candidato propio, y prevenir contra las maldades del ajeno. El PP reunido en bloque en Madrid, dónde si no, considera desahuciado a Alberto Núñez Feijóo. A dos días de su investidura, el aspirante se refugia en un tímido «pasaré o no por la presidencia del Gobierno». Su predecesor Mariano Rajoy fue más claro en «la investidura depende del chantaje de un prófugo». Es decir, da por descontado que el único aspirante a La Moncloa con posibilidades responde por Pedro Sánchez.
El harakiri colectivo arrincona la nueva confusión de España con Madrid, un error habitual en el PP que precisamente va a costarle La Moncloa.
¿Por qué intervienen Martínez Almeida y Díaz Ayuso, pero no un Moreno Bonilla con mayoría absoluta en la mayor región española? Los populares predican una igualdad a la madrileña, suspiran por unas elecciones generales donde solo fueran válidos los votos de la capital.
Por lo menos, los populares han ensanchado los confines de su país, desde la capital a la provincia circundante. La ampliación no es fruto de Feijóo sino de Ayuso, la imagen que los peregrinos de toda España han acudido a venerar y que pronunció su tercer discurso de investidura estatal en una semana.
Los gritos de «presidente» a Feijóo eran más bien susurros, pese a que el candidato autoderrotado aportó los trabalenguas que le han concedido notoriedad en el universo meme. Ha perdido la brújula al señalar hacia el «Noroeste» donde quería decir «Nordeste», ha proclamado que su sucesor en Galicia «va a ganar las próximas elecciones generales». Quién podría desmentirle, dada la ruleta de cambios en la presidencia del PP.
En un rasgo de intrepidez, Feijóo se atreve a saldar la deuda con la ultraderecha moderada. Con la voz impostada, acierta a esbozar que «quiero dar las gracias a los 33 diputados de Vox». Por desgracia para sus opciones de voto, incluye en el mismo párrafo «también a los miembros del PSOE que defienden lo mismo que siempre». Es decir, refresca a los diputados socialistas proclives al transfuguismo que no solo obedecerán a González y Guerra, sino que también quedarán hermanados con Santiago Abascal. Y al resaltar la lealtad del PP hacia sus expresidentes, se olvida de Pablo Casado.
La gigantesca pancarta dominante reza «Puigdemont a la cárcel, Sánchez a la mierda», con las exclamaciones de rigor para simbolizar el espíritu dialogante de los convocantes, a falta de saber si la cárcel y los excrementos deben extenderse a los millones de votantes de las formaciones denigradas. El acto antinacionalista en sí mismo ahuyenta cualquier alianza con los nacionalistas, la evocación de Vox se lo pone difícil a los socialistas dúctiles.
La forma más barata y rápida que tiene el PP, para evitar la amnistía de Puigdemont, consiste en investir presidente a Feijóo el próximo miércoles o viernes, pero esta empresa se da por quebrada. También podría haber obtenido una mayoría absoluta con Vox el 23J, pero en aquella campaña se concentraron en Bildu, su fetiche alternativo que ahora ha pasado a un segundo plano.
En la competición entre oradores, el actual candidato a la investidura se mostró menos convincente que Aznar, incluso que el cansino Rajoy de las oraciones tan subordinadas que llega al final sin que nadie recuerde el principio. En lugar de animar a su sucesor con un nítido «Feijóo, sé fuerte, hacemos lo que podemos», Don Mariano se dedicó a señalarle a Sánchez cómo debe ser «progresista».
Queda claro que solo Sánchez consigue movilizar a los populares, que lo insultan y a continuación le reclaman el voto sin importarle sus componentes fecales. El líder socialista obra incluso el prodigio de que Aznar se refiera a su sucesor como «mi amigo Mariano Rajoy«, cuando hace poco le acusaba de haber arrastrado al PP al borde de la disolución.
Una manifestación contra la amnistía inexistente, a cargo del candidato también inexistente ahora mismo, se inscribe en el absurdo de Dalí o de Muñoz Seca. Al PP le está costando recuperarse de una enorme decepción electoral a la que nadie se refiere desde la tribuna, la masa debe anteponerse a los votos. La concentración de Madrid es un remake de bajo presupuesto del millón de personas que Rajoy sacaba cada fin de semana contra los catalanes, los homosexuales y las mujeres, antes de aceptar el Estatut, los matrimonios gays y el aborto. Mientras tanto, en la España real, Juan Carlos I reemerge para felicitar a Julio Iglesias por su octogésimo cumpleaños, porque el país de Telecinco se resiste a la extinción pese a la traición de la cadena de los Berlusconi.