Pantalón corto de color rojo, camiseta gris y zapatillas oscuras. 1’70 de alto. Complexión normal. Se llama Alejandro Muñoz y desde hace dos mes no hay pistas de él. Está desaparecido.
Habló con su familia por última vez el 13 de julio. «No se despidió ni mucho menos», apunta a CASO ABIERTO su hermano Juan. «Quedó con mi cuñado para ver, al día siguiente, una cosa de las pastillas de freno de la furgoneta». En la barriada ‘El Barranco’ (Atarfe, Granada); su barrio, nadie ha vuelto a verlo más.
Su teléfono -del que no se separaba-, sus llaves y su documentación, aparecieron en su furgoneta, aparcada cerca de casa. «Estaban las ventanillas bajadas», retrocede Juan. «Algo raro hay».
«Ha pasado algo»
Jueves, 13 de julio. En el reloj marcan las 20:30 horas. «Mañana te pasas, que vamos a ver lo de las pastillas de freno», le propuso a Alejandro su cuñado. Él asintió y respondió: «mañana nos vemos». Esa fue su última conversación, explica su hermano. «El último que lo vio fue mi cuñado. Estuvo con él en la puerta de su casa porque tenía unas pastillas para la furgoneta». Tras eso, Alejandro, tomó la calle abajo para llenar unos bidones de agua antes de entrar en casa. «Y ya está, no volvimos a verlo más».
«Aunque mi hermano vivía solo, es un niño que hacía todo en casa de mis padres». A la hora de la cena, la alerta saltó. «Mi padre se preocupó porque esa noche no llegó a su casa. Llamó a su teléfono, no lo cogía nadie, le llamaba, le llamaba…», explica Juan. El instinto les decía que algo estaba pasando, y tenían razón: fueron a la puerta de Alejandro. No estaba allí.
«Al llegar vimos la furgoneta». No estaba él. «Pero estaba su móvil en el asiento, sus tarjetas, su documentación y la ventana bajada… No me gustó. Es cuando le dije a mi padre: aquí hay algo raro. Esto no es normal».
En la puerta, dedicaron unos momentos a pensar. «Si mi hermano no iba en furgoneta, iba en bicicleta, no se separaba de ella jamás». Pero la bici estaba en casa también. Entraron al domicilio, no vieron nada en la vivienda que llamara la atención. Intentaron tranquilizarse, dieron algo de tiempo, pero Alejandro no llegó. «Una persona normal y corriente… Tú no te dejas la ventanilla bajada de la furgoneta y el móvil, la tarjeta sanitaria… todo allí, encima del sillón». Se encendieron las alarmas y no se apagaron más.
Sin rastro, sin noticias. Sin testigos, sin ningún tipo de información, la familia acudió a la Guardia Civil. Tras los primeros interrogatorios, los agentes peinaron las zonas cercanas. La familia, en bloque, salió a buscar también. «Estuvimos en la calle hasta que nos dijeron que dejáramos nosotros de buscar».
Se hicieron los primeros carteles. Preguntaron aquí y allá, «nadie sabia nada». Una semana más tarde, la búsqueda se amplió al pantano de Cubillas. Acudieron expertos en submarinismo, los GEAS. No hubo éxito. «Creo que lo miraron por descartar».
La foto de Alejandro inundó las redes sociales. «Desaparecido, máxima difusión, por favor». «Tiene solo 25 años, su familia está destrozada, necesitamos su colaboración». La llamada surtió efecto. «Recibimos el mensaje de una muchacha de Córdoba», recuerda Juan. «Fue a través de la cuenta de TikTok. Nos dijo que Alejandro estaba bien, pero que él no quería quería saber nada de nuestro entorno«. El mensaje chirrió a la familia, pero decidieron trasladar el dato a la Guardia Civil. «Estuvieron investigando, fueron a recoger el testimonio y la mujer dijo que era mentira». Lo negó.
«Los días previos estaba un pelín raro. Decía que se sentía vigilado. Tenía miedo, estaba agobiado».
Todo volvió al punto de inició. Alejandro no estaba, no había más. Los agentes reconstruyeron su día a día. «En su vida normal, es que era un niño… cómo decir, un poco raro. No solía salir de aquí. Le gustaba su barrio, el entorno donde vivía, y no tenía aspiraciones de irse lejos jamás«. Todos coinciden al dibujar a Alejandro siempre con su bici, más bien solitario en cuanto al día a día, pero muy familiar.
«Mi hermano era un niño de furgoneta o bicicleta», intenta reconstruir Juan. «Niguna de las dos se las ha llevado. Me da la sensación, la verdad, de que lo han bajado del coche«, lamenta. «Lo han podido poner a punta de pistola…», apuntó a los investigadores. «Los días previos estaba un pelín raro. Me decía: ‘yo me siento vigilado’. Tenía miedo. Mi hermano se sentía agobiado». Los agentes, en su abanico de hipótesis, apuntaron la sospecha de la familia, e indagan en esa dirección.
Tiroteo y venganza
«Ojalá que estuviera bien, pero yo conozco a mi hermano… él lo tenía todo aquí, y no se hubiera ido así». Juan hace una pausa, «el tiempo no ayuda y ha dado pie a rumores que no son. Que si ajuste de cuentas, droga… Alejandro solo tenía un conflicto y era con un muchacho«. Sobre la mesa, un enfrentamiento entre dos familias -la de Alejandro, la de Juan- con otro clan del barrio. «Este es de esa familia. Llevan desde hace tres años guardando rencor».
«Alejandro caminaba con miedo y decía que le vigilaban. Estaba encerrado y no quería salir», repite Juan, que repasa una y otra vez las últimas conversaciones con su hermano, antes de desaparecer. «Y sé lo que es… A mí una vez, por este conflicto, me persiguieron, me tirotearon…». Se vieron en un juicio años atrás.
«La realidad es que mi hermano se enfrentó a ese muchacho… y ese chico tenía que cobrarlo. Es una vendetta, una venganza, ya está«.
Juan, su familia, piden colaboración. «En algunas fotos Alejandro aparece con el pelo más corto, la última vez que le vimos lo tenía más largo y ondulado, pero en caso de estar… no sé como estará«. La intuición les dice que algo malo ha ocurrido: «¿cómo se va ir él así?», pero la incertidumbre, a veces, les deja soñar.
Alejandro, el chico de la bici, que pasaba los días en la barriada, no está. No tenía más plan que sobrevivir. «Sin trabajo, vivía con lo que iba saliendo, la verdad». Su familia lucha para saber qué pasó, por qué desapareció. «Son dos meses largos, muy largos. Ni comemos, ni tenemos ganas de vivir…». Piden ayuda, «si alguien lo ha visto o vio algo, que lo diga, por favor, tenemos que encontrarlo como sea», implora Juan.