En la mañana de este martes, sin mediar provocación alguna, el ejército azerí bombardeó objetivos militares de la vecina Armenia, así como posiciones civiles en Stepanakaert, una de las ciudades principales de la provincia de Nagorno Karabaj. La operación llega tras años de hostilidad étnica y política: Nagorno Karabaj (Artsaj, en su denominación original) es un entorno de población de origen armenio en medio de territorio azerí. Aunque bajo la legalidad internacional pertenece a Azerbaiyán, estuvo durante años conectado por tierra a Armenia mediante el corredor de Lachín, establecido en 1992 y protegido por tropas rusas desde noviembre de 2020.
La excusa para el ataque ha sido la supuesta actividad terrorista en la región, algo negado por el primer ministro armenio, Nikol Pashinian, quien a su vez ha rechazado de entrada la idea de iniciar una guerra con su vecino pese a la apertura de hostilidades.
Armenia y Azerbaiyán llevan matándose desde principios del siglo XX y solo el establecimiento de la URSS llevó algo de paz a la zona de 1918 a 1992. Desde la disolución del estado comunista, los conflictos entre ambos países han sido constantes: Azerbaiyán ha contado tradicionalmente con el apoyo de Turquía y Armenia con el de Rusia. Sin embargo, la situación en los últimos meses ha cambiado.
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Tras embarcarse en una guerra con Ucrania que le ha dejado sin reservas y que ha obligado a movilizar a todo su ejército para una sola causa, Rusia ha perdido repentinamente el interés en garantizar la paz en el corredor de Lachín, en manos azeríes desde hace tres meses, dejando a un lado su compromiso de proteger a los armenios, que han quedado en tierra de nadie.
En cambio, su propaganda, siempre al quite, se empeña en culpar a Occidente no solo por su pasividad, sino por su supuesto papel como instigador del conflicto.
Hasta el momento, el Kremlin se ha limitado a emitir un escueto comunicado, publicado casi un día después del ataque, en el que llama a las partes a «detener el derramamiento de sangre y las hostilidades» y «volver a implementar un acuerdo de alto el fuego».
«En relación con la fuerte escalada del enfrentamiento armado en Nagorno-Karabaj, instamos a las partes en conflicto a detener inmediatamente el derramamiento de sangre, detener las hostilidades y eliminar las víctimas civiles», reza el texto publicado por el Ministerio de Exteriores ruso y recogido por Reuters.
“El error” de confiar en Moscú
Como trasfondo de toda esta tensión están los ejercicios militares que Armenia organizó junto a Estados Unidos la semana pasada. Dichas maniobras fueron la gota que colmó el vaso de la escasa paciencia rusa, después de que el propio Pashinian declarara en su momento que la alianza estratégica con Moscú “había sido un error estratégico” y aceptara reconocer la autoridad del Tribunal Penal Internacional, organismo que imputó recientemente a Vladímir Putin y a otros líderes rusos por su participación en el secuestro de menores en Ucrania.
Las declaraciones de Pashinian eran a su vez la respuesta al absentismo ruso en Lachín, un cambio de rumbo que, en la práctica, ha dejado a Armenia entre la espada y la pared -por un lado, Rusia está ofendida, pero por el otro, Occidente no va a mover un dedo por la República de Arstaj-, algo que a buen seguro se comentaría en la cumbre entre Putin y el presidente turco Erdogan en Sochi a principios de septiembre.
Lo más probable es que Erdogan transmitiera a su homólogo ruso la intención del presidente azerí, Ilham Aliyev, de romper de nuevo la tregua -el último alto el fuego es de 2022- y Putin se limitara a encogerse de hombros en una especie de “esta vez, que haga lo que quiera”.
Lo curioso de la circunstancia es que Rusia, en principio, es la garante de la seguridad de Armenia, en tanto que miembro de la OTSC (Organización del Tratado de Seguridad Colectiva), una especie de OTAN en el entorno exsoviético y heredera de la antigua CIS. Armenia pertenece a la estructura de defensa combinada desde 1994, mientras que Azerbaiyán se retiró en 1999.
Su fidelidad a Rusia durante casi treinta años no ha servido de nada: la OTSC no ha hecho movimiento alguno en defensa de Armenia en los últimos meses y ha evitado toda confrontación con Azerbaiyán.
El fin de la pax rusa
La duda es hasta dónde va a llevar ahora su ataque Azerbaiyán, una vez se ha asegurado que Rusia no se meterá de por medio. Las fuerzas están muy desequilibradas y, como decíamos antes, no hay manera de llegar a Nagorno Karabaj desde Armenia, lo que deja la región en una situación alarmante en términos humanitarios. Incluso Amnistía Internacional denunció recientemente este bloqueo, que limita incluso el acceso a alimentos de cientos de miles de personas.
La amenaza de un intento de limpieza étnica está ahí. El recuerdo de las matanzas de 1915, cuando el Imperio Otomano ordenó la detención y asesinato de miles de ciudadanos de origen armenio sigue presente en las nuevas generaciones. Muchos temen que pueda repetirse algo parecido.
Nagorno Karabaj no tiene ejército propio, tan solo un grupo de guerrilleros, y ha quedado completamente aislada de sus potenciales aliados. Aparte, está ante un vacío de poder: el líder armenio de la región, Arayik Hariutiunián, dimitió el pasado 29 de agosto citando el desánimo que le provocaba la falta de apoyo frente al bloqueo. Nada impide al ejército azerí entrar a sangre y fuego en el territorio y ajustar viejas cuentas.
Este, por supuesto, es el peor de los escenarios. En el mejor, estaríamos ante un aviso de lo que pasa cuando uno se separa de Rusia. Puede que el Kremlin espere la llamada desesperada de Ereván para retomar sus funciones de pacificador. Puede, también, que ya sea demasiado tarde. En cualquier caso, el ataque azerí simboliza el fracaso de la pax rusa sobre su entorno: en guerra con Ucrania, en disputa con Turquía por el comercio del grano a lo largo del Mar Negro y ausente en el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, Rusia condena a la zona a la ley del más fuerte.
Por mucho que intente culpar a europeos y estadounidenses de lo que pueda suceder en los próximos días, lo cierto es que fue Moscú quien asumió en 2020 la responsabilidad de proteger Karabaj y a sus ciudadanos. Su negativa a hacerlo pesará siempre sobre su conciencia en caso de que el conflicto pase a mayores.
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