Una de las primeras veces que acudí a la Defensora de la Ciudadanía fue para denunciar que el Ayuntamiento de Palma no tenía ni sensibilidad ni eficacia en la eliminación de las pintadas vandálicas. Anna Moilanen en persona había asistido invitada a la tertulia que, con el título «No a las pintadas vandálicas», habíamos organizado en ARCA. En ese aspecto, y en otros posteriormente, la Defensora utilizó las herramientas que tenía en su mano para devolver al equipo de gobierno de entonces una imagen real y nefasta de su ciudad en lo que a pintarrajeos se refiere, exigiéndole, a quien mandaba, limpieza y control. A la pregunta de si consiguió su objetivo, tendríamos que contestar que «apenas», pero les aseguro que, para quien recurre a ella como última opción, es una cuerda de esperanza que nos mantiene a flote.

Porque la Defensora es, efectivamente, la última opción que le queda a un ciudadano de Palma para reclamar cuando se siente maltratado o ignorado por la Administración. Cuando todos los resortes previos han fallado, entonces queda la Defensora. Y su acción, aunque no dé frutos inmediatos, la mayoría de las veces deja un poso que florece a medio plazo.

Anna Moilanen, la actual Defensora, fue ratificada en su puesto por mayoría más que absoluta, como debe ser, por el Consistorio palmesano hasta agosto de 2026. Tiene un horario de trabajo interminable. Si dice que no puede asistir a un acto, pongamos que a las 19h, es porque tiene otro compromiso previo ligado a su cargo. Se come todos los pesadísimos Consells de Districte con buena cara y con su libreta y boli siempre activos, y además se lleva deberes de cada encuentro. Se adapta a cualquier momento del día para las reuniones que le solicitan, ya que comprende que es ella quien debe ser flexible ante los ritmos laborales de la gente y no al revés.

Una vez le pedí ayuda por un caso especial y que demuestra la incongruencia y contradicciones de la propia Administración. Quizás recuerden de hace unos años a una mujer que se llamaba Ana y que, debido a circunstancias adversas de la vida, vivía en los últimos tiempos de su estancia en Palma, allá por el año 2019, tirada en el suelo de una acera de la Plaza de las Columnas; previamente era habitual verla ante el Términus pidiendo limosna. Bastantes meses antes vendía periódicos, un poco de extranjis, junto al mercado de Pere Garau. Allí fue donde la conocí y le cogí afecto, el mismo sentimiento tuvieron otros comerciantes de la zona. La degradación del estado de salud física y psíquica de Ana nos preocupaba muchísimo, y por más que pedíamos ayuda a Policía local, servicios sociales y asistenciales municipales y de la Comunidad, allí seguía nuestra Ana, cada vez más hundida, sin levantarse ni para cuestiones fisiológicas. Pasar por su lado era detectar la degradación en todos los sentidos. Un día decidimos hacer una nota de prensa en la que decíamos: «Un grupo de vecinas, vecinos y comerciantes de Pere Garau consideran que la salud e incluso la vida de Ana, la mujer que vive en la calle junto al Hostal Baleares, corre peligro. Profesionales de la salud temen que pueda sufrir ya un proceso infeccioso que incluso derive en gangrena en una de sus extremidades. Ana ha sufrido una degeneración física y quizás mental durante los últimos años. Testigos de dicha degeneración han sido muchas personas, y cada vez que hemos reclamado ayuda para ella, desde la Administración tan solo han mostrado impotencia: «Si ella no colabora, no se puede hacer nada». A estas alturas esa contestación ya suena a hipocresía; no se trata de defender su libertad: se trata de defender su dignidad, porque es obvio que su capacidad de decisión en libertad hace tiempo que dejó de existir».

Desde el Ayuntamiento de Palma la única persona que reaccionó poniéndose en contacto con nosotras fue Anna Moilanen, y no sé si gracias a ella o a la prensa, esa misma noche una ambulancia llevó a nuestra indigente a Son Espases y fue intervenida porque una cadena tobillera le había estrangulado la circulación. Lo sé porque al día siguiente, con una amiga, Francisca, que hacía arreglos de ropa en la zona, fuimos a verla al hospital y milagrosamente nos dejaron estar con ella. Verla limpia y segura nos llenó de dicha. Fue la última vez. A partir de entonces la a veces estúpida protección de datos impidió que nosotras pudiéramos ni visitarla ni saber nada de ella. Volvió a ser Anna Moilanen quien pudo conseguir algo de información y tranquilizarnos sobre el futuro de la otra Ana, la rumana, que regresó a su país acogida por su familia.

Es Anna Moilanen quien ha amparado a la campaña «Patinetes y Bicis a Raya» leyendo la cartilla al Consistorio anterior, que nos decía que nosotros éramos unos exagerados al decir que las aceras debían estar libres de cualquier vehículo y que criminalizábamos los métodos de transporte ecológicos y alternativos. Lo decían sin pudor alguno, delante de la pierna llena de tornillos y cicatrices de nuestra compañera María Fuster, atropellada sobre una acera por un patinete.

Ahora y ya hace unos meses, Vox de Palma pone en cuestión la continuidad de la figura de la Defensoría de la Ciudadanía. Argumenta falta de eficacia y duplicidad. Están equivocados. No hay duplicidad y la eficacia se aumentaría si la autoridad de la Defensoría para exigir fuera mayor. Ahí es donde se debería incidir, de ninguna manera eliminando o limitando una figura democrática imprescindible y que ha costado mucho conseguir y poner en marcha. Respecto a que sea un funcionario quien deba estar en el cargo, sería una manera de debilitar la institución. Antes de dar pasos atrás, mejor lo pensamos.