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Unamuno, el gran agitador y bestia negra de Primo de Rivera

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Colette y Jean-Claude Rabaté llevan juntos toda la vida. Se conocieron cuando ambos estudiaban en Poitiers. Se casaron en 1971. Sus carreras como catedráticos de liceo y luego en la universidad corrieron en paralelo hasta que, ya en su madurez, se cruzaron gracias a la pasión compartida por la figura de Miguel de Unamuno. Desde hace dos décadas, este matrimonio de hispanistas vive consagrado al estudio de la vida y la obra del proteico pensador español.

Hace catorce años publicaron una ambiciosa biografía, ampliada y corregida en 2019. En 2017 editaron el primer volumen de los ocho previstos de su epistolario. En 2021 fueron comisarios de la exposición Unamuno y la política, en la Universidad de Salamanca, que llegará a la Biblioteca Nacional en julio de 2024. Y ahora, coincidiendo con el aniversario del golpe de Estado de septiembre de 1923, ofrecen Unamuno contra Miguel Primo de Rivera (Galaxia Gutenberg), un exhaustivo análisis de la incansable labor de oposición que el filósofo sostuvo contra el régimen impuesto por el general en connivencia con Alfonso XIII. Este martes presentan el libro en la Residencia de Estudiantes.

Los Rabaté, que han venido en coche desde Montpellier, reciben en su casa de Madrid, que es la Casa de Velázquez. Esta institución francesa de investigación e intercambio cultural, inaugurada por Alfonso XIII –curiosamente en plena dictadura–, se alza en terrenos cedidos por el rey donde se dice que se ubicaba Velázquez para pintar el cielo limpio del Guadarrama. Arrasada durante la Guerra Civil, fue reconstruida en los años 50. Hoy es un oasis de estudio y creación, donde escritores y artistas disfrutan de residencias creativas y numerosos investigadores acuden a su excelente biblioteca.

Colette y Jean-Claude Rabaté, el 15 de septiembre en la Casa de Velázquez, en Madrid, durante la entrevista con ‘El Independiente’.

Un tesoro epistolar

El ingente trabajo realizado por los Rabaté con el epistolario de Unamuno está en la base de este nuevo libro. «En 2012 publicamos las cartas del destierro, pero hay muchas que se han recuperado desde entonces», explica Colette. El conjunto permite comprender las relaciones de Unamuno con el régimen de Primo desde septiembre del 23 hasta febrero de 1930.

La intención original era publicarlas tal cual, pero el rector de la Universidad de Salamanca, Ricardo Rivero, les animó a escribir un ensayo sobre la labor de oposición de Unamuno contra la dictadura. «Nos gustó la idea no solo porque coincidía con el aniversario, sino porque nos permitía estudiar más a fondo una relación que en la biografía solo habíamos descrito y estudiado de paso. Confieso que teníamos una idea bastante imprecisa de Primo, así que meternos en la dictadura, o la tiranía, como la llama Unamuno, ha sido la parte más importante del trabajo», abunda Colette.

La fuente principal, además de las cartas, han sido los muchos artículos publicados por Unamuno en periódicos y revistas, además de las notas oficiosas que Primo de Rivera, «periodista frustrado» según los Rabaté, entregaba a la prensa. El resultado ilumina lo que fue un auténtico duelo de palabras entre el principal agitador y azote de la dictadura desde la misma tarde del golpe y un Primo de Rivera muy consciente de la talla de su adversario y de la influencia que podía tener en la opinión pública española e internacional.

«No está España para un Mussolini»

El 12 de septiembre, sin ser consciente de lo que sucedería pocas horas después, Unamuno publicó en El Liberal una tribuna en la que consideraba recomendable privar al rey de todo poder constitucional. «No está España para un Mussolini», advertía. Su artículo era coherente con las críticas a la monarquía que Unamuno venía realizando desde muchos años atrás, y demuestra que el golpe estaba en el ambiente. Pocas horas después, toda la prensa se hacía eco el manifiesto justificatorio del pronunciamiento y de lo que siguió: la dimisión del Gobierno, el nombramiento de Primo, la creación del directorio militar, la suspensión de las garantías constitucionales y el establecimiento de la censura previa.

Unamuno, que entonces se encontraba en Palencia, en casa de su hijo Fernando, rematando su poemario Teresa, convierte el epílogo del mismo en un alegato contra Primo y sus acólitos, «atolondrados mozos de canas, sin meollo en la sesera y obsesionados por la masculinidad física, por el erotismo de casino», que «se ponen a jugar a la política como como podrían ponerse a jugar al tresillo, henchidos de frivolidad castrense».

Durante las siguientes semanas, Unamuno no deja de escribir artículos en El Liberal que con frecuencia reproduce El Socialista, y en periódicos extranjeros como La Nación de Buenos Aires, donde llega a llamar «perjuro» a Alfonso XIII. La monarquía, denuncia, es incompatible con el liberalismo. Es convocado por las autoridades después de dictar una polémica conferencia en la sociedad El Sitio de Bilbao el 5 de enero de 1924. Finalmente, el 20 de febrero, el mismo día que Armando Palacio Valdés dimite como director del Ateneo de Madrid y Primo de Rivera decide el cierre de la institución, aparece en el tablón de la Plaza Mayor de Salamanca la orden de confinamiento de Unamuno.

Un Víctor Hugo a la española

El 10 de marzo llega a Fuerteventura, donde comienza un destierro de cuatro meses que salta a la prensa internacional. En Francia, donde goza de gran reputación por su postura aliadófila durante la Primera Guerra Mundial, se le compara con Víctor Hugo. El Gobierno levanta el confinamiento en julio, pero Unamuno decide marchar a París, desde donde sostendrá una actitud de activa oposición a la dictadura a través de revistas clandestinas como España con Honra y Hojas Libres. Sus invectivas, que encuentran eco en los periódicos europeos y americanos, merecen con frecuencia la respuesta directa de su adversario.

«Primo le llama sabio, algo que saca de quicio a Unamuno. Era su forma de despreciarle. Él presumía de que no había cursado carrera universitaria y que lo que sabía de política lo había aprendido en los casinos», comenta Colette Rabaté. Era uno de los rasgos de populismo antiliberal que Unamuno advirtió y rechazó desde el principio. El general representaba lo que él más detestaba, la tóxica influencia que el ejército, en alianza con la corona, ejercía en la vida del país desde el 98.

Para los Rabaté, Primo de Rivera no era más que la cabeza visible de un triángulo cuya cúspide era el rey, y que tenía al general Martínez Anido como tercer vértice siniestro y necesario

Para los Rabaté, Primo de Rivera no era más que la cabeza visible de un triángulo cuya cúspide, en realidad, era el rey, y que tenía al general Severiano Martínez Anido como tercer vértice siniestro y necesario. «Este trío representa una jerarquía que Unamuno ve con mucha lucidez. Primo es la figura que sobresale, pero no es el que manda. Entre bastidores está el rey. En sus artículos y sus cartas se ve que poco a poco se da cuenta de que el Alfonso XIII es el principal actor» y el artífice del golpe de Estado, explica el matrimonio.

En cuanto a Martínez Anido, «el cerdo epiléptico» en palabras de Unamuno, fue el hombre encargado del trabajo sucio, antes, durante y después de la dictadura. «Se ha querido blanquear la imagen de Primo como un hombre que no se manchó las manos con sangre. Pero porque tenía quien lo hiciera por él, que era Martínez Anido, el hombre que mantenía el orden desde los años 20», apunta Colette. «Sobre todo en Barcelona», añade Jean-Claude. «Unamuno dice que el fascismo nació en las calles de Barcelona por culpa de Martínez Anido. Asesinó e hizo asesinar a centenares de anarquistas. Tenía una mansión en el sur de Francia, se decía que pagada por el dinero sucio de Barcelona, al lado de la Italia de su amigo Mussolini, por si acaso tenía que huir».

Blasco Ibáñez y el otro Ortega

Frente a ese triángulo oscuro que detenta el poder opresor en España, los Rabaté dibujan otro trío virtuoso y opositor formado por Unamuno, Vicente Blasco Ibáñez y sobre todo Eduardo Ortega y Gasset, hermano de José, periodista, jurista y masón que llegó a fiscal general de la República durante la Guerra Civil. Según los hispanistas franceses, esta colaboración cambia la idea de hombre solitario que se tiene de Unamuno. El filósofo está en el corazón del pequeño grupo que ejerce la resistencia desde Francia, primero en París y desde 1925 en Hendaya. «Él y Eduardo Ortega y Gasset realizan un trabajo de zapa. Son muy pocos luchando contra un dictador y un rey muy populares». 

El llamado comité revolucionario de París apenas contaba con el músculo financiero de Vicente Blasco Ibáñez, el multimillonario escritor residente en Francia conocido en todo el mundo.

Reunión de exiliados españoles en el café La Rotonde presidida por Vicente Blasco Ibáñez y Unamuno, rodeados, entre otros, de Eduardo Ortega y Gasset, Carlos Esplá y el doctor Luna.
Reunión de exiliados españoles en el café La Rotonde presidida por Vicente Blasco Ibáñez (con sombrero claro) y Unamuno (a su izquierda), rodeados, entre otros, de Eduardo Ortega y Gasset y Carlos Esplá.

Blasco gastó mucho dinero haciendo campaña a la americana, más contra la monarquía que contra la dictadura. Algo extraordinario, pero efímero. Estaba cansado y enfermo, y falleció en enero de 1928 en su villa de Menton, en la Costa Azul. Pese a todo, Unamuno y Ortega prosiguieron «con su admirable trabajo de hormigas».

«Unamuno se casa con la historia de España. Cada vez que sucede algo importante, él está presente»

colette rabaté

En España, el único apoyo que van a tener son núcleos de resistencia de intelectuales, masones, miembros de la Liga de los Derechos del Hombre, republicanos y socialistas. No hay grupos organizados en el interior, más allá de las reuniones, una o dos veces a la semana, en la rebotica de José Giral, donde reciben Hojas Libres, y que serán el germen de la Alianza republicana. La figura de Unamuno también será un referente de libertad para los estudiantes, que con el tiempo contribuirán a erosionar la posición de Primo.

Pero, entretanto, el dictador hacía uso de la censura y la propaganda para neutralizar cualquier disidencia. «Soborna a la prensa francesa, organiza las exposiciones de Sevilla y Barcelona, crea la agencia Plus Ultra para adoctrinar y difundir la ideología del régimen. Es una especie de Goebbels no sanguinario, pacífico», asegura Jean-Claude Rabaté.

Pese al duro antagonismo entre filósofo y dictador, el régimen nunca renuncia a atraerse a Unamuno. Cartas inéditas de personalidades próximas a la corona como Mariano Benlliure y Pedro Sáinz Rodríguez demuestran que el rey trató de recuperar su favor y promover su regreso a España, pero Unamuno rechazó todo ofrecimiento. Solo volvió tras la dimisión de Primo: el 13 de febrero de 1930 Salamanca le brindó una bienvenida apoteósica.

Unamuno y la política

El destierro fue el momento culminante de la faceta política de Unamuno. Un aspecto de su trayectoria pública que, según los Rabaté, está lejos de ser el itinerario errático y caprichoso que tradicionalmente se ha descrito, y que creen haber conseguido esclarecer con la exposición en Salamanca que llegará a Madrid en 2024, que reúne más de 1.000 documentos, y el catálogo correspondiente. «Unamuno se casa con la historia de España. Cada vez que sucede algo importante, él está presente. Siempre fue político y su trayectoria fue coherente, contra lo que se suele decir. Cambió y evolucionó, como cualquier ser humano. No se puede olvidar que tenía una visión dialéctica, hegeliana de la realidad», argumenta Colette Rabaté.

«Durante medio siglo en España sólo se ha investigado al Unamuno filósofo o el Unamuno religioso, pero nosotros hemos descubierto su dimensión política», añade Jean-Claude. «Advirtió con clarividencia que los dos grandes problemas de España serían la cuestión social y la territorial. Y mantuvo una gran lucidez hasta el otoño del 36, cuando vacila y demuestra cierta benevolencia hacia Franco, quizá por la relación que tenía con su hermano Ramón. Pero detestaba a todos los generales, sobre todo a Mola».

En uno de sus últimos borradores, titulado El resentimiento trágico de la vida –en un guiño a uno de sus libros más populares, Del sentimiento trágico de la vida–, Unamuno describe el resentimiento como uno de los resortes de la historia de España. A través de él vincula el fracaso de los carlistas en 1876, el desastre del 98, Annual, el golpe del 23 y la Guerra Civil. «Para él, 1936 fue el desquite de la dictadura de Primo de Rivera. La última frase de ese borrador», confiesa Colette, «resume toda la admiración que me produce el personaje, con todos sus defectos: «Hay que renunciar a la venganza»».