La moda se ha convertido en una forma de expresión. El auge de las firmas low cost, que desde hace años copan las calles comerciales de las ciudades, ha hecho que los armarios crezcan sin freno. Por el mismo dinero que costaban unos pantalones en 1990 hoy se puede comprar un estilismo entero. Las redes sociales no han hecho más que acrecentar este consumismo.
Nada más abrir Instagram o Tiktok empieza el bombardeo de vídeos de hauls, esos en los que aparecen jóvenes (en su gran mayoría mujeres) abriendo paquetes gigantescos llenos de ropa de Shein, Zara o Mango. ¿El objetivo? Crear necesidades de rápida satisfacción: si te ha gustado esa falda, comprarla está a tan solo un click, tan rápido que no te da tiempo a pensarlo dos veces.
El resultado es desolador: decenas de prendas acumuladas en perchas y cajones con solo uno o dos usos. Incluso sin estrenar. Y de ahí, al contenedor. El problema que ello supone para el medio ambiente es múltiple: consumo descontrolado de agua, empleo de sustancias tóxicas en los tejidos, transporte de la mercancía, liberación de microplásticos en el lavado que van directamente al mar o las toneladas de emisiones contaminantes que genera su elaboración son sólo algunas de ellas.
Para entender las consecuencias de este fenómeno basta con echar un vistazo a los datos. Según el último informe publicado por Naciones Unidas, entre 2000 y 2015 se duplicó la producción de ropa en el planeta. Hoy en día, de media, cada ciudadano compra un 60 por ciento más de prendas que hace 15 años. Por lo general, debido a sus bajos precios, tienen una calidad cuestionable, tanto que, tal y como denuncia la ONU, el 60 por ciento de toda la que se vende acaba en el vertedero en menos de un año.
Según el último informe de Naciones Unidas, entre 2000 y 2015 se duplicó la producción de ropa en el planeta
«El fast fashion provoca que se introduzcan en el mercado muchas colecciones que están a la venta durante lapsos breves. Se ha pasado de dos al año (primavera/verano y otoño/invierno) a decenas. Tienen baja calidad para asegurar que el precio sea reducido, por lo que prácticamente es ropa desechable», afirman desde Greenpeace.
10.000 litros para unos vaqueros
Para encontrar la primera consecuencia ecológica de esta producción descontrolada basta ver la cantidad desmedida de agua que se emplea en las fábricas en las que se confeccionan estas prendas. Aunque los números varían en función de la fuente, haciendo una media, se puede concluir que para elaborar una camiseta de algodón se necesitan hasta 3.000 litros. La cantidad sube hasta 10.000 cuando se habla de pantalones vaqueros.
No en vano, la textil es la segunda industria más demandante del preciado líquido y la responsable del 20% de las aguas residuales del mundo. También es culpable de uno de cada cinco de los litros que se desperdician a nivel global.
Tal y como recoge el informe ‘Sintéticos anónimos: la adicción de las marcas de moda a combustibles fósiles’ elaborado por la fundación ChangingMarkets, las fibras sintéticas siguen estando presentes en la enorme mayoría de las prendas producidas por la industria del fast fashion. «Representan el 69 por ciento de todos los materiales utilizados en los textiles, una cifra que se teme que aumentará casi tres cuartas partes en 2030. El 85 por ciento serán de poliéster», cita el texto.
El problema radica en que el poliéster se obtiene a partir de combustibles fósiles (principalmente petróleo), los grandes enemigos del clima. Esto implica que la industria de la moda sea responsable del 10 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero en términos globales. Es un porcentaje superior al que representan anualmente todos los vuelos internacionales y los trayectos marítimos.
La industria de la moda es responsable del 10 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero
El empleo de estos componentes tiene otra consecuencia enormemente perjudicial para los ecosistemas. Cuando se lavan, los tejidos liberan microplásticos. Y estos acaban en los mares y océanos porque su diminuto tamaño impide que puedan quedar atrapados en los filtros de las depuradoras. Según Greenpeace, cada año se vierten más de 500.000 toneladas.
Asimismo, tampoco hay que obviar el hecho de que numerosos estudios científicos han corroborado que algunas prendas low cost contienen sustancias nocivas para la salud del ser humano. Entre los compuestos más habituales están el formaldehído (que se emplea para evitar que el tejido se arrugue), el antimonio, las nanopartículas de plata (empleadas para neutralizar el olor), los plastificantes, los retardantes de llama o los perfluorados. Aunque no hay un método infalible para deshacerse de estas partículas, lavar la ropa antes de estrenarla minimiza el problema.
Explotación infantil
La mayor parte de las fábricas de las marcas de moda a precios bajos se ubican en países asiáticos, en especial en China, Turquía, Vietnam, India, Camboyao Bangladesh. Allí los costes de producción son infinitamente más bajos. Aunque haya que desplazar las prendas miles de kilómetros, a sus responsables les sigue saliendo rentable. Y eso que precisamente el transporte es otro de los causantes de la enorme contaminación causada por esta industria, un factor que se ha disparado con el auge de las compras online. Y de las devoluciones.
Los últimos cálculos apuntan a que estas empresas dan trabajo a más de 300 millones de personas. Pero, ¿en qué condiciones? Algunos llegan a pasar en las fábricas más de 16 horas al día por un sueldo mísero. Muchos de ellos son niños. «Los adornos con cuentas y lentejuelas pueden indicar que hay trabajo infantil de por medio», advierte el Ministerio para la Transición Ecológica en una circular informativa que ofrece a los consumidores «consejos para no caer en la moda rápida».
¿Hay solución?
Los expertos de la Fundación Ellen MacArthur, que trabaja para la promoción de la economía circular, coinciden en que la solución pasa por cuatro ejes: eliminar los tejidos con sustancias tóxicas o que desprendan microplásticos, aumentar la durabilidad de la ropa, usar los recursos de forma más eficiente y mejorar el reciclaje textil. Eso sí, para poder desarrollar estrategias que fomenten esta reutilización hay que tener presente la importancia de que camisetas, pantalones y vestidos estén confeccionados con un único material. De lo contrario, resulta muy complicado y costoso separar sus componentes para darles una nueva vida.
En España, el camino hacia la implantación definitiva de la cultura del reciclaje se recoge en la Ley de Residuos aprobada el pasado año. Esta norma fija dos objetivos claros de cara a 2025: prohibir por completo la destrucción de excedentes y fijar como obligatoria la recogida selectiva de textiles.
Las empresas son las que deben abrir el camino. En este sentido, a principios de 2023, siete multinacionales se unieron para impulsar este tipo de reciclaje en España. Se trata, sin duda, de un primer paso en el largo camino hacia la sostenibilidad del sector textil.
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ENTREVISTA. Curra Rotondo. Fundadora y CEO de Lefrik:
«Con la devolución gratuita, a veces se compra sin pensar»
Existen múltiples empresas pequeñas que apuestan por la producción local y sostenible, que fabrican sus artículos con tejidos respetuosos con el medio ambiente y que buscan dejar una huella positiva en el planeta. Es el caso de Lefrik. Esta marca, que tiene como objetivo «extender el ciclo de vida de las botellas de plástico utilizándolas como materia prima para la creación de productos», nació en Madrid en 2012 y vende mochilas, bolsos y accesorios de estilo minimalista. Su CEO y fundadora, Curra Rotondo, habla del compromiso y los valores que guían su negocio. Cada año donan el 1 por ciento de sus ingresos a causas sociales.
-¿Cómo compite una empresa como Lefrik con las grandes multinacionales?
-Identificando a nuestro cliente, dando un servicio personalizado y cercano, siendo competitivos en precios dentro del sector de la moda sostenible y siendo muy accesibles a través de diferentes canales de venta. Aunque sea costoso, creemos que es la única forma de crecer y hacer competencia a las grandes empresas.
-¿Cómo se ‘educa’ al consumidor para que pague más por una prenda producida de manera sostenible?
-Siendo muy transparentes con los procesos y con la certificación para que sean conscientes de que ser sostenibles a nivel social y medioambiental es costoso y se alargan los procesos. La transparencia y la trazabilidad son parte de nuestro ADN.
-Uno de los grandes problemas de la industria de la moda es el transporte. ¿Cómo se reduce esa huella medioambiental?
-Ser coherentes en toda nuestra cadena de producción es parte de nuestro proceso sostenible. Siempre que podemos, entregamos al cliente final directamente desde origen para minimizar nuestro impacto. Trabajamos con empresas de transporte con las que compartimos nuestra filosofía.
-¿Y las devoluciones?
-Ponemos un gran esfuerzo en reducir las devoluciones, que en esta industria suelen tener un gran peso en la contaminación que proviene del transporte. Para ello, hacemos productos de alta calidad que no suelen tener defectos. También educamos al consumidor a través de su bolsillo, ya que creemos que la estrategia de ‘devolución gratuita’ ha hecho mucho daño a la industria y ha provocado que a veces se compre sin pensar, a sabiendas de que se puede hacer el reembolso sin coste.
-Los materiales elegidos también tienen una importancia vital. ¿Por cuáles apostáis en Lefrik?
-Apostamos por tejidos veganos ya que entendemos que el maltrato animal no es coherente con nuestro compromiso con el medio ambiente. Usamos opciones mono materia para favorecer el reciclado al final de sus días, no usamos mezclas y empleamos siempre alternativas recicladas u orgánicas. Usamos poliéster reciclado de botellas de plástico, pero no lo mezclamos con nada. En la próxima temporada vamos a introducir un tejido que viene de las fibras de la piña y que se parece a la piel.
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Contacto de la sección de Medio Ambiente: [email protected]