Ha dicho Sánchez, o lo ha repetido, que busca y buscará votos debajo de las piedras, que parece la búsqueda de insectos de un oso hormiguero o de un lagarto pantanoso. Es esta voluntad de Sánchez, la de buscar votos como sea, disputándoselos a escarabajos y ranúnculos, la que desde la noche electoral me hizo asegurar que iba a conseguir ser investido de nuevo presidente. Eso y la alegría casi maniaca, esa alegría como de desahuciado salvado por un milagro de dioses o meigas o lavativas, que se le nota desde entonces. Sánchez no iba a desperdiciar esta segunda vida, regalada por la secta de Vox y por la consiguiente movilización de la izquierda de suscripción (esa gente suscrita a la izquierda como a una revista de vinos y quesos, y a la que se las dan con queso en un alarde glorioso de guasa e ironía). Esa voluntad de poder, salvaje, terriblemente humana, nietzscheana por supuesto, es lo que más cuenta aquí, que los indepes de butifarra sentimental y los nacionalismos neolíticos sólo piden lo de siempre. Sánchez tiene la voluntad, o sea lo tiene todo. Sólo tiene que ir diciendo que sí, y uno está seguro de que ya lo ha hecho.
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